"La venganza desgarra el corazón y atormenta la conciencia"
— Arthur Schopenhauer
Finalmente, la virginidad y pureza de Laia le había sido arrebatada por Sasha. Su inocencia y blancura habían sido despojadas de su alma como un par de pichones que fueron arrancandos de su madre.
El día se vestía de luto, el sol se ocultaba dejando a un lado su prepotencia y una fina e indefensa lluvia caía sobre el pasto. El viento era hostil, frío y envolvente y la traición reinaba sobre los corazones de Laia y de Sasha.
Todavía faltaba un paso. El más importante y difícil para Sasha. El más inhumano y vil y que dejaría a Laia sumida en el dolor.
Laia empezó a despertar esbozando un regular bostezo y sonrió de inmediato al ver a Sasha de espalda frente a ella sentado en el borde de la cama. Levantó su descansado cuerpo y rodeó a Sasha entre sus brazos, posando su quijada en el hombro de este y, reganlandole un genuino beso en su mejilla. Sasha no tuvo reacción ante el gesto de Laia y en cambio se levantó haciendo que Laia también lo hiciera.
— ¿No me darás los buenos días, esposo mío?— Hizo la pregunta, Laia. Sonriente y alegre.
— Yo no soy tu esposo. — Replicó, Sasha, tan frío como un péndulo de hielo.
Laia se desconcertó y en un santiamén se posó enfrente de Sasha y este quitó su rostro.
—¿Qué has dicho, Sasha!?— Inquirió, al borde las lágrimas en tono trémulo.
—Lo que escuchaste, Laia Yilmaz—Gesticuló con ímpetu el apellido— no eres mi esposa y nunca lo fuiste.
—¿Por qué me dices eso, Sasha? Ayer fué nuestra boda y hoy me entregué a tí, estábamos enamorados. —Aclaró, con los ojos llenos de lágrimas y tono desolado.
—Aquella pregunta tendrá respuesta muy pronto y esa era la idea, Laia. Quitarte la virginidad— Frenó sus palabras y volvió su mirada a los ojos de Laia que brotaban lágrimas a más no poder— Yo nunca estuve enamorado de tí. — Respondió, ácido y hostil.
Tales palabras. Frías y tajantes, resonaron en un eco sordo en Laia. Sintió que el tiempo se detuvo, que todo eso era un mal sueño, una pesadilla de la que no podía por más que intentaba salir. Sasha la apartó del camino y salió de la cabaña con premura hacía la camioneta y Laia como un niño que buscaba el amor de su madre, corrió tras Sasha que la apartó de empujón haciendo callera de rodillas ante él.
—No te vayas Sasha, por favor. —Suplicó a llantos aferrándose a la pierna del pelinegro y este sin compasión alguna la apartó vilmente y siguió su camino.
Los gritos de Laia, suplicando que regresara retorcía y estremecía con dolor toda la extensión de Sasha que, con las lágrimas en los ojos y un agobiante nudo en la garganta se repetía para evitar regresar que, todo estaba completado.
Se detuvo en seco al no oír a Laia y volteó con lentitud topándose con una Laia completamente distinta que, tirada en el pasto enlodado lloraba hasta quedar sin respiración mientras extendía su brazo con la esperanza de que aquél hombre que le juró amor y juró protegerla, regresase y la salvase de la enorme agonía que el mismo provocó.
Sentía su alma desgarrarse, ser desmembrada y apuñalada sin piedad al ver a Laia retorcerse en el mojado pasto. Miró al cielo y mordió sus labios con tal fuerza que hizo sangraran.
—Ya está hecho, padre y abuelo. — Recitó con la voz entrecortada y con gritos de desesperación apunto de salir.
—Sasha, no me hagas esto, te lo imploro.— Suplicó en un tono cansino y desgarrado la muchacha.
Cada palabra que emitió fué un puñal para el estrecho corazón de Sasha y, con unas fuerzas colosales dió la media la vuelta y a paso pesado y desgastado siguió su camino ante los gritos desgarrados de Laia que recaían con abrupta fuerza y dolor sobre su mente.
Tomó su celular y llamó.
—Ya está hecho, madre. Ya podemos estár en paz.
El llanto ahogado de Laia era doloroso. Sentía morir al ver al hombre a quién entregó su inocencia y quién fue el que le prometió morir si ella también lo hacía. Levantó su mirada al cielo con las escasas fuerzas que yacían en ella.
—¿Por qué Dios? —Inquirió, exhausta y terminó por desmayarse.
Tres horas después
El discurso de agradecimiento por el compromiso de Laia por parte de los Yilmaz en la plaza principal de Ankara acaparaba todos los medios de comunicación, desde emisoras hasta la cadena nacional.
Varias pantallas gigantes, transmitían el histórico momento de la familia Yilmaz en todo el centro de Ankara.
La señora Gözde era quién tenía el micrófono y daba un discurso sobre el amor y pisaba con fuerzas el piso de piedra en señal de autoridad porque sabía plenamente que Azra estaba de espectadora en algún lugar.
Una auto color negro brillante Irrumpió dramáticamente en la ceremonía haciendo que los guardias de la familia Yilmaz se pusieran en guardia.
El silencio empezó a reinar y, de forma dramática, sorpresiva y silenciosa salió la matriarca Meier, portando de su mano derecha un bastón de ébano.
La señora Gözde no asimilaba la situación. Le hervía la sangre al ver a su mayor enemiga frente a ella y aún peor, caminando.
—¡¡¡Maten a esa víbora!!!— Ordenó a los guardias en tono de graznido y estos en el primer movimiento calleron muertos por los impactos de rifle que vinieron desde los edificios aledaños.
La gente se alarmó pero, Azra en un tono severo les ordenó calma y así fué.
Caminaba hacia la señora Gözde como un león acechando a su presa y esta la miraba con rabia e incertidumbre al ver después de más de una década a la Yilmaz a quién le arrebató sin piedad su virginidad y por mucho tiempo su caminar.
Llegó hasta dónde estaban, reinante y soberbia y, en un tono de triunfo y sarcasmo preguntó:
—¿Cómo estás querida, alegre de verme?
La señora Gözde no emitía palabra. No podía hacerlo y en ese momento, Azra dió la media vuelta quedando así de cara a los medios de comunicación y a las personas presentes.