Todo estaba listo. En un tiempo récord de un día. La nueva mansión de Sasha, había sido comprada. Empleados y seguridad nuevos. La señora Elif, sirviente fiel de los Meier, se haría pasar por su madre y se presentaría junto a él, para pedir la mano de la jovencita. Una nueva información, sobre su vida, su pasado y presente, había sido reescrita. Aunque los Yilmaz no supiesen quien era él, Azra y su familia, querían estar cien porciento seguros de que todo saliese a la perfección. Un error como el de los explosivos y estarían al descubierto.
Un nuevo Sasha estaba por renacer, debía doblegar sus impulsos de odio hacia los Yilmaz. Estaría cara a cara con ellos, compartiendo a su lado y celebrando el compromiso de su hija. Él estaba seguro de que aceptarían cederle la mano de Laia. Era más que obvio que querían deshacerse de la muchacha, pero, no sabía el por qué y Sasha, era el pretendiente ideal. Dinero, belleza y carácter, lo convertían instantáneamente en el candidato ideal, ante los ojos de los Yilmaz.
La muchacha caería enredada entre sus brazos, era ingenua, inocente e incrédula. Sasha lo sabía. Engatusarla no sería una tarea difícil, mucho menos hacerla suya. A Sasha le parecía una tonta palomita blanca, confiada ante las manos de aquel que la tomaría con supuesto amor y luego la encerraría hasta su muerte en una jaula.
El pelinegro, miraba con recelo y odio los anillos que yacían incrustados en una delicada caja de terciopelo rojo. Quería tirarlos al suelo y, pisotearlos hasta destruirlos. El solo pensar que tendría que convivir con sus mayores enemigos le hacía un nudo de rabia e impotencia en el estómago. Y lo peor, tener que acostarse con una Yilmaz y fingir amarla. Pero el sentimiento de victoria y regocijo al solo imaginar la deshonra de los Yilmaz, era más grande y apabullante.
Estaba desnudo, frente al ventanal de su habitación. Los rayos del sol del amanecer, rozaban su blanca piel. Formando al fondo del soberbio aposento una figura perfecta de su tallado cuerpo. Tomó los anillos con una sola mano y los apretó entre ella.
—No será en vano, abuelo. Lo juro. —Susurró con el puño de los anillos, puesto en sus labios.
Escuchó que tocaron la puerta desde afuera y tan rápido como pudo, tomó una toalla y la envolvió en su cintura.
— Adelante
La puerta se abrió y entró a quién menos esperaba.
—¿¡Elvan!? ¿Qué haces aquí? —Inquirió, confundido.
—No me dirijas la palabra, Sasha. Declaró en un tono cortante. Estaba enojada.
—¿Pero qué te ocurre?
—Eres un cobarde. Ya sé que te comprometerás con Laia Yilmaz. Solo la utilizarás, a esa inocente muchacha que nada tiene que ver con tu caprichosa venganza.
Sasha intentó tomarla de los hombros para calmarla, pero ella, quitó sus manos de un manotazo.
— Es igual de alimaña que todos los Yilmaz. Lleva su sangre, su adn. ¡Tarde o temprano le saldrán las garras y los colmillos y nos acabará, cómo sus padres lo hicieron con tu padre y tu madre, entiende!
Elvan alzó la mano hasta la altura del rostro de Sasha y amagó en darle una bofetada.
—Mírate Sasha, en qué te has convertido. La noticia del atroz atentado a Empresas Yilmaz, es internacional. No sé cómo dicen los medios que no hay muertos. Cuando venía del aeropuerto pasé por el lugar. ¡Había sangre, sangre, Sasha! Sangre de inocentes.
—Solo te permití que vinieras a saludar a tu primo. No que le reclamases. —Intervinó, Azra. Que apareció de repente por la puerta de la habitación.
Sasha se metió en medio.
—¡Tú eres la causante que Sasha esté lleno de odio. Eres un monstruo vil y sin corazón y lo estás convirtiendo poco a poco a él, en un ser sin alma como tú!
—¡No te atrevas a faltarme al respeto, chiquilla insolente!
Azra se volteó a la puerta y ordenó:
—¡Doruk, lleven a esta irrespetuosa a su recámara y la encierran con llave!
Los hombres se aproximaron y la tomaron de los brazos. Mientras esta forcejeaba. Miró a Sasha y en tono de súplica le preguntó:
—¿Acaso no me ayudarás o es qué ya eres igual a la sádica de tu madre?
Sasha contenía las ganas descomunales de socorrerla bajo la mirada atenta y fulminante de Azra. Finalmente, abrió la boca.
— Llévensela — Ordenó, indolente.
Los hombres la cargaron en peso y salieron. Mientras los gritos de desesperación de Elvan, estremecían la mansión.
Sasha agachó la cabeza y frenó las lágrimas que luchaban en salir. Azra se aproximó con sutileza y pidió se sentara en el borde de la cama. Lo tomó de la mano y le acarició la nuca. Mientras tarareaba una canción.
— No es tu culpa, hijo mio. Son daños colaterales. Y recuerda que ellos asesinaron vilmente a tu abuelo y deshonraron el apellido Meier y tú, eres nuestro vengador. Tu eres su juicio final. —Le susurró al oído.
—Lo sé, madre. Tengo todo claro. —
— Eres mi orgullo, mi único orgullo y por lo tanto debes de completar tu venganza, así podré morir en paz. — Seguía susurrándole a Sasha.
— Así será, madre. La escoria Yilmaz será borrada de la faz de la tierra. Aquella promesa que hice de niño, la cumpliré al pie de la letra. Cada muerto, cada herido que hubo aquella mañana, yo, los vengaré a sangre y pólvora, lo juro.
—Así se habla.
Azra le dió un beso en la mejilla y luego, se precipitó a la puerta de la habitación.
Una hora después
El camino hacia la mansión Yilmaz, era pedregoso. La camioneta en la que se encontraba Sasha y su supuesta madre. La señora Elif. Se movía con brusquedad en todo momento. El recorrido había sido largo, desde la mansión Meier. Una hora y media, más o menos.
Vestía de saco y corbata, elegante y apuesto. El color negro, hacían ver sus ojos como dos llamas verde agua en una habitación en penumbras. Su mandíbula, fuerte y marcada. Su nariz, perfilada y sus abundantes cejas, convertían a Sasha, en el hombre perfecto. La hombría lo acompañaba, su semblante de poder y dominio sofocaba a cualquiera que se le crusace en el camino.