“Lo que una vez disfrutamos nunca lo perdemos. Todo lo que amamos profundamente se convierte en parte de nosotros.”
—Hellen Keller
Corría cuesta abajo por las escaleras opulentas que daban al vestíbulo. Los tacones los había dejado tirados a mitad de los escalones de madera barnizada, producto de que le impedían correr con libertad.
Tocó el frío piso cubierto de baldosas y se precipitó con premura hacia la puerta, sin importarle nada, ni siquiera que a sus espaldas, había dejado un muerto, un muerto que sabía su más grande secreto.
Había estado llamando a Sasha, pero no respondía el teléfono, al igual que Osmán. Aquello le preocupaba y no era porque se trataba de lo más lógico, sino porque presentía que algo muy malo estaba ocurriendo o estaría por ocurrir. Su sexto sentido de madre le advertía de que una desgracia a escalas abismales tocaría a su puerta.
Cruzó el silencio y oscuro vestíbulo y sin más, abrió de un fuerte empujón la puerta.
—¡Mehmet, llama a nuestros hombres, que vayan a la nueva residencia de los Yilmaz!— Ordenó con premura a su chófer.
—¿Pero señora, qué ha ocurrido?—
—Sasha está en peligro, Mehemet. Diles que estén preparados para combatir.— Soltaba, a tono desorientado.
—¿Qué hay de usted? ¿Dónde la llevo a usted?—
—A la mansión Yilmaz, también. ¡Rápido, Mehemet, por amor a Dios!—
El hombre asentó con premura, le abrió a Azra y luego él entró.
—Sasha no me responde.— Le dijo al chofer.
—¿Ya intentó llamar al señor Osmán?—
—Ya lo llamé hace un rato, para informarle de que Sasha estaría en peligro, pero no ha respondido después de eso.—
—¿Está segura de que quiere ir a la mansión Yilmaz, señora?—
—Sí, estoy segura. Si Sasha no responde es porque esos desgraciados le han hecho algo a mi hijo.— Se le quebró la voz en las últimas palabras.
Solo podía pensar en Sasha. Era la única que cosa que daba vueltas en su mente como mariposas monarca. Ni siquiera el muerto que había dejado a sus espaldas, movía su atención. Aquello podría solucionarse luego, cuando las cosas anduviesen en calma, pero, dudaba de que aquello podría ocurrir si los Yilmaz habían sido capaces de tocar a su primogénito, si era así, ella misma, tomaría las armas y atacaría a quemarropa a todos los integrantes de esa familia que tanto daño le había hecho.
Correría sangre por las calles de Turquía si la integridad de Sasha fuese perturbada por las manos de Gözde o por cualquier otro miembro de la familia Yilmaz.
Estambul
—¡Selim!— El grito de Sasha se levantó sobre el gran paraje.
Se levantó en un santiamén del suelo arenoso y corrió hacia su hermano que yacía tirado en el suelo.
Osmán, junto al resto de hombres, sofocaron el intento de escape de los hombres de Mustafá.
—¡Hermano, hermano! Selim, Selim!— Le decía a voz quebrada al muchacho.
Golpeaba con suavidad sus mejillas, en intentos desesperados por obtener una respuesta del moribundo chico.
—¡Tenemos que llevarlo al hospital!— Le gritó a sus hombres, a la par que Selim, tomaba con fuerzas su mano.
—No quiero morir, Sasha.— Susurró entre lágrimas y sangre.
—No, no vas a morir, hermanito.— Siseó, Sasha, sumido en una iracunda desesperación, al unísono que intentaba cargarlo para subirlo a uno de los autos.
—No puedo respirar, Sasha.— Avisó, en un ínfimo alarido que se mezcló con la saliva y sangre que brotaban a más no poder de su boca.
—Resiste, resiste, hermanito.— Le decía a llanto suelto, mientras corría con su cuerpo hacia uno de los autos.
—Arde, arde, pecho arde.— Levantó un quejido, un revoltijo de palabras, con el escaso oxígeno que quedaba en sus pulmones.
Sasha lo subió en la parte trasera del vehículo, bajo la mirada de todos que ya sabían lo que se avecinaba.
—Sasha, Sasha.— Exhaló, Selim y le tomó la mano a su hermano, impidiendo entrase al vehículo.
El pelinegro atendió su llamado y cuando le vio a los ojos, este lo supo.
—No me dejes morir, Sasha.— Entregó un inaudible quejido.
—Te quiero, hermanito. — Exclamó, a tono débil, ignorando las palabras de Selim. No le daría falsas esperanzas, aquello sería muy cruel.
Selim lo tomó del brazo, aferrándose a la vida, aferrándose a su hilo de plata mientras veía a los ojos a quien le había enseñado a disparar.
—Perdón si dije algo que te molestó.—
—No, no, no hermanito.—
La sangre brotaba de su boca y nariz, como una cascada de manantial, emitiendo un sonido como el de una gárgara. Sasha le ayudó, poniendo de lado su cuerpo para que así, la sangre que se había estancado en su boca, saliese y le dejase dar sus últimos respiros.
Mientras tanto, Osmán solo veía desde lo lejos, respetando el espacio de su primo.
Se podría decir que el silencio se volvió sepulcral, si no fuese por el sonido que emitía Selim, junto al incontrolable llanto de Sasha que iba y venía con el viento.
De un momento a otro, Selim dejó de emitir aquel sonido que para Sasha, actuaba como una tortura. Dejó de moverse, dejó de temblar, dejó de quejarse. El pelinegro tragó en seco y volteó el cuerpo de su hermano.
Sasha gritó, con todas sus fuerzas, con toda su rabia y tristeza, al ver los ojos de su hermano, o más bien, los ojos del que hace poco era su hermano y ahora no era más que materia. Un par de ojos inexpresivos, parecían canicas, sin movimiento, sin sentimientos, sin parpadeos, sin vida.
Lo rodeó con sus brazos y lo meció con delicadeza, como si se tratase de un niño, de un bebé recién nacido, a la par que lloraba a gritos y besaba con cariño el cuerpo de su hermano.
Las lágrimas caían en el regazo del muerto, caían y se disipaban en su ropa.
El silencio iba y venía junto al viento, mientras los hombres de Sasha, solo agachaban la cabeza al oír su llanto y al ser testigo de aquella escena tan dramática.