Entre el odio y el amor

Capitulo trienta y cuatro: Un grito al cielo

De nadie seré, solo de ti. Hasta que mis huesos se vuelvan cenizas, y mi corazón deje de latir.

Pablo Neruda

La tensión era casi palpable, sobre aquel terreno árido en el que se hallaban. Por un lado, aquellos misteriosos mercenarios, colmados de armas y por otro, Sasha, solo y sin protección.

Rodeó el automóvil y quedó frente a él.

El hombre que caminaba hace unos momentos hacia ellos, se detuvo, frente a Sasha. Lo miraba a los ojos bajo el pasamontañas, con una burlesca expresión.

—¡Me tienen aquí! ¡Ahora, llévenme!— Deparó con firmeza al hombre.

Sabía lo que decía y lo que hacía. Según él, de esa manera. Sin poner resistencia y entregándose en bandeja de plata a sus captores, Laia, tendría tiempo de huir hasta el aeropuerto.

El hombre no respondió y a cambio, estampó un fuerte golpe al estómago de Sasha. Ocasionando que este cayera al suelo arenoso, situación, que aprovechó para patearlo sin piedad, mientras este, solo resistía, sin hacer ruido, para no levantar más preocupaciones a Laia y que esta, no hiciese algún ruido que la delatase.

La sangre brotaba de la boca de Sasha, en minúsculas y exiguas gotas que terminaban mezcladas con la tierra suelta que había bajo su cuerpo.

El hombre no se detenía. Parecía odiarlo, o al menos eso percibía Sasha.

Los golpes cesaron y el pelinegro, pudo abrir los ojos, topándose con la mirada a otro hombre, pero este, no parecía que quería hacerle daño, sino al contrario, detenía a su compañero y trataba de llevarlo lejos de Sasha.

—Vamos por la muchacha. Está en el maletero.— Dijo uno de los hombres.

—¡No, a ella no, llévenme a mí!, ¡Llévenme a mí!— Le gritó a los mercenarios, mientras se ponía de pie, pero esta acción fue sofocada por el mismo hombre que hacía escasos momentos, había cesado los golpes. Ahora lo tumbaba con desdén al suelo y lo apresaba bajo sus brazos, quedando Sasha, justo a un lado del maletero en el cual, ya, aquellos hombres abrían.

Los gritos de pavor de Laia, estremecían todo el cuerpo de Sasha, mientras la impotencia surgía como lava ardiente al escuchar a la luz de sus ojos, suplicar a llanto suelto, mientras que él, solo podía observar como abrían la cajuela.

Súbitamente, el forcejeo se detuvo y sin esfuerzos, pudieron abrirla, pero se llevaron una gran sorpresa, al Laia, golpear con una llave inglesa a uno de los sujetos, ocasionando que este cayera aturdido al suelo. Aprovechando así la breve distracción, para salir de la cajuela y escapar.

—¡Corre, Laia, corre!— Le gritó Sasha, sumido en el llanto, mientras veía a Laia salir con un ímpetu torpe del maletero.

Los mercenarios se dispusieron a perseguirla, pero el hombre que hace un rato golpeó sin compasión a Sasha, le gritó que se detuviesen y al unísono de hacerlo, miró con malicia a Sasha y sin más, sacó un arma.

—¡Mátame, hazlo ahora!— Vociferó el pelinegro, al pensar que él sería la víctima.

El hombre llevó su dedo a los labios e hizo una señal de silencio a Sasha y este lo entendió de inmediato.

Un grito desgarrador emergió sin compromiso de la garganta de Sasha, calando incluso en el resto de mercenarios.

El hombre apuntó el arma hacia Laia y disparó.

—Es extraño que todavía no hayan llegado, Osmán.— Sostuvo, Osgur.

Habían llegado a la terminal del aeropuerto, hace aproximadamente veinte minutos y desde entonces, no supieron nada de Laia y Sasha.

—Puede ser que el camino les esté dificultando la llegada.— Respondió, Osmán.

—¡¿Y si les ocurrió algo malo?!—

—Ya me hubieran llamado.—

—Revisa tu celular. Puede que tengas alguna llamada y no la hayas visto. Yo he tomado esa ruta muchas veces en sedanes y no tardo tanto, aparte si hubiesen tenido algún tipo de contratiempo Sasha o el chofer te hubiesen informado.—

Osmán, asentó ante el pedido de Osgur, a la par que pensaba con sesudas ganas lo antes dicho.

Metió la mano en su bolsillo y sacó el teléfono. Descubriendo un incontable número de llamadas desde el celular de Sasha.

—¿Qué pasa?— Inquirió, Osgur al ver la expresión de Osmán.

—Sasha me estuvo llamando, Osgur.—

Cuando se dispuso a marcarle a su primo, entró una llamada. Osmán bosquejó una expresión de extrañesa

—¿Qué pasa, quién es, Osmán?—

Abrió la llamada y llevó de inmediato el celular al oído. Ni siquiera alcanzó a amagar una palabra, cuando la voz de Azra le habló desesperadamente.

—Osmán, Osmán. Sasha y Laia están en peligro. La secuestrarán.—

—¡¿Qué?!— Reaccionó, de manera incrédula.

—Escúchame, Osmán. Sasha y Laia serán emboscados por Kemal Yilmaz y otros hombres. Quiere a Laia. La asesinará.—

Osmán, cayó en cuenta de las palabras de su tía Azra y corrió hacia su automóvil.

—¡Elvan y Selim, regresen a la mansión junto a dos guardias, el resto vengan conmigo!—

—¡¿Qué pasa, Osmán?!— Indagó, Osgur.

—Sasha y Laia están en peligro.— Dijo, mientras subía al auto, junto a Osgur.

El fuerte sonido del disparo hizo eco en el gran terreno, seguido, un segundo grito desgarrador por parte de Sasha se hizo presente al ver como su amada caía bruscamente al suelo.

Sintió como si el tiempo se hubiese detenido, al verla a ella, al ver a amada, a su Laia, a la luz de sus ojos, tendida sobre la seca hierba. Sus ojos parecían querer salir de sus cuencas y la vena de su frente reventar.

Las lágrimas corrían por sus mejillas envueltas en tristeza, mientras los gritos de dolor, parecían producto de mil voces a la vez. Era algo indescriptible, algo impresionante; como el dolor parecía cobrar vida a través de sus desconsolados gritos.

Quería levantarse y correr hacia ella, abrazarla y besarla, pero, no podía levantarse, ante aquella imagen dolorosa.

En su mente, empezaron a reflejarse los momentos entre Laia y él, mientras que sus fuerzas empezaban a menguar, bajo el soleado paisaje que era un testigo más de su sufrimiento.



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En el texto hay: amor secretos drama odio

Editado: 12.11.2024

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