¿Qué creés que le quiera hacer a Laia, Osmán?— Preguntó, Sasha, mientras miraba los alrededores en busca de alguna señal.
Osmán lo miró, más no engulló palabra, tan solo reflejó un puro semblante de preocupación, cosa que sirvió de respuesta a su primo.
—No deben de estar lejos. Tenemos que encontrarlos rápido.—
—Y si Laia ya muri...— Osmán frenó sus palabras, al darse cuenta de lo inoportunas que serían.—
—¡Ella no va a morir! Primero mueren todos, antes que mi Laia! No vuelvas a intentar decir tal disparate, Osmán.—
—Lo siento, Sasha, solo que todo lo que ha ocurrido hoy me tienen tenso. ¿¡Sí sabes que tu madre hará que corra sangre por Turquía, verdad!?— Deparó, a voz baja y preocupada.
—Está en todo su derecho, siempre y cuando no toque a inocentes.—
—¿¡Ahora te importan los inocentes!?—
—Siempre me han importado, incluso, planeaba desligarme de la herencia que me corresponde, para donarla a las personas inocentes del dia del atentado.—
—¿¡Estás loco, lo sabes!?—
Sasha se dispuso a responder, pero la luz de lo que parecía una linterna, frenó tal acto. Empuñó su arma y sin avisarle a Osmán, corrió hacia el origen de aquella luz que se movía en la entrante oscuridad que empezaba a bañar aquella llanura de manzanilla y hierba verde.
Corría sin importarle las rocas y pequeñas ramas que hacían tropezar levemente sus pies. Estaba seguro de que si llegaba a esa linterna, llegaba a Laia, algo se lo decía.
El viento soplaba con entusiasmo, pasaba por su rostro con delicadeza.
—¡¡¡Kemal!!!— Un enfurecido grito, emergió de la garganta de Sasha, al ver a quien portaba la linterna.
El Yilmaz levantó la mirada y desvió su atención de Laia, misma que agonizaba en el suelo. Kemal, guardó el arma con la que apuntaba a su hermana y empezó a correr, con el fin de irse del lugar. Sasha quiso ir tras de él, pero solo alcanzó a soltar un disparo que a percepción de él, le había dado en la pierna, pero esto no impidió que el Yilmaz continuase corriendo hacia las afueras de la gran llanura.
Finalmente, Sasha llegó al origen de aquella luz que emanaba la linterna que Kemal había dejado tirada, viendo así a Laia, tirada sobre el pasto, evidentemente agonizando, sobre un charco de sangre.
Se agachó con premura y la tomó con sus brazos y manos y la cargó.
El ocaso desfilaba con premura, sus últimos pasos se desvanecían en la lechosa oscuridad que cubría al cielo. El viento soplaba con frialdad desde el horizonte y acariciaba su rostro pálido, sus labios lila.
Sasha corría con ella en sus brazos, como si no hubiera un mañana, la miraba de vez en cuando y observaba como Laia, se desvanecía en sus brazos. Sus lágrimas caían y mojaban su pálido rostro, a la par que la sangre corría por sus piernas.
Osmán lo esperaba al borde del barranco y le señalaba un pequeño camino que daba a la carretera. Sasha lo subió y sin pensarlo un segundo, montó a Laia en el auto.
—¡¡¡Al hospital más cercano, Osmán!!!— Vociferó, a voz ahogada, mientras intentaba con desesperación, mantener a Laia despierta.
Osmán arrancó el auto y pisó el acelerador hasta el fondo.
Laia miraba a Sasha, con las exiguas fuerzas que le quedaban a sus ojos, a sus párpados, mientras él le hablaba desesperadamente y acariciaba su rostro.
Laia levantó su mano, la posó en la mejilla de Sasha, robando su atención y con las últimas fuerzas que habitaban en su cuerpo, levantó su cabeza y alcanzó los labios del pelinegro, otorgándole un beso fugaz a este, sintiendo un sabor metálico proveniente de los labios de Laia, Sasha abrió sus ojos y al unísono, esta los cerraba y caía en el regazo de Sasha, pálida, sin luz.
—¡Laia, Laia, Laia!— Pronunciaba su nombre con desesperación, a la par que delicadas palmadas en la mejilla de esta, anunciaban lo peor.
—¡¿Qué pasa allá atrás, Sasha?!— Preguntó, Osmán, al escuchar a su primo pronunciar de tal manera el nombre de su amada.
Las lágrimas de Sasha caían rendidas sobre el rostro de Laia. Este la enrolló en sus brazos y la abrazó con fuerza.
—No te vayas, por favor. No te vayas.— Lloraba con ímpetu, ocasionando que sus palabras sonaran ahogadas.
Se aferraba a ella, como un niño se aferra a su madre. No quería soltarla, quería quedarse con ella, quería meterse en su piel y ser parte de ella, de esta forma no habría manera de que se separasen.
Sentía su alma desvanecerse, sentía morir.
—No, Laia, no— Engulló, a tono de súplica, al unísono que veía con dolor, el ahora inexpresivo rostro de su amada, colmada por una palidez tétrica.