Entre el odio y el amor

Capitulo trienta y seis

La violencia no es la mejor arma contra el odio, ni la venganza el mejor bálsamo para las heridas.

—Charlotte Brontë

Apuntaba el arma a la cabeza de Sasha, que yacía tirado en el suelo.

—El señor Mustafá ordenó que solo quiere a la muchacha, así que suelte el arma.— Deparó un hombre, detrás de él.

Kemal, torció el rostro en señal de disgusto y sin otra opción, guardó el arma y seguido a esto, le arrebató el collar que portaba Sasha en el cuello.

—Esto es por lo del hospital.— Le dijo al oído.

—Ya tenemos que irnos. Sospecharán que no han llegado al aeropuerto y vendrán.—

Kemal dio media vuelta hacia la camioneta y subió.

—Recojan a la muchacha y curen su herida.—

—Se supone que debo asesinarla, imbécil. Debe morir, no vivir.— Dijo, desde la camioneta.

—Si no curamos la herida, la jovencita morirá desangrada. Ni siquiera llegaría a la mansión.— Respondió el hombre, absteniéndose en responder con déspota intención.

Luego de haberle disparado a Laia en la pierna, esta, se desmayó al igual que Sasha, mismo que pensaba que la luz de sus ojos había muerto por dicho disparo. Ahora, se encontraba tirado bajo el sol, sin poder hacer algo para salvarla.

—Si lo dejamos aquí, morirá.— Dijo el hombre, refiriéndose a Sasha.

—¿¡Qué quieres qué haga!?, ¿¡que lo lleve a un hotel cinco estrellas y le haga masajes!?— Respondió, Kemal, bajando de la van.

El hombre solo torció su boca

—No, estúpido…— El fuerte empujón de Kemal, provocó que sus palabras se partiesen en dos.

El hombre no retrocedió ante aquella reacción, en cambio, embistió con cólera al Yilmaz, viéndose los dos, envueltos en una acalorada pelea.

—¿¡No sabes quién soy!?— Le decía Kemal, mientras tiraba puños por doquier.

—Un imbécil con ínfulas de mandamás.— Respondió el hombre.

El polvo se levantaba bajo sus cuerpos.

—Soy Kemal Yilmaz, imbécil, puedo mandar a desaparecerte si así yo lo ordeno.—

—Solo eres un niño de papi y mami que todavía no se ha hecho hombre.—

Estas palabras enfurecieron a Kemal, intensificando así el enfrentamiento.

—No se metan.— Les ordenó el hombre a los demás, al ver que amagaban en intervenir.

—Un niño que puede asesinarte.—

—Claro, con el poder de tu madre. Porque por sí solo no es capaz de hacer algo.—

—¿¡Ah sí!?— Demandó Kemal e inesperadamente, apartó al hombre de un empujón, se levantó con rapidez del suelo y le apuntó con el arma.

El resto de hombres se pusieron en guardia en un santiamén, apuntando sus armas hacia Kemal, que permanecía justo a un lado de Sasha.

—Dispara, dispara, Kemal Yilmaz.— Instó el hombre que sangraba por la nariz.

—Si aprieto el gatillo te mueres.—

—Es verdad, pero quedarías como filtro. A mí no me importa morir, a ti sí.— Espetó, junto a una sonrisa.

Kemal, reafirmó su puntería y al amagar en apretar el gatillo, el fuerte estropicio de ruedas de autos frenar sobre el arenoso suelo, le advirtieron de que ahora tendrían compañía.

El hombre se distrajo con esto, al igual que los demás, bajando la guardia y visibilizando la caravana de autos que se hallaban en el lugar. Obviamente, Kemal aprovechó esto y a traición, disparó al hombre al estómago y huyó hacia la camioneta en la que Laia se hallaba.

De los automóviles, se bajaron los hombres de la seguridad de los Meier, actuando en un santiamén.

La lluvia de disparos se hizo presente de inmediato por parte de los dos bandos. Ráfagas por doquier inundaban el soleado paisaje, mientras Kemal, llevándose a Laia en la parte trasera de la van.

Osman disparaba a los hombres, a la par que se cubría detrás de su auto, junto a Osgur que también soltaba plomo a los hombres.

—¡Paren el fuego!— Gritó, Osmán, al percatarse de que Sasha se arrastraba en el suelo, pero su grito fue en vano y las ráfagas continuaron.

—No podemos detener los disparos, señor. Si lo hacemos morimos.— Dijo uno de los hombres que le acompañaban.

Osmán maldijo para sus adentros, mientras veía a su primo, llegar hasta debajo del auto.

—Tenemos que hacerlo, Ferith. Sasha puede morir.— Insistió, Osmán.

—¡Si lo hacemos entonces vamos a morir, señor!—

—No, no moriremos si nos ocultamos detrás de los autos.—

—No es buena idea, señor, Osmán. Ellos no se detendrán. Aprovecharán nuestro cese.—

—Esos hombres solo son peones contratados para llevarse a Laia, no para asesinarnos.—

El rostro de Osgur, brotó una expresión inaudita ante las palabras de Osmán.

—¡¿Dónde está mi hermana, Osmán?!— Demandó, tomándolo del cuello de la camisa— ¡Dime, Osgur, dónde está Laia!— Inquiría, preso del desconcierto.

Osmán tenía planeado decirle lo que estaba ocurriendo, cuando estuviesen de camino al lugar que ahora se encontraban, pero, no lo hizo, al pensar que este haría algo que lo pondría en riesgo.

—No puedo decirte ahora, Osgur.— Respondió, entre resoplidos de cansancio.

—¡Dime, maldita sea! ¡Dime qué le ha ocurrido a mi hermana!—

—La han secuestrado. Laia ha sido secuestrada, Osgur.— Le dijo, bajo el bullicio incontrolable de los disparos.

Osgur se puso en pie al escuchar lo que había brotado de la boca de Osmán y, sin este esperarlo, se precipitó hacia los hombres del bando contrario.

—¡Paren al fuego, detengan el maldito fuego!— Gritaba, Osmán, sin quitar la mirada de Osgur que parecía una marioneta sin control, rumbo a una muerte segura.

—¡Paren el fuego!— Le apoyó el hombre que le acompañaba.—

Finalmente, el fuego cesó por parte de los hombres de los Meier y con esto, las ráfagas del fuego enemigo, fueron disminuyendo, hasta no quedar más, que el sonido de los pasos de Osgur.

Osmán se reincorporó y se encaminó hacia Osgur que seguía intransigente en una decisión que solo su persona sabia.



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En el texto hay: amor secretos drama odio

Editado: 12.11.2024

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