El reloj marcaba las nueve en punto cuando Valeria Morales entró al elegante edificio de la empresa Nova Eventos con una mezcla de emoción y nervios. Hoy era el día en que debía demostrar que su talento no solo era una promesa, sino una realidad.
Con la carpeta apretada contra el pecho y los tacones resonando en el piso de mármol, recorrió el pasillo hacia la sala de reuniones donde la esperaba el equipo para asignarle el proyecto más importante del año: organizar la gran gala anual de la compañía.
Al abrir la puerta, se topó con una figura imponente que hablaba con voz firme y un deje de sarcasmo. Santiago Díaz, el coordinador estrella de la empresa, la miraba con una sonrisa ladeada, esa que parecía decir “aquí nadie es rival, pero tú estás a punto de intentarlo”.
—No esperaba verte por aquí tan temprano —dijo él, cruzándose de brazos—. ¿Seguro que sabes en lo que te estás metiendo?
Valeria no se dejó intimidar. Devolvió la mirada con la misma intensidad y una sonrisa irónica.
—Más que tú, seguro. Veremos quién termina al mando de esta gala.
El equipo los observaba en silencio, consciente de la electricidad que se había encendido entre ellos.
Santiago se acercó a la mesa y extendió un dossier con los detalles del evento.
—Bien, aquí están los lineamientos básicos. Pero te advierto, Valeria, que no hay espacio para errores. La gala será transmitida en vivo y todos los ojos estarán puestos en nosotros.
Ella asintió, leyendo rápidamente.
—Entiendo. Tengo un plan preliminar que quiero presentar.
—Perfecto, entonces empecemos. Pero recuerda, en este equipo, se gana o se pierde juntos —respondió él, con esa mezcla de autoridad y desafío.
Mientras la reunión avanzaba, Valeria notó cómo Santiago se anticipaba a cada una de sus propuestas, cuestionándolas con precisión quirúrgica. No era solo competencia, había una tensión palpable, como si cada palabra fuera una batalla.
Al salir de la sala, Valeria respiró profundo. Sabía que trabajar con Santiago no sería fácil, pero algo dentro de ella le decía que esa dificultad también podía ser la chispa que necesitaba para crecer.
En ese momento, sin querer, sus miradas se cruzaron de nuevo en el pasillo y una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se dibujó en sus labios.
Porque a veces, el orgullo se encuentra con la química en el lugar menos esperado.