Turquía, Ankara 1990
La madrugada era blanca y los primeros rayos del sol, se asomaban con modestia sobre el suelo turco, mustio y sin prisa. El odio y la ira, colmaban con ímpetu aquel gran lugar de paredes altas e imponentes, mismo que había actuado de epicentro en el largo enfrentamiento a pólvora y filo entre las dos familias más poderosas de Turquía.
Los cuerpos yacían regados, tirados, inertes en el piso de roca de la inmensa terraza delantera.
—Han perdido, Azra. El sucio apellido Meier ha sido pisoteado.— Manifestó con orgullo, una joven Gözde a una desaliñada Azra.
—¡Has ganado una batalla, maldita Yilmaz, no la guerra! ¡Juro que en la mínima oportunidad que tenga de hacerte pagar, lo haré!—
—No creo que te queden ganas de hacer algo por tu apellido, luego de lo que te ocurrirá, querida Azra.— Dijo, con una sonrisa malévola y envolvente, mientras veía a su enemiga, agotada, sobre la alfombra del gran vestíbulo.
—Los Meier no nos detenemos, hasta ver a nuestros enemigos bajo el fango.— Sentenció
Gözde, echó una carcajada al aire.
—Aun en tu condición sigues firme e igualada ante la matriarca de la ahora, familia más poderosa de Turquía.— Siseó, a la altura de Azra.
—De poderosos solo tienen el nombre, porque el honor no. ¡Cobardes sin agallas! Atacaron a traición. ¡Nos atacaste por la espalda, maldita!—
Las palabras de Azra eran la verdad convertida en consonantes y vocales. Los Yilmaz habían atacado a traición la mansión principal de los Meier, con la intención de acabar con el patriarca, pero, su plan se vio sofocado al enterarse de que este, se encontraba en Estambul, en un inesperado viaje de negocios, junto al marido de Azra.
Los únicos que se hallaban en la residencia, eran Azra y el resto de Meier, a excepción de los niños, mismos que lograron esconderse y avisar al resto de hombres ocasionando que se precipitaran hacia la residencia principal de los Yilmaz, en Ankara, junto a Azra, comandando el escuadrón. Desgraciadamente, se llevaron la sorpresa de que los hombres de los Yilmaz, los superaban en número. Claramente, Azra y el resto de Meier no tambalearon ante esto y atacaron, llevándose en el camino a una decena de mercenarios, pero solo fue eso, en cambio, sus hombres y familia, murieron en plena terraza, luego fue capturada por Gözde al intentar asesinarla.
La matriarca Yilmaz, la tomó de la quijada y arremetió contra ella, una bofetada.
—Te prohíbo que me hables así, insolente. Lo haces de nuevo y te mato con mis propias manos y luego le llevo tu sucio cuerpo a tu padre y esposo.—
Azra no tuvo réplica ante aquellas palabras. No porque les hiciera falta, sino porque sabía que Gözde cumpliría su palabra y ella, no podía permitirse morir en ese momento. Si quería derrocar a los Yilmaz, tenía que vivir.
—Pónganle el traje.— Mandó a sus hombres y estos, como máquinas programadas al servicio de su dueño, acataron en un santiamén.
Azra, no emitía palabra alguna, mucho menos forcejeaba, solo le otorgaba a Gözde, una mirada penetrante que dejaba ver un impetuoso odio. Estaba resignada a lo que ocurriría. Si la asesinarían, moriría con el orgullo y honor de haber sido la causante de su propia muerte.
Le quitaron la ropa con desdén y luego, la vistieron con un largo vestido blanco, de tela muy fina, casi traslúcida.
—Llévenla a la terraza trasera.— Ordenó, Gözde a sus hombres cuando vio que Azra portaba el vestido.
Fue levantada, sin poner resistencia.
—¿Están todos los hombres?— Preguntó
—Sí, señora, están todos reunidos.— Respondió el hombre, mientras llevaba a la desgastada Azra hacia la terraza.
Pasaron el gran vestíbulo que yacía bajo un manto de presión y misterio, luego, bajaron las cortas escaleras que daban a la elegante puerta de madera de la terraza trasera.
—¿Qué me harás? ¿Me matarás?— Inquirió, Azra a Gözde, a tono desafiante.
—No, no, querida Azra. Lo que te ocurrirá, servirá para calar en ti, un gran deseo de muerte.—
Azra la miró inquisitiva y cuando se dispuso a replicar, las puertas, las grandes puertas de madera tallada, se abrieron.
Habían llegado a la terraza trasera. Azra entró detrás de Gözde, a la par que miraba, algo sorprendida y suspicaz el panorama. Varios hombres armados, permanecían rodeando la terraza cubierta de musgo.
El silencio actuaba de dictador, sobre aquel pesado ambiente que retorcía a más no poder las entrañas de Azra.
Súbitamente, fue tirada, como basura, justo en medio del lugar.
—Están todos reunidos para apreciar como el apellido Meier, el sucio apellido Meier será deshonrado.— Vociferó, Gözde con una alegría inexplicable.
Azra solo la observaba, con los ojos hecho agua. Lágrimas de odio, de rabia e impotencia.
De un lado de la terraza, apareció una silueta que empezó a acercarse de manera dramática a la indefensa Azra que, vestida de blanco, parecía ser un lucero en medio de la tenue oscuridad que embargaba al lugar.
Gözde levantó la voz, mientras Azra retrocedía al ver a aquel hombre de rostro cubierto, acercarse a ella.
—No hay mejor manera de deshonrar un apellido que a través del contacto carnal indeseado.— Cantó, Gözde y Azra lo entendió de inmediato.
Desvío su atención del hombre y miró atónita a Gözde y cuando reincorporó su atención, este se sacó el pasamontañas y la tomó con fuerzas del cuello, revelándose ante ella.
Se trataba de Kemal Yilmaz.
Azra intentó zafarse a arañadas de las garras de aquel gran hombre que la sujetaba sin piedad del cuello.
—Hoy serás mi perrita.— Le dijo, al unísono que la tiraba con desdén al suelo.
La Meier, intentó escapar por segunda vez, pero fue jalada de las piernas por Kemal, llevándola ante sus pies.
—Tranquila, perrita.— Siseó, Kemal, entre un débil jadeo, mientras ponía su pie sobre el pecho de Azra y se quitaba el pantalón.