Entre El Destino Y La Luz

CAPÍTULO 1 “MIVIER”

Una guerra siempre debe pasar a la historia, nunca repetirse casi a cien años del anterior.

El bien y el mal lanzan a sus guerreros al campo, mientras que la humanidad solo se le permite observar, o esa, era la idea original.

Cuando las mejores armas contra la oscuridad son puestas en las manos de un reino humano, éste no se molesta en preguntar si aquella valiente y desafortunada pareja estará de acuerdo en arriesgar sus vidas por quienes solo los ven como los siguientes en morir.

¿No ven a dos niños que desean jugar? ¿A dos jóvenes que desean conocer un mundo fuera de las enseñanzas del combate? ¿No tienen el derecho de elegir a quien o porque amar?

¿No podemos decidir querer vivir?

 

Ningún bando es justo y ningún poder es controlado por su origen, sus mejores ejemplos son los niños que nacerán con el don de la luz y el deber de proteger, mientras que mi traición me hace renacer con el propósito de matarlos y con la convicción de protegerlos de su destino.

 

 

Cien años es lo que la naturaleza tarda en enterrar mi cadáver, pero ni ese tiempo fue suficiente para tolerar el dolor de mi herida mortal.

Me levanto en un inaudible grito de agonía, una parte es por el poco uso que tuvo mi garganta durante un siglo de soledad, otra es por toda la tierra que empecé a tragar mientras sufría la dolorosa reencarnación.

Mi primera reacción, una vez que estoy sobre mis dos pies, es llevarme la mano a mi pecho, el cual ya está sanado; pero ni ello evita que recuerde el abrumador dolor del día que traicioné a mi amada.

El bosque de árboles blancos y secos, cubiertos por una densa niebla, son un paisaje nuevo para mí, pero todo este tétrico panorama era lo que quedó después de que el mal y el bien se enfrentara en una lucha sin fin.

Una gran presión llenó mi pecho, la cual aumentaba hasta que este salió en forma de suspiro. Además de la nostalgia, de mi boca salía una nube de polvo que me dejó asombrado y me hizo consciente de la sequedad de mi garganta.

Ante mi mal estado, lo primero que se me vino a la mente fue que, sin duda, los demonios no son los mejores en cuanto al servicio de resurrección se trataba.

Había tenido dudas sobre si podría utilizar mi poder, pero el sentirme molesto por mi pésimo estado es una buena fuente de energía; extendí mi mano lentamente y me concentré para dejar salir lo que a simple vista parecía neblina negra.

El Dark Power es el poder que identifica a un demonio o en mi caso a un medio demonio, utilizado por todos los demonios, en su mayoría para hacer cualquier maldad imaginada.

La niebla empezó a extenderse en una gran parte del bosque para empezar a engullir los árboles secos; una vez que desaparecieron, del abismo negro empezó a salir a flote un enorme castillo con sus respectivas murallas que lo protegerían.

En la dimensión de los humanos, mi castillo se veía mucho más magnífico de lo que lo parecía en la dimensión de los demonios.

Cada muralla tenía seis torres, su entrada era una gran puerta que se abría al sentir una presencia demoníaca, toda la construcción parecía pequeña a primera vista en comparación de otros castillos, pero dos pisos y un sótano, era todo lo que necesitaba para mi estadía y la de los que acompañarían.

Para entrar al castillo, se abrían dos puertas totalmente negras que daban hacia un elegante recibidor con una puerta en cada costado. Enfrente, el par de escaleras que llevaban al segundo piso se dividían para dar cabida a una importante sala a la cual me dirigía.

Aquella sala espaciosa no tenía ningún mueble y no lo necesitaba para lo que iba a hacer en aquel lugar.

Caminé hasta el centro y volví a utilizar el Dark Power.

Como si hubiera sido preparado con una rejilla, del suelo empezaron a salir ciento cincuenta y un demonios, cualquiera entraría en pánico con solo verlos, o bueno, eso es lo que hice la primera vez que los vi. Sesenta y cinco años junto a ellos me obligo a acostumbrarme a verlos.

Los ojos grandes y saltones, dientes torcidos, pequeños cuernos, afiladas garras y orejas puntiagudas, cubiertos con piel gris, características que los hacía unas auténticas pesadillas andantes y un ejército poderoso.

Se podían distinguir fácilmente entre ellos, desde los grandes, pequeños y los que tenían una estatura como la de cualquier otro humano. Todos los demonios de esa clase eran increíblemente más torpes e idiotas que los otros, prácticamente se mataban entre sí por pura diversión o por accidente, la mayor parte del tiempo era por lo primero.

Al recordar ese pequeño detalle, dejé dibujado en el suelo un símbolo donde volverían a renacer en caso de su muerte, lo cual empezó a suceder casi de inmediato. Se reían escandalosamente al ver lo divertido que era matarse y resurgir del sello que ahí estaba.

Ellos sí que disfrutaban al no tener inconvenientes como yo los tuve.

El único que estaba apartado de tal matanza era Jatián, un regalo de Belzenis, el rey de los demonios. Era como un Clumsy Devil; tenía el tamaño de un adulto humano, gran habilidad con la espada, pero con más cerebro que los otros cincuenta demonios similares a él.



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Editado: 15.12.2019

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