Entre el espacio y el tiempo

2–El proyecto Alkaid

¿Cuántas fórmulas, cálculos y esfuerzos hacen falta para realizar un viaje interestelar? La respuesta la sabía un insigne profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, el cual había dedicado gran parte de su vida a resolver esta interrogante. Su nombre era Pedro Rodríguez, y no dudó ni por un segundo en gastar toda su fortuna en la construcción de una nave espacial. Había nacido en Cuba, y a pesar de que tuvo que superar millones de obstáculos para desarrollar su carrera profesional; consiguió seguir adelante. La adversidad lo convirtió en un hombre fuerte, y también lo hizo entender la física de mejor manera. Cuando llegó a España se vio obligado a trabajar en la agricultura. Se imaginó que dado su currículum iba a obtener un trabajo como maestro; pero no fue así, y, aunque sus amigos y familiares le advirtieron que para los inmigrantes no había nada fácil, él se marchó de todos modos de su país de origen. La gente que lo conocía se preguntaba cómo había logrado tantas cosas en tan poco tiempo. Pedro les respondía con una palabra; disciplina. En su juventud se pasaba largas horas del día leyendo e investigando sobre cualquier tema que le resultase interesante. Su madre muchas veces lo regañaba por estar «en las nubes», pero ella lo que no sabía era lo lejos que podía llegar su hijo en el campo científico. Fórmulas y experimentos que él realizó en su adolescencia, llamaron la atención de sus profesores y compañeros de clase. «El pequeño Newton», le decía cariñosamente su maestro de física de octavo grado. Mirar a las estrellas le generaba fascinación de niño. Memorizaba sus nombres con una facilidad asombrosa. La ansiedad se apoderaba bruscamente de él mientras se sumergía más y más en los recuerdos de su pasado. El sonido metálico de una puerta de hierro lo sacó de su mundo interior; no le quedó más remedio que volver a la realidad y ver qué estaba pasando. –No se levante profesor, soy Alberto Martínez. –¿En qué te puedo ayudar? –su mirada cansada denotaba las largas horas de trabajo que dedicaba a su proyecto. –Quería saber si necesitaba algo, ya sabe, soy matemático, puedo comprobar si los cálculos están en orden. –No hace falta que compruebes nada, pero quizás te puedo mostrar cómo está quedando la nave. La mansión de Pedro se había convertido en un inmenso taller astronáutico; cientos de ingenieros trabajaban día y noche para lograr cruzar el inmenso océano espacial. Un nutrido grupo de hombres y mujeres cruzaban la casa del profesor sumergidos en investigaciones y cuentas matemáticas, parecían abstraídos del mundo, pero en sus ojos había un brillo único, que denotaba el gran interés que mostraban por el proyecto Alkaid. Ubicada en un gran hangar estaba la cápsula de la nave espacial; era bastante grande y poseía forma de un prisma pentagonal. En su interior gobernaba una inteligencia artificial que tenía la misión de ayudar a los astronautas en cualquier dificultad que se les presentase. También era capaz de entablar diálogos fluidos y de aprender por sí sola. Había sido programada teniendo en cuenta la ética humana, por lo que el profesor creía que se mantendría fiel a sus órdenes. En el peor de los casos lo único que había que hacer era borrarla del sistema. La nave estaba siendo preparada para enfrentar todo tipo de adversidad, muestra de ello eran sus escudos de anti-radiación, las defensas anti-asteroides y decenas de armas de haces de partículas. Construida a partir de fibra de carbono, la cápsula mostraba una armadura tan bella, resistente y ligera que parecía quimérica. –¿Qué te parece? Está prácticamente terminada–dijo Pedro casi con alivio. –Si le soy sincero, nunca imaginé que luciera de esa forma… ¡es fantástica! –exclamó Alberto con emoción. –Je, me alegro que te guste, hemos trabajado muy duro este mes, quiero mostrarte el interior de la nave, es verdad que es excesivamente grande comparada con las de la NASA, pero el tamaño a veces importa, como lo es en el caso de nuestra empresa–mientras hablaban cada vez se acercaban más y más a la gloriosa construcción astronáutica–.  