Años de amor han sido olvidados, en el odio de un minuto
—Edgar Allan Poe
Una lluvia torrencial, caía sobre Estambul. Los truenos y relámpagos, marcaban territorio sobre el grisáceo cielo que parecía caer en picada hacia la gran ciudad.
Sasha, se hallaba recostado bajo el umbral de la puerta de la habitación en la cual se encontraba Laia. Los fantasmas del pasado, al parecer, revoloteaban en su mente como mariposas monarcas. Se debatía con él mismo, si era digno de entrar a ver a su princesa, gracias a todo lo que él le había hecho pasar, desde el día uno en que la conoció y aquello le sofocaba la mente a más no poder.
Le había dicho a Osmán que lo dejara solo con Laia, obviamente este aceptó y aprovechó para llevar a Azra a la mansión y a Osgur, a un hotel cercano, producto de que se negaba a ver una vez más a su familia.
Finalmente, el rubio de ojos verde agua, entró, no sin antes tambalear en su decisión.
La habitación desde adentro, se veía mucho más oscura que verla desde la puerta y tampoco era como si el grisáceo día cooperaba. Una mampara traslúcida, separaba la ventana de la cama de Laia que se encontraba sumida en un profundo sueño.
Sasha, se acercó a una pequeña mesa de noche y encendió una lámpara que alumbró gran parte de la habitación y fue ahí donde la vio por completo, sin máquinas, sin aparatos, solo ella, solo su pureza, solo su luz.
Quiso retener las lágrimas, pero falló en el intento, y estas, como una manada de gacelas, empezaron a correr sobre sus mejillas, para proceder a caer sobre Laia.
—Mi corazón.— Sollozó, a la par que acariciaba el suave rostro de la pelinegra.
El llanto, salía con rapidez por su garganta y pupilas que reflejaban el dolor que embargaba a su alma y la hacía caer, en un abismo en el cual le era imposible escapar. <<Pero merecía aquel dolor>>, pensaba.
—Te prometo que no volveré a dejar que te dañen, Laia.— Gimoteó, mientras tomaba su mano y la apretaba, con tal fuerza que parecía querer adherirse a su cuerpo— Ni yo, ni nadie va a lastimarte, mi amor, te lo prometo.—
Sentía su corazón quebrarse en un millón de pedazos.
—Por ti y por el pequeño que viene en camino, juro que pararé con esta venganza.— Lloró, besando el vientre de su amada.
Por primera vez en su vida, aquella intransigente promesa que tomó desde niño, de acabar con el apellido Yilmaz y completar su formidable venganza hacia aquellos que asesinaron a su padre, había sido rota.
—Te llevaré lejos de aquí, mi amor, nos iremos al Mediterráneo o a América y nunca más volveremos a pisar Turquía. Ya hablé con Osmán y con tu hermano Osgur, ellos nos acompañarán al aeropuerto. Nadie lo sabe, solo ellos. — Siseó en su pecho, en tono ahogado.
Había pensado que era lo mejor alejarse de todo y de todos los que alguna vez lo llevaron a aquella decisión y no lo hacía por él, sino por ella, porque sabía que aunque él frenara con la venganza, detrás de Laia, andaría su familia, en busca de su vida.
—Nos iremos con el pequeño que viene en camino, Laia, con nuestro futuro hijo, pero antes tienes que despertar y recuperarte, mi madre ha cedido y ha puesto a nuestra disposición los bienes del apellido.—
El llanto empañaba a sus retinas, pero aquello no fue impedimento, para que observara como los ojos de Laia, como aquella dulce e inocente mirada empezaba a verlo, a través de lágrimas.
—¿¡Laia!?— Siseó
…
La tensión y sorpresa en la nueva residencia Yilmaz, se hacía presente de esquina a esquina.
—Kemal, ve y busca a tu hermano. Tiene que volver con nosotros.— Ordenó la señora Gözde.
—No creo que mi primo quiera volver aquí, tía y menos ahora que tiene planeado acompañar a Laia y a ese Sasha al aeropuerto.— Azru, tomó la palabra, de una manera chocante.
—¡¿De qué hablas, Azru?!— Preguntó, Gözde, algo confundida.
—Pensé que habías escuchado todo en el hospital.—
—No, no escuché nada, no te andes con rodeo y suelta ya lo que tienes en la garganta.—
—Sasha, planea irse de Turquía junto a Laia en cuanto despierte. Se lo dijo a su primo y a Osgur, entre llanto, cuando ingresaron a Laia a la habitación. Supongo que no se percató de que aún estábamos en el hospital. —
—¡Ese maldito Yilmaz!— Gritó, Kemal, seguido a esto, se precipitó a la puerta principal.
—¡¿Dónde piensas ir?!— Inquirió, Gözde que alcanzó a tomarlo del brazo.
—Voy al hospital, mamá, él no puede llevarse de esa forma a tu hija y a tu nieto.—
—¿Y quién ha dicho que yo quiero a esa criatura?— Demandó con premura.
—Pensé que sí lo querías, madre.— Replicó, extrañado.
—El niño tiene sangre Meier, Kemal. Es tan maldito como Sasha y Azra. Sería una gran humillación para nuestro apellido, delante de los ojos de Turquía.—
—¿Y qué harás cuando nazca? No puedes evitar que lo sepan, mamá.—
—¡Sí puedo evitarlo, impidiendo que el niño nazca!—
—¡¿Piensas matar a la criatura?!— Cuestionó, impresionado.
—Estás en lo correcto, Kemal. Laia no puede tener a ese bebé, no puedo permitir que nazca. Sería un tiro a la cabeza de nuestro honor.—
—¡¿Y cómo piensas hacerlo?! Es imposible. Laia está rodeada de guardias de los Meier. —
—Tú me ayudarás, Kemal.— Sentenció, con una cruel mirada que sacaba a relucir un inmenso odio.
El gran vestíbulo dorado quedó prácticamente vacío, al retirarse Gözde junto a Kemal, quedando solo Azru, que miraba al horizonte con una maliciosa sonrisa. Dio la vuelta hacia las escaleras e inesperadamente notó la presencia de Cansu, misma que había escuchado la conversación entre Gözde y Kemal.