“El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro"
—Friedrich Nietzsche
El apellido Meier resonó como un campanario oxidado, en los tímpanos de los Yilmaz. Gözde volteó a mirar a su esposo e hijos. El mayor, Kemal Yilmaz, se precipitó de una forma iracunda a Sasha y este, en un solo movimiento rápido de manos, lo incapacitó. Haciendo cayera a las escaleras.
El resto de hombres de la familia, sacaron sus armas y apuntaron sin dudarlo a Sasha y a la señora Elif. La señora Gözde bajó de los cortos escalones y, encaró al pelinegro.
— ¿¡Cómo se atreve un Meier a pisar la propiedad Yilmaz!? Reclamó, iracunda.
Sasha sonrió y la miró a los ojos. Quería hacerlo, quería revelarse ante ellos y matar al que tuviese que matar.
—¡Acábenlos! — Ordenó, Gözde, entre una sonrisa alegórica.
Al unísono de quitar el seguro de las armas, intervino de suerte brusca la joven Laia, que bajó similar a un ángel en vestimenta blanca y fina como la seda.
— No, las cosas no se solucionan de esta manera, madre. —Espetó
Gözde la miró con rabia y manifestó:
—¿¡Acaso eres estúpida!? ¿¡O es qué esa parte no la conocía!?
—Dime lo que quieras, pero, no permitiré que asesinen a estas personas. —Dijo, con premura.
Sasha alzó la voz:
—No tengo idea del por qué quieren asesinarnos. Nosotros somos gente de bien y hemos venido en son paz.
—No te hagas el iluso, sé perfectamente bien a la calaña que perteneces.
Sasha maldijo a Gözde para sus adentros.
—Vuelvo y aclaro, no sé de qué me está hablando, señora Yilmaz.
—Eres Meier, eso, a eso me refiero. Nuestros mayores enemigos desde que tengo uso de razón, yo, deshonré tu cochino apellido hace más de veinte años. Pero a ti, a ti no te he visto nunca. Ni siquiera pareces un asqueroso Meier.
La rabia en Sasha emergía cómo la lava de un volcán. Un insulto más y la cabeza de la señora Gözde tendría un agujero de la frente hasta la nuca.
— Creo que hay una severa confusión de apellidos. No tengo idea de quiénes son sus mayores enemigos. Pero le aseguro que yo, no lo soy. Soy de los Meier de Kars, al sur de Turquía para ser exactos.
La señora Gözde carraspeó, con vergüenza y sorprendida ante lo ocurrido, ordenó bajasen las armas.
—Perdón, por el bochornoso momento, joven y a usted también le pedimos perdón, señora. —Manifestó, apenada.
—¿Ahora que está todo solucionado, podemos pasar a lo que hemos venido?
Gözde asentó e hizo pasar a la señora Elif y a Sasha a la inmensa mansión. Los Yilmaz abrieron camino y Sasha y la señora Elif, pasaron entre ellos entrando así ahora, a la boca del lobo.
Las empleados empezaron a murmurar sobre Sasha escondidas detrás de las pilastras del vestíbulo. Era inmenso y soberbio. La cristalería y la madera hacían un protagonismo impecable. El piso, de mármol blanco y negro. Un candelabro de cristal, gigantesco, pendía quieto y reinante en la cúpula de cristal que hacía de techo. Las luces eran cálidas y daban una impresión inquietante. Las grandes ventanas se extendían de extremo a extremo desde el techo, hasta el piso, semi ocultas por cortinas de seda blanca y gris.
Mientras más caminaban hacia el despacho principal. Más cosas veían sus ojos. Objetos caros y una cantidad incontables de fotografías familiares, en las que curiosamente, la figura de Laia, era ausente.
Finalmente, llegaron al despacho principal y como si fuese una empleada más, impidieron la presencia de Laia y esta, sin otra alternativa, accedió. Una muchacha, de cabello liso, tiró una pequeña carcajada. Se trataba de Azru, la única prima de Laia. La muchacha era pedante con el que se le cruzara en el camino. Ser una Yilmaz, la tenía en un pedestal inalcanzable y soberbio. Odiaba a Laia por el hecho de ser tan inocente. Detestaba a morir aquella cualidad de la jovencita.
Sasha se levantó en un santiamén y protestó:
— ¿¡Acaso no es su hija, señora Gözde!?
Gözde suspiró y llamó a Laia, evitando que esta saliese.
—Tranquilo, señor. No es necesaria mi presencia en este lugar. — Aclaró Laia, dirigiéndose a Sasha.
—No me digas señor, dime Sasha y tú presencia aquí es primordial. —Manifestó, Sasha. Dirigiéndose a la pobre Laia con una fulminante mirada.
Esta regresó y se sentó.
—Ahora, joven Sasha, díganos el propósito de su inesperada llegada.
Sasha suspiró hondo y secó el sudor de sus manos.
—He venido a pedir la mano de su hija, Laia Yilmaz.
Azru, corrió a mirar a Laia de una manera en la que denotaba odio puro y Laia, por otro lado, no se veía alegre, sino todo lo contrario.
—Entendemos que hicimos un anuncio el día del fatídico atentado a nuestra principal planta de combustible —Sasha asentó con supuesto lamento— Pero, no creo que usted sea el hombre correcto para Laia.
—¿¡Por qué no soy el hombre correcto!? ¿¡Acaso no cumplo sus expectativas!?
—Por supuesto que no. Al contrario, usted ante los ojos de cualquier mujer, es el hombre perfecto. Pero para una mujer que lo merezca y que esté a su altura y Laia, desgraciadamente no lo está.
La señora Elif carraspeó y corrió a ver a Sasha. Laia buscaba un ángulo en el que su rostro no pudiera verse, la vergüenza la carcomía.
—¿Acaso su hija, no es buena chica?
—Claro que lo es, pero, no me parece que esté a la altura de poder llevar a un hombre como usted. ¿Por qué mejor, no pide la mano de mi pequeña nieta, Azru?
Sasha volteó a mirar a Laia que ocultaba con su indomable melena su rostro.
— Yo no quiero que su hija me lleve, yo quiero llevarla a ella de mi mano hacia donde ella ordene— Todos los presentes, intercambiaron miradas de sorpresa—. Su nieta Azru, no es de mi interés, únicamente Laia y no me iré de aquí hasta que me cedan su mano.
— Entonces si así usted desea, así será. ¡Laia, ten un poco de respeto hacia el joven y míralo!—Protestó el padre de Laia.