“La muerte pone fin a una vida, no a una relación.”
—Mitch Albom
Se detuvo justo detrás de la multitud e Inquirió para sus adentros, si verdaderamente podría cargar uno de los ataúdes. Imaginar que Selim estaba allí adentro, le llenaba de debilidad, pero aquellas dudas se disiparon al momento de escuchar el llanto desconsolado de su madre.
Tomó aire y caminó en medio del séquito de gente, logrando alcanzar el ataúd de Selim. Lo puso en su hombro izquierdo, a la par que las condolencias lo invadían.
El silencio moraba en aquellas calles de piedra y ladrillo, el luto podía cortarse con un par de tijeras viejas, incluso el cielo parecía llorar en pequeña escala sobre Ankara. Gotas de agua livianas, como lágrimas.
Las piernas y las manos le temblaban, incluso su boca. La carga era pesada, su hermano Selim o más bien, aquel cuerpo que alguna vez le perteneció a su hermano, se hacía cada vez más difícil de cargar, no sabía por qué, solo sabía que su alma parecía querer explotar de dolor y aquello absorbía el vigor de su cuerpo.
Los recuerdos no se hacían esperar y lo invadían con desdén, más que memorias livianas como plumas, parecían yunques de mil toneladas. Intentaba frenarlos, pero no podía, solo los hacía enojar y atacaban con más ferocidad.
Sentía culpa, se sentía miserable y repetía en su mente <<Es mi culpa, perdón, Selim>>. Pensaba que la muerte de Selim había sido obra de su responsabilidad, al enseñarle a disparar, sumado a esto, el odio al que siempre contribuyó. Quizá si su corazón no se hubiese manchado de odio y venganza, el camino de Selim hubiera sido otro, ya que el muchacho le veía como un ejemplo a seguir.
Por otro lado, sentía rabia por la muerte de Emir, a pesar de que nunca tuvieron una relación de hermanos estable y agradable, Sasha siempre había tenido una minúscula fibra de cariño fraternal hacia él, pero aquello no era todo el porqué sentía rabia.
Cuando Emir había llegado a la mansión Yilmaz, no había sido solo para limpiar su propio nombre, sino también el de Sasha. Había gritado a los cuatro vientos <<Mi hermano Sasha es inocente>>, al momento de disparar en dirección a Kemal Yilmaz, obviamente, esto desató los cañones de las armas y Emir Meier, fue asesinado en los portones de la gran mansión, frente a toda la prensa que grabaron de principio a fin, su agónica muerte, mientras le pedía, en sus últimos respiros perdón a Sasha.
Le enfurecía no haber podido hacer nada por su hermano, ni siquiera un <<te perdono>>, no logró reconciliarse con Emir o al menos, Emir no supo que ya había sido perdonado.
Ahora sus dos hermanos se hallaban dentro de aquellas cajas de madera, rumbo al cementerio.
La mente le jugaba sucio y pensaba de vez en cuando que Selim se encontraba en el extranjero o en una de las propiedades Meier. No había podido asimilarlo en su totalidad y aquella fase del duelo, se hacía entrever cada vez más sobria y pesada.
...
Habían caminado al rededor de treinta minutos hacia el cementerio en el cual los restos del supuesto padre de Sasha y su abuelo, se hallaban reposando.
Hacía tiempo ya desde que Sasha no visitaba sus tumbas, los últimos meses habían sido, desde luego, un camino difícil de caminar y ahora que se hallaba frente a las tumbas de su “padre” y abuelo, se preguntaba cuanto tiempo había pasado desde la última vez que los visitó.
Se encontraban en un risco, bajo la sombra de un ciprés de unos cinco metros.
El par de agujeros rectangulares, ya habían sido cavados en la tierra, justo a un lado de las tumbas de su “padre” y abuelo.
—Es momento, hijo.— Le dijo el hombre que dirigía la ceremonia, arrugando los labios, en señal de condolencia.
Sasha asentó, tembloroso, aterrado, ante la realidad, ante la cruda y dolorosa realidad que tenía ante sus pies.
Osmán alcanzó su hombro y le dio un par de palmadas de consuelo.
—Ve con mi madre, Osmán.— Le susurró, tragando el mar de lágrimas que exigían escapar de sus pupilas.
Este asentó y se dirigió hacia Azra que lloraba en silencio, debil de la carga tan pesada y áspera que estaba cargando, mientras era apoyada por el resto de mujeres Meier.
El silencio reinaba tal cual dictador, frío y áspero.
Los hombres encargados de hacer el sepulcro, tomaron cuatro sogas, dos para cada ataúd y sin esperar nada, empezaron a bajar los cajones hacia el fondo de aquellos agujeros, fue ahí que Sasha levantó la voz, por encima del llanto desgarrador de su madre.
—Juro que los vengaré, hermanos.—
Los medios no se hicieron esperar y en un santiamén, las cámaras enfocaban a Sasha.
—Que lo escuche toda Turquía y toda Europa, yo mismo vengaré la muerte de mis hermanos y limpiaré sus nombres manchados por las mentiras de Gözde y Kemal Yilmaz. No me importa que esto tenga represalias, no me interesa que los medios me tachen de vengativo y mentiroso, porque yo solo sé la verdad de lo que ocurrió aquel día en Estambul y sé también lo que ocurrió en aquel páramo solitario en Mardín. Haré correr sangre, aunque mi vida dependa de ello, lo juro.—
Las cámaras y micrófonos se hallaban en sus narices.
—Quise acabar con todo esto, con esta venganza, pero ustedes han evitado aquello, ustedes han evitado mi retirada y han sellado una vez más, la declaración de guerra, esta vez no me detendré, hasta colgar sus cabezas en postes de luces, cada Yilmaz pagará, cada miembro de esa maldita familia pagará, primero me arrebataron a mi padre y abuelo y ahora me arrebatan a dos de mis hermanos, sé que me pueden escuchar Yilmaz, sé que están detrás de una pantalla, como los cobardes que son, escuchen bien, desde el más pequeño, hasta el más grande su linaje caerá ante mis pies.—