―¡Tonto!
Laiger es un completo tonto, obviamente sé que se le olvidó mi regalo para las fiestas de invierno, al igual que ocurría con mi cumpleaños. Aunque a mí no me importe del todo, él lo toma con tanta importancia que se pone de mal humor y termina discutiendo conmigo.
No lo entiendo. Si piensa que no darme un regalo me haría enojar. ¿Por qué discutir conmigo igualmente?
Antes de darme cuenta, mi enojo me había llevado dentro de un bosque seco, el cual no lo había visto cerca del pueblo cuando llegamos el primer día.
Tras algunos minutos caminando en aquel bosque, empecé a escuchar varias pisadas acercándose a mí, mirando a mi alrededor para saber de dónde venía el sonido, también empecé a escuchar gritos y risas escalofriantes. Cuando pude determinar la dirección que venían esos extraños ruidos, me aterrorizo ver como en medio de los árboles, empezaron a aparecer un gran número de demonios.
Sin pensarlo dos veces, empecé a correr para escaparme de ellos, mi corazón latía muy rápido, mientras que mi mente no podía pensar con claridad. El pánico que tenía solo me revelaba miles de ideas, pero ninguna se aclaraba en plena persecución.
Mientras esquivaba árboles, me tropecé con una rama que había estado en el suelo, logrando que esté a menor alcance de los demonios.
Cuando apenas regresé mi mirada hacia donde estaban mis atacantes, podía ver como uno de ellos ya estaba sobre mí a poco de mostrar lo afilado que estaban sus garras y sus colmillos. Antes de que llegara a mí, una intensa luz se interpuso entre nosotros, alejando al demonio.
Cuando la intensa luz disminuyó, pude ver como un arco, rodeado por un aura dorada, estaba frente a mí. Los demonios que me perseguían se habían detenido ante la aparición de la extraña arma. En un pensamiento rápido, lo tomé para poder defenderme, pero antes de idear en cómo utilizarlo al no tener flechas, se transformó.
El arco desapareció en mis manos, transformándose en dagas que tenían la misma aura dorada, estas tenían el perfecto tamaño para mis manos.
Mientras admiraba lo que parecía unas armas hechas solo para mí.
Un demonio quiso atacarme por sorpresa.
Impulsada por el miedo, lance una de las dagas asesinando al demonio que poco a poco se convirtió en cenizas.
En cuanto la daga cayó al suelo una vez cumplido su cometido, esta desapareció ante la vista de todos, volviendo a aparecer en mi mano.
Esto me encantó, pero al parecer, a los demonios no.
Todos ellos empezaron a atacarme furiosos al ver cómo había acabado con uno de ellos, pero llena de confianza por mis nuevas armas, empecé a moverme como me habían entrenado, obviamente con mi toque personal que me había inspirado en Viermi.
Poco a poco, fui reduciendo el número de los demonios que tenía tras de mí; esquivando flechas de los demonios pequeños, escabulléndome en medio de los más grandes y quedándome quieta frente a los torpes. Ellos ni siquiera se esforzaban por conectar con su espada, en sus ataques solo lograban herirse entre sí.
Sin que lo haya podido ver, uno de los demonios pequeños se escabulló tras de mí, era demasiado tarde cuando vi que una flecha estaba a pocos centímetros, pero como siempre, Laiger apareció a mi rescate.
Había sentido que se acercaba, pero al estar concentrada en mis ataques, no me percaté que había llegado a tiempo.
Al verme más fuerte y confiada, me pregunto.
―¿Por qué tú tienes armas y yo no?