En cuanto sentí el sol entrar por la ventana de la habitación, me estiré lo que más podía en la cama, extrañada por no haber empujado a Laiger botándolo de la cama, abrí los ojos lentamente y miré alrededor encontrándome con una habitación totalmente vacía. Pensando en la posibilidad de que estuviera debajo de la cama, me sostuve desde el filo y puse mi cabeza al revés, pero lastimosamente no estaba allí.
Algo desanimada, me levanté y salí de la habitación encontrándome un escenario muy preocupante.
Laria estaba frente a la chimenea con una olla.
―¿Vas a cocinar Laria? ―Pregunté con gran temor, pero fingiendo una sonrisa.
―Buenos días pequeña ―me saludo con alegría ―, no quise aprovechar que los chicos salieron para darnos un baño especial y solo para chicas.
―¿Laiger se fue con Viermi? ―Pregunté asombrada al recordar que no le gusta madrugar.
―Sí, me imagino que se fue con la idea de comprarte un regalo de último minuto, el cual seguro será horrible si pide consejo a Viermi ―ambas reímos ante esa posibilidad, pues no sería la primera vez que eso ocurre.
―Está listo ―indicó Laria mientras sacaba su dedo de la olla ―, con esto los chicos se quedarán con la boca abierta.
Laría me llevó al cuarto de baño, que aunque este parecía pequeño en comparación con el que tenía en el castillo, pasar junto a ella, era algo que nunca desaprovecharía. En la olla había colocado varias flores y a un lado, tenía una extraña crema con diminutas piedras.
Después de un delicioso baño aromático, nos pusimos unos hermosos vestidos; yo me puse un vestido celeste, mientras que Laria se puso uno de color dorado. Lo que más me sorprendió fueron los efectos del baño, mi piel había quedado extremadamente suave, me era imposible dejar de mirarme.
Para cuando los chicos llegaron, teníamos listo un baño para ellos, el cual solo era agua caliente normal. Poco les importó la noticia, pues Viermi parecía emocionado, algo que rara vez pasaba y Laiger, molesto.
Algo extraño que noté en cuanto entraron, fue el repentino silencio de Laiger, quien sin decir una palabra entró directo a bañarse.
―¿Qué le pasa a Laiger? ―Preguntó Laria preocupada.
―Obtuvo el regalo perfecto para Kaly, pero le apena mucho aceptarlo.
Ante la noticia me acerqué emocionada a Viermi y jalando su vestimenta, le pregunté ansiosa por saber.
―¿Y qué es?
―Ya lo verás más tarde, pequeña.
Después de responderme, miré como Viermi me miraba con detalle, para luego dirigir la misma mirada hacia Laria.
Acercándose lentamente hacia la boticaria, levantó su mano y la pasó suavemente por su rostro, notando la suavidad tan inusual que tenía.
―Increíble ―confesó asombrado.
―¿Ve – verdad? ―Tartamudeo un poco Laria, sin duda estaba nerviosa ―. Yo misma preparé las plantas para obtener este resultado.
―Pues sí que has logrado un gran resultado, no solo esta suave, han desaparecido algunas arrugas.
Sin perder tiempo, sabiendo lo que ocasionaría sus palabras, Viermi entró a la habitación a esperar su turno para el baño.
Laria se quedó fuera de la puerta, esperando paciente a que salga el bobo cocinero, el cual obtendría un merecido castigo.
Unos duros golpes, un baño y la preparación de los alimentos, dieron por finalizado el medio día. Después de un delicioso almuerzo, decidimos que era hora de los regalos; Viermi bajó hacia el sótano, para luego de un minuto volver a subir junto a dos hermosos ramos de lirios amarillos.
Uno de ellos se lo dio a Laria, quien lo recibió encantada y algo sonrojada, mientras que el otro me lo dio a mí, acompañada de una bolsa llena de piezas de oro y plata. Los lirios estaban muy bien cuidados, estaban tan frescos como si recién los hubiera cortado; sin duda Viermi era un gran boticario para haber conseguido tal resultado.
A Laiger solo le dio otra pequeña bolsa con dinero, el cual al parecer fue sorpresa para él; por su expresión parecía que no se lo esperaba. Por unos segundos se animó, hasta que entendió que era su turno de dar regalos.
Su primera reacción fue dirigir su mirada al suelo como si tratara de ocultar su notable sonrojo, era imposible no verlo, ya que cubría todo su rostro hasta sus orejas; además se podía ver como tenía algo tras de él, con obvias intenciones de no mostrárselo a nadie, ni siquiera a mí.
Pasaron largos segundos, el hecho de que se quedara sin mostrar su regalo me hizo pensar que realmente no quería dármelo. Un sentimiento de tristeza empezó a reemplazar la emoción que tenía desde que supe que me iba a regalar algo. La verdad es que nunca me importó que me regalara, era algo de él y me gustaba. Aunque fuera un caracol muy baboso o una roca extraña, que según él, era el diente de una criatura de piedra con la que luchó. Deseaba algo que él consiguiera al pensar en mí.