Entre el espacio y el tiempo

1–La Gran Vía

Alberto estaba preocupado ese día por su padre; y no era para menos, el señor Alfredo trabajaba demasiado, a veces, hasta altas horas de la noche. «¿Cuándo entenderá que tiene que cuidarse la salud?», se preguntaba su hijo. La ciudad de Madrid conservaba esa curiosa y maravillosa mezcla entre lo clásico y lo contemporáneo; en el ámbito arquitectónico. La Gran Vía, antaño una de las calles más transitadas de España; parecía como que abandonada a su suerte en el preciso momento en que Alberto caminaba por una de sus aceras. En el año 2090, el mundo padecía una crisis gigantesca. La biotecnología, que en sus inicios prometió demasiado, había sido la causante de la aparición y mutación de cientos de virus que atacaban, prácticamente, a todos los seres vivos del planeta. Cuando Alberto llegó al edificio donde vivía un amigo suyo se sintió aliviado. El tanque de oxígeno le pesaba demasiado. La gran mayoría de las casas en España tenían purificadores de aire, así que la gente podía respirar sin miedo dentro de sus hogares. Subir en ascensor siempre le generó un poco de pánico, sin embargo, mucho tiempo había pasado desde que él se dio cuenta de que la probabilidad de sufrir un accidente era muy baja. A partir de los años cincuenta del siglo XXI, se comenzaron a construir más edificaciones enérgicamente eficientes en Madrid; y éste era el caso de la construcción donde residía su amigo Enrique. Cuando el elevador alcanzó el décimo piso, se detuvo al instante y abrió sus puertas. El apartamento que él buscaba se encontraba al final de un largo pasillo repleto de cuadros surrealistas. Cuando estaba justo enfrente de la puerta que exhibía el número 54; tocó el timbre.  –¡Vaya, vaya, es un honor recibir a un invitado tan ilustre! – le dijo Enrique luego de abrir la puerta. –¡Joder, sólo salí unos minutos en la tele! –al recordar esto, el rostro de Alberto se puso rojo como un tomate. –¿Te vas a quedar ahí parado? Entra de una maldita vez. El apartamento de Enrique era poco espacioso, pero lucía bastante confortable. En la pequeña salita de la casa apenas cabían los muebles y el televisor. –Siéntate, Alberto. Ahora mismo estaba revisando las últimas noticias. Tío, no te lo vas a creer, ¿te acuerdas de la nave de la NASA que hace tres años abandonó la Tierra? Pues llegó a Próxima Centauri hace dos años. –¿Eso quiere decir que se demoraron un año en llegar? –le preguntó él a su amigo. –Eso dicen… si es verdad, a lo mejor, nosotros también podemos lograrlo–le dijo Enrique poniéndole una mano sobre el hombro derecho. –Tenemos que conseguirlo, llevamos bastante tiempo trabajando en el proyecto. –No dejo de soñar, amigo mío, conocer el espacio se ha convertido en una obsesión para mí, pero, a pesar de que me esfuerzo por pensar que todo va a salir bien… al final, el miedo me ataca cuando menos me lo espero. –Es normal, todos nos vamos a jugar la vida allá arriba. –Pareces tener nervios de acero, no sé cómo un viaje interestelar te puede resultar algo «normal». –Sabes, no hace más de dos años mi madre murió, a mi padre eso le destrozó el corazón, casi se vuelve loco, sin embargo… yo, a pesar de todo el dolor que sentía, me tuve que volver fuerte. No me quedaba otra opción, mi padre cayó en una depresión, y para que pudiéramos sobrevivir los dos, comencé a trabajar. –Sí, recuerdo que estuviste como cuatro meses fuera del proyecto… –Y sobreviví, Enrique. Es verdad que sufrí como un perro, pero seguí adelante. –Sí, me doy cuenta de que lo mío en comparación con lo tuyo es una gilipollez, a lo mejor la soledad me está convirtiendo en una persona débil y asustadiza. Pero bueno, basta ya de hablar de cosas malas, dime, ¿qué fue lo que te dijo el señor Pedro? –Que máximo, en dos meses todo estará listo. –¡Joder, creí que al menos me quedaban seis meses en la Tierra! –Leí hace unos días un artículo que decía que el mundo dentro de poco caerá en un caos total, así que lo mejor es marcharnos lo antes posible. –Quizás, quizás… pero mientras tanto creo que debemos disfrutar los días que nos quedan en este orbe. ¿Quieres un poco de jugo? –¿Tienes de manzana? –Sí, te serviré un poco. Enrique abrió el refrigerador y sacó una jarra del interior del mismo, tomó dos vasos limpios de la