La mirada sentencial, pretenciosa y fría de la señora Azra, se imponía, soberbia y reinante, sobre el gran patio de la mansión. Observaba, fría y calculadora, el arduo entrenamiento de sus hijos y sobrinos. La rabia yacía dentro de ella, mientras recordaba con amargura aquella horrenda mañana. La mansión se encontraba custodiada, por varios hombres armados, que velaban día y noche por la seguridad de los Meier.
—Esto no es necesario, tía. Le susurró, en tono de súplica, su sobrina Elvan. Era la única mujer que tuvieron sus padres y la quinta sobrina de Azra y aparte de los fundamentos y convicciones de todos los Meier, ella, era la única que intentaba frenar la sed de venganza de su familia. No estaba de acuerdo con lo que se avecinaba y trataba delicadamente de hacerla cambiar de opinión.
—Pierdes tu tiempo, Elvan. Mejor procura irte lejos de Turquía si no estás dispuesta a darle contra a los malditos Yilmaz. Replicó Azra, en tono frío y casi susurrante.
—No lo haré, tía, no dejaré que se asesinen entre todos como lobos hambrientos. Ustedes son mi familia.
La señora Azra, volteó la cabeza hacia un lado y, en tono severo, respondió: —Si te considerarías una Meier, no estarías tratando de evitar nuestra venganza, al contrario, nos alentarías y pelearías en contra de los malditos que deshonraron nuestro apellido.
—Eso arreglaría nada, tía, únicamente empeoraría las cosas.
—¡Arreglaría nuestro apellido! ¡La derrota de los Yilmaz hará volver el honor a nuestra familia!
—¿Y los muertos qué?, ¿qué pasará con mis hermanos, y tus hijos?, ¿qué pasará con Sasha, tu primogénito, ese del que tanto te jactas de amar? Reprochó a gritos, bajo la mirada condenante de Azra.
—Tu madre y tu padre lucharon junto a mí, muriendo aquella desgraciada mañana, en la que me deshonraron y condenaron a estar en esta maldita silla de ruedas. Le juré a tu abuelo que la muerte de sus hijos no sería en vano y así será, hasta que me haga polvo y no te atrevas a poner en duda el amor que le tengo a Sasha, él será quién vengue a sangre y pólvora la memoria de tu abuelo, él no es como tú, enquencle y débil ante sus sentimientos.
— Eres igual a ellos, tía, no sientes, no puedes sentir el mínimo respeto por la vida y has condenado a Sasha a ser un vil monstruo. Aquello te pesará cómo nada en este mundo y más aún, cuando veas el cadáver de Sasha. Mira, cuánto a tardado desde que se fué con Selim, quizá ya estén muertos o siendo torturados.
— Él no morirá, primero mueres tú antes que él. Y no seas tan dramática y melindrosa, un simple retraso no significa nada, ¿¡o acaso crees que mantenerlo oculto desde su nacimiento sería en vano!? Nuestros enemigos no conocen su rostro, mucho menos saben de su existencia, ni la sabrán, hasta el día que Sasha acabe con su asqueroso apellido. Y mañana mismo tu existencia en esta casa será solo un recuerdo.
— ¿Qué, me matarás, así resuelves todo?
— Le prometí a tus padres cuidar de ti y así lo hecho y seguiré haciendo, nunca te asesinaría. Te irás mañana mismo de Turquía. Espetó Azra, en tono iracundo.
— No me puedes obligar a irme.
— Entonces vete de la mansión y queda a los ojos de nuestros enemigos. ¡Te irás mañana mismo, es una órden!
Elvan con lágrimas en los ojos se retiró del balcón.
— ¿Qué ocurre, madre? Gritó desde el patio de la mansión, un hombre. Era Emir, su segundo hijo. Al parecer la pequeña discusión se escuchó hasta allá.
—Lo de siempre, la cobarde de tu prima Elvan.
—¿Estás bien? Formuló.
—Si, si lo estoy, ahora cállate y regresa a entrenar, no pierdas tiempo. Azra restaba importancia a lo que sus hijos decían o hacían, excepto a Sasha.
El recuerdo amargo del último enfrentamiento entre ellos y los yilmaz, azotaba su mente, imagen tras imagen se reflejaban en sus recuerdos. Desde el momento de la llegada a la mansión Yilmaz, hasta aquel último tirón de cabello que sintió, antes de ser arrojada a las escaleras por la señora Gözde. Su padre pensó que moriría, pero, sorpresivamente sobrevivió. Estuvo en coma tres meses y cuando creyeron que todo lo amargo había pasado, se toparon con la terrible noticia de Azra, su columna vertebral, fue levemente golpeada tras la caída por las escaleras, pero, eso bastó cómo para que sus piernas dejaran de funcionar. Más de una década sin poder caminar y todo gracias a la señora Gözde. Ahora, era su turno. Se vengaría de los Yilmaz, así tuviese que poner su propia vida en un inminente riesgo de muerte. Los haría retorcerse de dolor, principalmente a Gözde, con el inmediato asesinato de sus hijos, aquello era su talón de Aquiles. Primero los varones y luego la más joven, Laia, todos morirían a sus ojos, uno tras otro.