Nunca sentí que la conexión con Kaly fuera de utilidad, hasta en el instante en el que más necesitaba saber dónde se encontraba.
Sin duda, tomé un solo camino, el cual recorrí lo más rápido que podía. Cuando apenas pasó un minuto desde que empecé mi búsqueda por encima de mí, pasó un destello muy brillante.
Parecía que había venido del castillo de Mivier y se dirigía hacia donde yo iba; con temor de que fuera algún truco de ese medio demonio, apresuré a todo lo que pude.
A lo lejos, pude escuchar varios gritos, risa, furia, agonía. Cuando llegué, vi como un pequeño demonio volador se encontraba detrás de Kaly a punto de lanzarle una flecha para asesinarla. Aunque parecía una pelea controlada por mi mortal compañera y sus nuevas armas, aquel ataque no lo veía venir. Así que, con Light Power, me deshice de la flecha antes que la lastimara para luego hacer desaparecer al pequeño demonio.
Mi presencia sorprendió hasta los demonios, los cuales se quedaron estáticos mientras me colocaba al lado de Kaly; tras un breve vistazo pude ver en sus manos unas extrañas dagas, por su aura dorada me pude imaginar que eran las armas que tanto nos habían hablado, las usadas por su antigua sucesora.
Ella estaba llena de confianza con sus dagas, algo que me molestó y no dudé en hacerlo notar.
―¿Por qué tú tienes armas y yo no?
Kaly me miró algo decepcionada, como si hubiera estado esperando algo más de mí.
―No lo sé, pero ahí vienen los grandes ―aunque sentía algo de envidia, tenía que cuidarme de los demonios que reanudaron sus ataques al ver que tenían a sus dos objetivos frente a ellos.
Mientras esquivaba ataques tras ataques, me era divertido hacer que algunas veces se matasen entre sí. Al ver que estábamos ganando, especialmente gracias a Kaly, tuve una gran idea. Colocándome en la rama de uno de los árboles secos, grité mientras levantaba la mano derecha.
―¡ESPADA!
Todos se quedaron en silencio mientras miraban alrededor en busca de que mi grito ocasionara algo, pero al no haber ningún indicio, los demonios se empezaron a reír, mientras yo empezaba a sonrojarme de la rabia. Antes de empezar mi ataque de furia para que dejaran de reírse, Kaly llamó mi atención mientras señalaba con su mano.
―¡Laiger, el zorro!
Miré a mi compañera para luego dirigir mi atención hacia donde apuntaba.
Me sorprendió mucho ver como un zorro de pelaje blanco, estaba en un bosque seco, pero me sentía aún más sorprendido al verlo tener una espada oxidada en su hocico. Rápidamente me acerqué hacia él para obtener esa espada, pero en cuanto estuve cerca de él, la espada empezó a desprender una intensa luz.
Extrañamente sentí que algo aparecía en mis manos. Tomándolo con fuerza, la intensa luz empezó a disminuir, dejándome ver como dos grandiosas espadas con un aura dorada similar a la de las dagas de Kaly estaban en mi poder.
―Imposible ―dijo uno de los demonios, aunque también estaba sorprendido, eso no evitó responderle con valentía.
―Créelo, este será tu fin ante mis espadas.
―Tú no ―aclaró el demonio restándome importancia ―el zorro.
Confundido por las palabras del demonio parlante, regrese la mirada hacia el zorro, el cual nuevamente me sorprendió; el pequeño animal continuaba teniendo en su hocico una espada, solo que esta vez parecía como nueva y tenía un aura dorada rodeándole, era claramente que esa era el arma de Mivier.
—Espera. ¿Cómo es que ese demonio habla?
El demonio parlante no demoró en lanzarse contra el zorro, mientras yo me quedé impactado al notar que uno de esas horribles cosas podía formular palabras. Antes de que siquiera pueda alcanzarlo, Kaly lo asesinó clavando sus dagas, una en la cabeza y una más en su cuello, logrando que este se volviera cenizas y desaparezca.
―Laiger, primero acaba con los demonios, luego iremos a por el zorro.
Algo fastidiado por recibir órdenes de dejar ir al zorro, empecé a atacar a los demonios restantes, mientras que aquel animal se perdía en medio del bosque seco.
Cuando por fin termino, saliendo más que victoriosos, Kaly y yo nos abrazamos cansados pero aliviados de ver que el otro estaba a salvo.
Estábamos en nuestro límite. Ni con todo nuestro entrenamiento, se nos hizo fácil derrotar los ciento cincuenta y un demonios de Mivier.
Mientras la tenía rodeada entre mis brazos, sentí como su delicado cuerpo empezó a temblar, mientras que con más fuerza hundía su rostro en mi pecho; estaba llorando y no la culpaba.
Habíamos discutido absurdamente, estuvimos a pocos centímetros de la muerte más de una vez en menos de un día; el valor nos había abandonado, dejándonos como éramos; no los elegidos, ni tampoco la salvación de la humanidad. Tan solo dos niños con un destino más cruel que inusual.