Alkaid es el nombre de esta belleza–el profesor parecía que empezaba a ponerse nostálgico–, así se llama mi estrella preferida, se encuentra a poco más de cien años luz de aquí. Bueno, vamos a entrar, sígueme–dijo Pedro cuando estuvieron enfrente de una escalerilla–. El sistema sólo deja pasar a las personas que están registradas, por suerte, tú eres uno de ellos. Pasaron por una puerta automática que los condujo a un estrecho pasillo. –Ahora iremos directo a la cabina de mandos, este corredor cumple una función importantísima, impedir que el aire escape de nuestra nave. ¿Ves esos guantes de ahí? Póntelos, yo ya venía preparado–dijo el profesor sacándose unos guantes de su abrigo grisáceo–. Es necesario cumplir con el protocolo de seguridad y de higiene, por eso les exijo a ustedes que traigan ropa limpia de sus casas, para así poder evitar cualquier enfermedad contagiosa traída del exterior. ¿Ya estás listo? Voy a introducir el código. En una pantalla táctil Pedro deslizó sus dedos con la velocidad de un informático. La puerta se abrió hacia un lado y permitió a Alberto admirar por primera vez el interior de la nave. Él llevaba tiempo revisando los cálculos de los ingenieros y proponiendo soluciones a los problemas más difíciles, pero nunca había siquiera visto la cápsula de cerca. Una vez adentro ya el aire olía distinto; era como respirar esperanza, vida; futuro. –Aquí lo único que tenemos que hacer es controlar que el sistema no se vuelva loco, la mayoría de las maniobras son automáticas. ¿Notas la diferencia entre estos controles y los de allá? Esta es la parte manual de esta maravilla, como puedes observar, tiene más botones que los aviones comerciales que se fabricaban hace cincuenta años. Aquí sólo los expertos podrán andar, ni siquiera yo estoy capacitado para dirigir está cabina. Bien, pasemos a la sala de reuniones–el compartimento del que salían tenía espacio suficiente para quince personas, tanto las sillas como las máquinas y objetos ubicados en el mismo estaban limpios y ordenados. Parte del sistema eléctrico estaba hecho con grafeno y dentro de la cabina de mandos existían siete computadoras cuánticas que funcionaban por flujo eléctrico en dispositivos superconductores de interferencia cuántica, el resto de los ordenadores eran clásicos. La sala de reuniones era más espaciosa de lo que Alberto se había imaginado, había diecisiete asientos situados alrededor de una larga mesa plateada de titanio. –Aquí debatiremos los asuntos más sensibles y complicados, a los cuales debemos dar solución con urgencia. Se presentarán muchos temas a tratar, de eso estoy seguro, pero confío en que juntos los podamos resolver… la pizarra que se encuentra al frente de nosotros nos servirá para desarrollar y resolver los problemas con mayor facilidad y libertad, claro, también servirá de pantalla al proyector de imágenes en alta de definición que se encuentra encima de nosotros–Alberto miró hacia arriba pero solo vio un pequeño lente, las paredes, el piso y el techo mostraban un color gris, llegando casi a plateado. Una alfombra enorme impedía que las patas de la mesa tocasen el suelo, era roja y tenía un grosor considerable. Las sillas eran de titanio, pero sus espaldares estaban fabricados a partir de cuero de alta calidad–. Pasemos entonces al laboratorio.
Recorrieron un corredor que presentaba dos uniformes hileras de luces de neón situadas paralelamente una respecto a la otra. También en el techo había algunas luces, y todas presentaban un color azul apagado que resultaba bastante hermoso, pero a su vez; melancólico. Avanzaron recto como que dando marcha atrás hacia el punto donde habían ingresado a la nave, sin embargo, siguieron su rumbo en dirección al extremo izquierdo de la cápsula. El profesor introdujo una contraseña en un teclado táctil instalado a un lado de la puerta grisácea del laboratorio y la misma se abrió al instante. –Este será el último compartimento que te enseñaré por ahora, acabó de ver en el móvil que me han enviado un montón de mensajes. Creo que cuando iniciemos el viaje y estemos surcando el espacio tendré más tiempo para descansar del que poseo ahora. Como puedes apreciar el laboratorio presenta espacio suficiente para desarrollar los más alocados experimentos; probetas, termómetros, impresoras 3D, todo lo que necesita un buen ingeniero bioquímico para desarrollar su potencial creativo. En fin, no es la gran cosa ahora, pero cuando esté atestado de gente la historia será otra muy distinta. Esa mesa de ahí cumple muchísimas funciones, una de ellas es la de recrear todo tipo de fenómenos físicos; por ejemplo, agujeros oscuros. En