cocina y los llenó de jugo. Luego le dio un vaso a su amigo y se volvió a sentar para reanudar la conversación. –¿Está bueno? Le compré las manzanas a un tipo que tiene una granja en las afueras de la ciudad, son de primera calidad. –Está bueno–dijo Alberto después de probarlo–. Entonces, cuéntame algo acerca de tu nueva novela, ya la estás terminando ¿no? –Sí, aunque no sé quién demonios la va a leer… perdón, me dejé llevar por el pesimismo. No sé si te lo dije, pero trata sobre viajes en el tiempo y alienígenas malvados, no creo que te interese mucho el tema. –De todas formas, me gustaría leer lo que has escrito. –¿Trajiste el teléfono? Te lo pasaré por el Zapya. ¿Creas tú o creo yo? –Creo yo. –Es curioso el hecho de que hace más de setenta años existían tecnologías similares a las que tenemos ahora. Además de las computadoras cuánticas, ¿qué otro aparato tecnológico hemos mejorado? –Las naves espaciales, ¡quién va a mejorar las cosas Enrique!, el mundo lleva más de cincuenta años en crisis. En lo único que se han preocupado los ricos es en construir cohetes y cápsulas para escapar de este planeta agonizante. –Y han tenido tiempo, de no ser así, el motor de curvatura habría tardado milenios en pasar de la teoría a la práctica. –¿Cómo lo lograron? –No lo sé, sólo unas pocas personas saben el secreto, entre ellas los científicos de la NASA. –Mi pregunta más bien era retórica, pero no importa. Como siempre, ha sido un placer hablar contigo, creo que dentro de poco va a oscurecer, así que mejor me voy–dijo Alberto levantándose del sillón de cuero en que estaba sentado. Pues nada, te abriré la puerta entonces–la voz de Enrique denotaba cierta tristeza, seguramente no quería que su amigo se fuera. –Nos vemos pronto, trata de salir lo menos posible y de mantenerte con vida. –No me moriré por ahora, te lo prometo. Mañana te aviso a qué hora es el torneo de realidad virtual; casi se me olvida decírtelo. –Está bien, hasta luego, Enrique. La temperatura descendió bruscamente cuando Alberto salió del edificio, y el Sol se escondía moribundo entre nubarrones grises. Su padre ya debía estar en casa, así que él aceleró el paso. Una vez lo regañó con dureza por perder la noción del tiempo, pero eso fue cuando él era un adolescente. Los cuervos graznaban y sobrevolaban en bandadas sobre varios edificios de la Gran Vía, «se han reproducido bastante, creo que se convertirán en la especie animal más inteligente del planeta cuando ya no queden personas en la Tierra», reflexionó Alberto. A esa hora era cuando más carros pasaban por la calle, un taxi se detuvo casi al lado de él y el chofer le preguntó en lenguaje de señas si necesitaba de su servicio. «No, gracias, mi casa está cerca», le dijo Alberto en un lenguaje gestual que se había vuelto necesario para todas las personas en Madrid que salieran fuera de sus viviendas. Cuando llegó al edificio donde vivían él y su padre la oscuridad reinaba por todas partes; la Luna era lo único que parecía brillar en el firmamento, pero hacía muchos siglos que la humanidad sabía que el fulgor del satélite natural de la Tierra se debía a la luz del Sol. Su apartamento, situado en la cuarta planta, era un poco más grande que el de su amigo Enrique. El señor Alfredo estaba sentado en un sofá y daba la impresión de que estaba leyendo algo en su teléfono móvil. –Estás no son horas de llegar, ya me tenías preocupado–le dijo su padre justo después de que él abriese la puerta. –Me entretuve un poco, pero tampoco es para tanto, apenas son la cinco y media. –¿Sabes cuanta gente ha muerto en estos días por entretenerse un poco? –No lo sé, pero mañana llegaré a casa antes de que oscurezca, te lo prometo. –Eso espero, eres lo único que me queda en esta vida, Alberto, no lo olvides. –Cambiando de tema, ¿cómo te fue en el trabajo? –Bien, ¿y a ti cómo te fue? –Bien. Me voy a bañar. –La comida ya está lista, mejor come ahora antes de que se enfríe. –Yo después la vuelvo a calentar, necesito darme un baño. –Está bien, nos vemos luego. El agua lo ayudó a relejarse, había tenido un día un poco tenso. Si todo salía bien en uno o dos meses viajaría al espacio. 



#2071 en Ciencia ficción

En el texto hay: ciencia ficcion

Editado: 14.03.2021

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