Entre el deber y el deseo

64. La luz entra primero

La primera luz del día entró tímidamente por la ventana, iluminando la habitación con un resplandor cálido y dorado. El bosque seguía silencioso, como si respetara lo que había ocurrido la noche anterior, como si supiera que había sido un punto de no retorno para ellos.

Isabella despertó lentamente, sin abrir los ojos de inmediato. No necesitaba hacerlo para saber dónde estaba: sentía el brazo de Jonathan rodeando su cintura, el calor de su cuerpo detrás del suyo, el ritmo lento y profundo de su respiración.
Sonrió sin querer. No recordaba la última vez que se había sentido tan segura.

—¿Ya estás despierta? —murmuró él contra su cuello, su voz ronca por el sueño.

—Hace un minuto —respondió ella, girándose un poco para verlo—. No quería moverme… se siente tan bien así.

Jonathan la miró con una ternura que la desarmó.
—No tienes que moverte todavía —dijo, acercándose para besar su frente—. Podemos quedarnos aquí todo el tiempo que quieras.

Isabella rodeó sus hombros y apoyó la frente contra la suya.
—Anoche… —susurró—. Pensé que me iba a despertar y descubrir que lo soñé.

Él soltó una risa suave.
—No fue un sueño. Créeme, lo recuerdo demasiado bien.

Sus mejillas se calentaron, pero no apartó la mirada.
Era la primera vez que podía sostenerla sin miedo, sin esconderse, sin pensar en quienes podían verlos.

Jonathan la observó unos segundos, como si estuviera asegurándose de que estaba bien.
—¿Te sientes cómoda? ¿Bien con todo? —preguntó, sincero, sin la más mínima presión.

Isabella asintió, rozando su nariz con la de él.
—Me siento… completa. Y eso no me pasaba desde hace mucho tiempo.

Él la abrazó aún más, enterrando el rostro en su cabello.
—Yo también —murmuró—. Anoche no fue solo… lo que fue. Fue lo que significó.

Isabella cerró los ojos.
Sí. Eso lo decía todo.

Cuando finalmente se levantaron, lo hicieron sin prisas. Jonathan buscó una de sus camisas y se la dio a Isabella, que la aceptó riendo mientras se la ponía.
—Me queda enorme —dijo.

—Te queda perfecta —respondió él, y la forma en que la miró lo confirmó.

Prepararon el desayuno juntos, esta vez sin la torpeza de días anteriores. Isabella cortaba frutas mientras él hacía café. Cada tanto, sus manos se rozaban, o él le daba un beso en la mejilla sin previo aviso.
No necesitaban palabras para sentirse unidos; algo entre ellos había cambiado de forma definitiva.

Se sentaron frente a la ventana, con el bosque extendiéndose ante ellos como un cuadro.
Isabella apoyó su cabeza en el hombro de Jonathan, y él entrelazó sus dedos con los de ella.

—Estuve pensando —dijo él, sin quitar la vista del paisaje—. Cuando regresemos a Seattle… no quiero esconder lo que somos. No más.

Ella lo miró, sorprendida.
—¿Estás seguro? Eso podría traer comentarios, o incomodidades en la oficina…

Jonathan giró hacia ella, tomando su rostro suavemente entre sus manos.
—Isabella, después de todo lo que enfrentamos… lo único que realmente me importa es no perder lo que tenemos. Y no quiero volver a una vida donde tú tengas que fingir que no significas nada para mí.

Su voz no temblaba.
Su mirada tampoco.

Isabella sintió un nudo en la garganta, uno cálido, uno bueno.
—Entonces… tampoco quiero esconderte —dijo ella, con una sonrisa que le iluminó los ojos—. Estoy contigo, pase lo que pase.

Jonathan la besó, un beso lento y profundo que no necesitaba explicación.
Un beso que prometía más que cualquier palabra.

Cuando se separaron, él apoyó su frente en la de ella.
—Vamos a hacerlo bien, Isa. A nuestra manera. Sin prisa, sin esconderse, sin miedo.

Ella dejó escapar un suspiro tranquilo.
—A nuestra manera —repitió.

La lluvia había cesado por completo, y el cielo comenzaba a abrirse en un tono suave de azul.
Era, sin duda, un nuevo comienzo.

Y esta vez… lo compartirían juntos.



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Editado: 22.11.2025

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