Entre el odio y el amor

Capitulo treinta y dos: Entre la espada y la pared

La caravana de autos, seguía su camino, rumbo al aeropuerto internacional de Estambul, excepto en el que Laia y Sasha iban. Ese, había tomado otra ruta, para así, prevenir cualquier tipo de inconvenientes con posibles periodistas.

El camino no era el mejor. El polvo se levantaba a más no poder, al pasar de las llantas. Era un camino prácticamente intransitado, en el cual, la hierba era seca y la tierra, parecía arena.

Sasha, no cabía en el pellejo. Sentía que todo aquello lo que una vez dañó a Laia, poco a poco, iba quedando atrás. Le acariciaba el vientre a Laia, a la par que la abrazaba con cariño, mientras esta, solo sonreía con verdadera alegría mientras tomaba la rústica mano de su amado.

Al lugar al que irían, sería lejos de Turquía, para ser preciso al otro lado del continente. Sasha, había tomado como destino desde un principio, la costa Amalfina de Italia, más, luego de un par de días reflexionando, decidió cambiar su destino al Caribe panameño. Había escuchado que aquel, era un sitio bastante tropical, desde luego, la idea le pareció extraordinaria, sumado a que una de sus principales cuentas bancarias se hallaban en los bancos del país canalero, esto, sería una formidable oportunidad, para asesorarse el mismo, respecto a sus números.

Claramente, le consultó a Laia sobre su opinión al respecto del destino que tenía en mente y esta, sin dudarlo aceptó << Quiero estar lo más lejos que pueda de Turquía>> fue su contundente respuesta a la pregunta de Sasha.

—Poco a poco nos alejamos más de nuestras familias, Sasha.— Musitó, a un tono cansino y melancólico que revelaba la gran emoción que le causaba despedirse de su amarga vida en la mansión.

Sasha, al verla con los ojos hechos agua, solo, le entregó un beso en la mejilla y apretó con ímpetu su cuerpo, dándole a entender que todo estaría bien.

—Extrañaré mucho a mi hermano Osgur y a Cansu.— Dijo, entre lágrimas de nostalgia.

—Ellos podrán visitarnos cuando quieran y le prepararemos algo delicioso y los llevaremos a conocer Panamá.— Mencionó, ido en sus cavilaciones.

—Ojalá así sea. Solo quiero que no se alejen de mí nunca y que siempre me recuerden.— Siseó, cavilando en sus recuerdos, en sus mejores recuerdos.

—No lo harán, mi amor.— Consoló

—¿Y se les llega a ocurrir algo malo?—

—No pienses en aquello. Osgur está protegido por la seguridad de nuestra familia. Ya te lo había dicho, mi corazón.—

—Y Cansu, ¿qué hay de ella? Ni siquiera pude verla para despedirme.—

—Luego la llamas y hablas con ella.—

—Ya la llamé y no respondió.—

—Puede que estuvo haciendo algo importante. Como por ejemplo, lavarle los calcetines a tu prima Azru.— Vaciló, en un intento de apaciguar la preocupación que embargaba a la melena de león.

Laia soltó una modesta risa, ante tal comentario.

—No creo que las serpientes usen calcetines.— Siguió el juego, a tono cómplice.

—Quizá lo utilice en la cola.— Respondió, Sasha, de forma bromista.

Nuevamente, la risa de Laia, salió a relucir.

—¡Eres un malvado, Sasha!— Sostuvo, a modo cantarín.

...

Çubuk, Ankara

El lujoso automóvil se aparcó frente a la gran puerta de roble barnizado y de este, bajó la matriarca Meier, apoyada de su bastón.

—¿¡Puede facilitarme su nombre, bella dama!?— Instó, el hombre que al parecer cuidaba la puerta.

—No es necesario que yo dé mi nombre, jovencito. Vengo a dar mis condolencias a mi padrino Mustafá.— Luego de la llamada al señor Mustafá para entregar sus palabras de aliento, por la perdida de su único hijo, esta, tomó la decisión de ir a visitarlo de sorpresa a su residencia a las afueras de Ankara.

—Oh, ya veo, a usted la recuerdo, es la señora Azra Meier. Pase— Abrió con ímpetu la gran puerta— El señor Mustafá está en su despacho. Subiendo las esc…— El muchacho, frenó sus indicaciones, al notar y entender la mirada de Azra, misma, que entró sola, dejando fuera a su guardaespaldas.

Conocía la mansión de arriba a abajo, por ende, las indicaciones que aquel muchacho le entregaba, no eran más que palabrerío.

Seguía su camino, con paciencia, atada a la nostalgia que aquella gran residencia le otorgaba a diestra y siniestra. Todavía podía escuchar, las voces de su padre y esposo e incluso la de ella misma, razonar con alegoría entre las paredes de madera, mismas que antes yacían relucientes, a pesar de ser de roble oscuro y que ahora, la oscuridad las embargaba a más no poder, entregando a los ojos de cualquiera un lúgubre paisaje y esto, gracias a la tristeza que llevaba el señor Mustafá en su alma, desde aquel horrible día en el que sus más fieles amigos murieron, bajo las garras de los Yilmaz.

Había perdido toda esperanza, ellos habían sido como unos hermanos para él y ahora, otro peso se añadía a su memoria, un peso inimaginable del cual, no podía siquiera levantar.

Azra, observaba con ínfimas lágrimas, los retratos de su padre y esposo, junto al señor Mustafá, mientras que en otros, se hallaba ella, joven y reluciente como un ruiseñor.

Se sorprendía al sentir todavía, los olores de sus amados hombres, impregnados en el ambiente, a pesar de la lechosa capa de polvo que cubría todo, desde el fino piso de madera, hasta las sábanas blancas que cubrían los muebles, hasta llegar al gran candelabro de cristal, que colgaba reinante, sobre el gran vestíbulo, adornado por oscuridad y desidia.

Subía con paciencia, las escaleras de madera que rechinaban bajo sus pies, a la par que tocaba el barandal cubierto de polvo y sentía, como su mente viajaba a sus más hermosos recuerdos en aquel lugar.

Finalmente, llegó al último escalón y se precipitó sin dudarlo a la puerta del despacho, no sin antes, apreciar un gran reloj de péndulo, mismo que cuando era niña, le causaba pavor, por el ronco sonido que emitía.



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En el texto hay: amor secretos drama odio

Editado: 12.11.2024

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