El reloj de péndulo que se encontraba al fondo del vestíbulo de la mansión Yilmaz. Emitía un sonido ronco y lleno de misterio. Mientras que, un ajetreado ambiente sofocaba el gran vestíbulo. Las luces de la mansión, eran innecesarias ahora. La luz del amanecer empezaba a asomarse, tímida y delicada entre las opulentes ventanas de cristal, que, por primera vez en muchos años, las cortinas que las cubrían y defendían del sol, fueron apartadas. Aquello era una tradición familiar de los Yilmaz que consistía en destapar las ventanas y cambiar las cortinas como señal de que, un nuevo miembro de la familia contraería matrimonio. Se mantendrían abiertas, hasta que, Laia saliera de la mano de Sasha hacía una nueva vida.
Los preparativos para la fiesta de la quema de henna, estaban listos. Las mesas, los centros de mesa, los manteles, las sillas, las flores y lo principal, la henna. Un vestido rojo, sería el acompañante para el cuerpo de Laia en unas horas. Así lo dictaba la tradición y los Yilmaz acataban todo al pie de la letra. Faltaban horas para la boda y, estaban emocionados y no precisamente por la felicidad de Laia, al contrario, festejaban porque Laia finalmente, se iría lejos de ellos.
Por el vestíbulo, tal cual niña jugando, pasó apresurada, Laia que, observaba a su alrededor de manera agitada. Mientas que sus pies se chocaban con las cosas que yacían tiradas en el piso. El estruendo se escuchó en gran parte del vestíbulo, tomando la atención de Cansu que, ocupada arreglando las cosas corrió hacia Laia y la detuvo en seco.
—¿¡Por qué corre señorita Laia. Viene de afuera!? —Inquirió. Lanzándose a Laia una mirada inquisitiva.
Laia lo entendió y abrumada por tener que contar el por qué de su actuar tomó a Cansu del brazo y la llevó a la cocina en dónde tomaron asiento.
—Ahora dígame, señorita Laia. ¿Por qué venía corriendo? ¿La arpía descarada de Azru le hizo algo? Dígame si así fué para decírselo a al señor Osgur.
Laia sonrió. Sabía que Cansu intuía muy bien el por qué de su aparatosa llegada a la mansión.
—Te diré, pero, que quede entre nosotras, Cansu. —Le dijo en voz baja.
Cansu saltó de felicidad y emitió su famoso chillido.
—Cuando estaba en el balcón esta madrugada—Laia miró hacia los lados para asegurarse de que nadie más estuviese oyendo— llegó el señor Sasha.
Cansu revoloteó sus manos en señal de emoción.
—Se metió a la mansión como un delincuente. No sé cómo lo hizo y pues, me llevó con él. —Confesó de forma inmediata.
—¿Donde la llevó, señorita?— Preguntó Cansu de manera acelerada junto con una mirada que reflejó todo lo obsceno que pasó por su mente.
—Que mal pensada.Todavía soy virgen.
—Yo no he dicho lo contrario.
Laia la interrumpió y en un suspiro y una sonrisa de enamorada, le confesó:
—Me llevó a las afueras de pueblo a un campo gigantesco de claveles rojos y— Laia se lamió los labios y prosiguió— Me besó.
Cansu se sobresaltó de la emoción quemándose la mano con el café.
—¿Y usted que hizo? No me diga que le dejó ahí. — Preguntó.
—También lo besé— Dijo, notandose apenada y prácticamente forzada. Cansu era muy obstinada y le estaría preguntando todo el día.— Y ya, tengo que ir a mi habitación. Mis padres están por levantarse y sería muy raro que me vean sucia de tierra.
Cansu se levantó, revoloteando su cuerpo y salió sigilosamente junto a Laia.
—Deje el vestido en el ropero. Yo me encargaré de que no quede evidencia de su escapada. — Dijo, Cansu. Guiñando un ojo. Laia asentó y a paso apremiante subió las escaleras.
Mansión Meier
Tocaba sus labios con los dedos sucios de tierra y se lamía con tal ímpetu que, su lengua permanecía seca. Sentía el apabullante sabor de sus labios arrasar con sus papilas gustativas. El olor que emanaba, aquél olor dulce y envolvente ponían en jaque su fuerza de voluntad.
Se sentía atrapado, envuelto, abrazado entre sus manos, entre su corazón. Se estremecía constantemente al recordar aquella piel, suave y ligera, cómo el algodón, sus labios, suaves tal cual seda de la más fina. Delicados y temblorosos. Sus manos frías y sudadas la asemejaba a una hermosa canción que en susurros le cantó al oído.
No había debate ahora. Aquello se acalló. Lo que sentía ahora, abrazaba fuertemente aquél odio, aquel sentimiento perpetuo de venganza. Se derretía cómo la cera, en su corazón, en su alma. En aquellas paredes grises en las que permanecía prisionero ante el odio que emanaba su mente y alma.
Se encontraba en un risco, cerca de la mansión. Sentado sobre una roca. Contemplando el amanecer que, desaparecía ante sus ojos. Allí, podía permitirse disfrutar de aquello que nunca se le fue permitido sentir. Llorar. Algo básico y simple se le fué negado siempre. Como si de un delito sin paga se tratara. Aquél lugar era su refugio, por eso asistía de vez en cuando para alivianar su pesada alma. Azra se lo impedía, sabía bien el propósito por el cual visitaba ese lugar.
—¿Qué haces aquí, Sasha?— Escuchó repentinamente a sus espaldas la voz de Azra.
Se volteó con rapidez y apreció a su madre. Acompañada por Osman.
— Es muy peligroso estár aquí. ¡Osman, llévatela! —Ordenó de forma sutil a su primo.
—¡No me llevarás a ninguna parte, Osman! Vete. —Espetó arisca y su sobrino, sin otra alternativa más que seguir la orden de la matriarca, se retiró.
—¿Que te pasa, madre?— Preguntó Sasha.
— Tus ojos, destellan otro brillo. ¿¡Por qué!?— Lanzó de inmediato el primer dardo hacía Sasha.
Sasha resbaló en sus palabras al no saber que responder.
—Conozco muy bien a mi primogénito y aquella mirada denota un sentimiento muy asqueroso.
Sasha se sobresaltó al oír tales palabras por parte de su madre. Impidiendo hablase.
—¿¡Acaso estás enamorado de aquella jovencita!?— Preguntó de manera firme. Viendo a Sasha a los ojos y antes de que Sasha aceptara tal pregunta empezó a bombardear la mente de su primogénito.