esta sala del descubrimiento estaré a menudo, la experimentación me fascina más que la teoría. La práctica separa lo real de imaginario, por lo que, si quieres ampliar tu conocimiento sobre la realidad física de los cuerpos en el espacio, esté será el lugar más propicio para dicha tarea. ¡Anímate, hombre!, tendrás lugar en todo de investigaciones, cálculos y conferencias, podrías llegar a ser hasta miembro de la élite científica. –Quisiera saber las dimensiones exactas de la nave, es… mucho más colosal de lo que en un inicio pensé que sería–dijo Alberto sin prestar mucha atención a las palabras de Pedro, parecía bastante concentrado en sus pensamientos en ese momento; rasgo típico de un buen matemático. –Toma nota entonces…–al profesor le impresionaba cómo ese joven se preocupaba por los detalles–. Alkaid mide 1 kilómetro con 80 metros de largo, y su anchura máxima es de 1.12 kilómetros. ¿Quieres más datos? Pues bien, estaba diseñada en un inicio para albergar una tripulación de 120 personas, pero… todos queremos huir de la ola de barbarie que tanto anuncian los expertos, ¿no?; 120 deberían ser los seres humanos que viajarían dentro de dos semanas en esta maravilla al espacio, sin embargo, mi corazón se ablandó al yo recibir tantos correos electrónicos de gente que realmente anhelaban estar dentro del proyecto Alkaid. Por ese motivo cedí casi a última hora y ahora el número de tripulantes aumentó en 80. ¡No te alarmes! Todos tendremos espacio y comodidad en la nave, lo único que cambia es que los dormitorios no serán tan grandes como en un principio tenía planeado. Por ejemplo, ahora… según veo en mi teléfono móvil, a cada persona le corresponden cuartos de 3.7 metros de longitud y de 2.8 metros de amplitud. Esas medidas están bastante bien, podría ser peor, ¿no? –Sí, me alivia saber que no tendré que compartir una cama de dos niveles con nadie. –Litera le llamaban en Cuba a ese tipo de camas, yo dormí una vez en una cuando era niño. En mi país de origen mi casa era casi del tamaño de los dormitorios de esta nave, 13.5 metros cuadrados, me tomé la molestia de sacar el área un día–la cara del catedrático se tornó muy seria de repente. –Perdone si le…–a Alberto se le puso la cara prácticamente roja. –No, no hay problema, mi pasado me volvió un hombre fuerte, no me arrepiento de nada… Cuando llegué a España me subestimó mucha gente; eso me golpeó más que vivir en Cuba. Yo allá era profesor de la Universidad de la Habana, y no vivía tan mal, económicamente hablando; claro, simplemente no quería seguir viviendo en el llamado tercer mundo; nada más. A pesar de la xenofobia a la que fui sometido al principio, no tardé en abrirme paso en el mundo de la física por medio de Internet. Cuando conseguí el premio de investigador novel, que me lo concedió la Real Sociedad Española de Física hace ya 10 años, fue que pude ser aceptado como maestro en la Universidad Autónoma de Madrid. Otro día te cuento mi biografía con más detalle, Alberto, lo cierto es que en menos de 5 años desarrollé el motor de curvatura, algo de lo que no pueden presumir muchos físicos. En el 2082 gané doscientos millones de euros por la construcción de la computadora cuántica más eficiente hasta la fecha. A partir de ahí comencé a construir esta belleza de la ingeniería espacial, la cual actualmente está valorada en unos dos billones de dólares; costaría más, pero los científicos del mundo no me creen cuando les digo que creé un motor de curvatura. ¿Cuántos años llevas en el proyecto Alkaid? –El mes próximo se cumplirían cuatro años desde que empecé a trabajar con ustedes. –Pues espero que podamos seguir trabajando juntos muchos años más, te enviaré cuando tenga un chance un plano de toda la nave. Por desgracia necesito atender unos asuntos bastante urgentes. Mi secretaria se pondrá en contacto contigo cuando se decida la fecha del viaje, asegúrate de traer a mi nave sólo lo necesario. –Así lo haré, señor Pedro. –Eso espero, por ahora sólo nos queda abandonar la nave, gracias por preocuparte y trabajar duro por este proyecto, sin tu ayuda la construcción de la cápsula no hubiese sido posible. –¡No es para tanto, señor Pedro!, ¡no es para tanto! …–el rostro de Alberto volvió a tomar una coloración rojiza. 



#2125 en Ciencia ficción

En el texto hay: ciencia ficcion

Editado: 14.03.2021

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