El bullicio incesante de la gente, periodistas, seguridad y empleados de las empresas Yilmaz. Acaparaban el centro de Estambul. El flash de las cámaras y los aplausos, empalagaban a unos que otros.
Sasha, observaba atento el movimiento del cuerpo de seguridad de los Yilmaz junto al de algunos de sus aliados. Los planos de seguridad se los habían entregado hace un tiempo. Sabía a la perfección, dónde estarían, en que puestos estarían y cuando se moverían.
Por otro lado, Osman, estaba dentro de otro vehículo. Cuidando la espalda de su primo. Presentía que algo ocurriría, algo grande e impredecible por esa razón, hacía de celador, aunque ese no había sido el plan inicial.
Los yilmaz, todavía no aparecían. Según los planos, estarían en el atrio exterior de la empresa, en diez minutos. Mientras tanto, estaban equipando en sus pechos chalecos Antibalas. Aquello no era un dolor de cabeza para Sasha, el disparo sería justo en la cabeza.
El pelinegro, ojos verde agua, miraba paciente, el reloj de su mano. Contaba cada segundo en su mente, cada minuto que pasaba significaba el primer golpe a los Yilmaz.
En un santiamén y sin darse por enterado, los aplausos de la multitud empezaron a resonar. Señal, de que los Yilmaz, estaban por salir. Una orquesta empezó a tocar una temible sinfonía, mientras las exageradas cortinas rojas que cubrían la entrada del edificio empezaban a ser bajadas, tal cual telón de teatro.
El corazón de Sasha, empezó a rugir, en un bombeo acelerado. Mientras que, por otro lado, las yemas de sus dedos, empezaban a sudar. La sangre circulaba por su cuerpo de una manera bárbara y en sus oídos, el frenético pasar de esta. Por primera vez, pudo escuchar la sangre, recorrer su cuerpo.
Ya podía sentir el olor a pólvora, a escombros y a sangre de sus enemigos. El fogaje que emanaba el fuego al consumir todo a su paso. Lo sentía en todo la extensión de su cuerpo. Lo imaginaba con tal claridad que, parecía estar sucediendo. Ya podía escuchar los gritos de agonía y dolor de la señora Gözde y su familia. Aquello le satisfacía como ninguna otra cosa.
Miró de vuelta su reloj, dándose cuenta de que, faltaban solo cinco minutos para la explosión. Colocó su dedo en una radio y se comunicó:
— Atentos a mi orden. Dijo, con un tono cortante y gélido.
Quedó con su primo, de no utilizar su detonador. Solo en caso de ser necesario. Aunque quisiese. Por eso, le dejó aquella tarea a los mercenarios.
De un momento a otro, un pequeño séquito de personas, apareció por el medio de las cortinas. ¡Eran ellos, eran los Yilmaz! Sasha abrió los ojos y sin amagar, empezó su cuenta regresiva a través de la radio.
—Ocho... siete... seis... Cinco... cuatro... tres— Sus manos temblaban a un ritmo alarmante y su voz empezaba también a hacerlo, la emoción y adrenalina daban severos golpes a su cuerpo. Era imparable— dos...—Suspiró y pudo ver pasar fragmentos de su vida por delante de sus ojos— Uno. La decisión había Sido tomada y la orden había Sido dada.
Cerró los ojos, esperando el estallido, pero, no ocurrió nada, ni un solo ruido en el lugar. Tomó su radio con rapidez y, confundido, preguntó:
— ¿Por qué no ha explotado?
—Señor, los explosivos no detonaron. Respondieron en coro.
El corazón de Sasha dio la impresión de detenerse por un milisegundo. Su rostro, expresó mil emociones, y sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de la camioneta y, a paso apremiante, se dirigió hacia la empresa.
Osman se percató y, sin otra opción, empezó a seguirlo con sigilo. Si asesinaría a alguien, no sería a su primo sino a él. A Sasha, los Meier no lo conocían, en cambio, a su persona si.
El mundo para Sasha, se volvió invisible. Solo tenía en mente aquellos explosivos, él mismo buscaría el problema y lo solucionaría, si no era en ese momento, no sería nunca. Llegó al atrio de la empresa y, suavizó sus pasos, dirigiendo su tenaz mirada, a los Yilmaz. Pero, inesperadamente, tal cual imán, vio al tercer miembro más jóven de la familia y a quien daría la orden de asesinar en breves momentos, Laia. Cabizbaja y con el cabello similar a la melena de un gran león, castaño y puro, miraba recelosa la multitud como si estuviese obligada a estár allí. Se indagó para sus adentros si aquella jóven era la misma que vio en fotografías. Era irreal, no parecía una Yilmaz, no tenía aquel semblante oscuro que todos ellos cargaban, al contrario, desbordaba inocencia e incredulidad. Cerró con fuerzas sus ojos y, volvió a su mente el propósito por el cual estaba allí.
— Hoy, también aprovecho, para anunciar, que mi hija, Laia Yilmaz contraerá matrimonio con aquél digno de llevar a una Yilmaz por el resto de su vida. Sasha volvió a mirar, ante aquél anuncio tan descarado que dió el padre. La estaban vendiendo como si se tratara de un animal en subasta. Esto le causó tremendo desconcierto. ¿Hasta donde eran capaces de llegar los Yilmaz? Se dijo.
Entró con sigilo por detrás de las cortinas rojas, llegando así, al ostentoso vestíbulo de la empresa. Fue allí que su paso rápido, ahora, se convertía, de a poco, en trotes cortos. Mientras veía a su alrededor. Los explosivos se encontraban regados por todo el vestíbulo. Era imposible que no explotasen. El tiempo corría y, la oportunidad de hacer explotar todo, se desvanecía entre sus dedos. Hasta que algo contundente, se le vino a la mente. Tomó su detonador y sin medir las consecuencias presionó el botón.
—Sal de aquí, rápido. Escuchó a lo lejos la voz de Osman.
Miró hacia sus manos en busca de una explicación del porqué otra vez no había funcionado y ahí estaba, clara y consisa el detonado había desaparecido de sus manos y ahora, era Osman quién lo tenía.
— ¿Qué haces? Indagó con premura.
—Vete Sasha, hazlo. Respondió, temblando.
—No lo haré, lo sabes muy bien.
—Si no lo haces te matarán, y a mí también. Dile a la tía Azra que la quiero y a todos. Esta va por tí y por mis padres, ahora huye.