Camila apareció como siempre: sonriendo sin razón.
Me lanzó una barra de cereal envuelta en papel brillante y dijo:
—Estás más flaca que ayer.
Lo dijo como quien señala una mancha.
Como si fuera un chiste.
Como si mi cuerpo fuera parte del paisaje y no una herida que todavía cicatriza.
—Gracias —murmuré, metiéndola en el bolsillo. No tenía hambre. Y aunque la tuviera… tampoco comería.
Ella se quedó mirándome como si esperara que diga algo.
No lo hice.
Se fue.
Me senté en el banco de siempre, en la esquina del patio, donde casi nadie se sienta porque el sol da directo y las bancas están rayadas.
Pero ahí no hay voces, ni empujones, ni preguntas.
Jessica apareció al rato, con su café frío y su mirada directa.
—¿Sabes que esa tipa no es tu amiga, verdad?
—¿Quién?
—Camila. —No parpadeó al decirlo—. No tienes que fingir con ella. Solo te consume.
—Es mi amiga desde hace años —le respondí. Aunque sonó más a excusa que a hecho.
—Y yo tengo migrañas desde niña. No significa que las quiera cerca.
Sonreí un poco. Pero me afectó.
Porque cuando tienes tan pocos vínculos… te aferras. Incluso a los que te desgastan.
Entramos a clase. El salón estaba igual de ruidoso que siempre.
Apenas me senté, noté algo extraño en mi pupitre.
Jessica lo vio también y frunció el ceño. Se acercó antes que yo.
—No mires —dijo rápido, borrando algo con la manga.
Lo vi igual.
Marcador negro.
Mayúsculas torpes.
TORMENTITA. JAJAJA. ¿SEGURO QUE NO ESTÁS LOCA?
Tragué saliva.
No dije nada.
Porque si hablo, confieso que me dolió.
Y si duele, entonces es real.
Y si es real… se me nota.
Leo llegó tarde. Su perfume entró antes que él.
Caminó tranquilo, seguro, con ese aire de “todo me pertenece” que tanto odiaba.
Se sentó detrás de mí, en su silla de siempre. No dijo nada.
Pero yo sentí su mirada. Esa que no es mirada. Esa que es escaneo.
Minutos después, un papel doblado aterrizó en la esquina de mi cuaderno.
“No me gusta que te trates como si no valieras.”
Lo leí dos veces. Tal vez tres.
Escribí atrás con su misma letra:
“¿Quién dice que lo hago?”
Segundos.
Respuesta.
“Tu silencio. Tu ropa. Tu forma de mirar al piso.”
Rodé los ojos.
Este tipo creía que lo sabía todo. Que con observarme dos días ya tenía la historia entera.
“¿Y tú qué sabes de mí, Leo?”
“Suficiente para saber que hay fuego debajo del hielo.
“¿Y tú qué quieres? ¿Jugar a apagarlo?”
“Quiero verte arder.”
Apreté los dedos contra el papel.
Ahí estaba.
Leo, el que solo ve cuerpos, el que no se apega, el que presume a cuántas se ha tirado.
Y ahora quería jugar conmigo.
No.
En el recreo, Camila me abrazó de costado como si nada pasara.
—¿Otra vez sin almorzar? Z, vas a desaparecer.
—No tenía ganas —dije, como siempre.
Ella suspiró.
—Así no vas a volver a ser tú.
Como si ella supiera quién era yo.
Como si no fuera parte del motivo por el que me perdí.
Entonces vi su celular.
Desbloqueado.
Pantalla encendida.
Y ahí estaba: una pestaña abierta en el navegador.
ShadowFox.
Entrada nueva.
Mi corazón dio un vuelco.
No dije nada.
Ella tampoco notó que lo vi.
Pero algo en mí… dejó de respirar.
El resto del día se arrastró como piedra mojada.
Al salir, Jessica me acompañó hasta la reja.
—¿Quieres que hable con la directora? —dijo—. Podemos denunciar ese blog. Aunque sea anónimo.
Negué.
—No tengo pruebas.
—Pero tienes derecho.
No respondí. Porque aunque tenga derecho… también tengo miedo.
Ya en casa, encerrada en el baño, me miré al espejo.
La luz blanca no perdona:
Las ojeras.
Los labios resecos.
El vacío en mis pupilas.
“¿Dónde estás, Dios?”
No lo dije en voz alta.
Lo pensé.
Lo recé.
Lo lloré.
“Señor, si de verdad me ves, si estoy aún en tu plan…
muéstramelo. Aunque sea con una chispa.
Aunque sea con una mirada.
Pero muéstramelo…”
Un ding en el celular interrumpió mi plegaria.
Lo tomé con desgano.
Un mensaje. Número sin guardar.
“Tormentita… ¿ya comiste hoy?”
Era Leo.
No respondí.
Solo me quedé mirando la pantalla.
Y por primera vez en semanas…
sonreí.
No por él.
Sino porque tal vez…
Dios me había respondido.
La noche no terminó con el mensaje de Leo.
No. El blog no me deja dormir tranquila.
Ni siquiera dos horas después, volvió a atacar.
Esta vez, sin rodeos.
Ni metáforas.
Solo crueldad.
ShadowFox – Nueva entrada
9:54 p.m.
“ZzzZzz Duarte, la virgen mártir del año.
Siempre con cara de funeral, como si fuera un personaje de novela cristiana con traumas.
Y sí, seguro ahora reza para que Leo no se entere que debajo de ese buzo gigante no hay nada interesante.
Spoiler: Leo no quiere rezar contigo, quiere sacarte el rosario y clavártelo en la pared.”
Leí.
Leí todo.
No porque quisiera…
sino porque necesitaba saber cuánto odio puede almacenar alguien que me conoce de cerca.
Y ahora lo sabía.
Demasiado.
Apreté el celular con tanta fuerza que me dolió la palma.
Quise llorar.
Pero no lo hice.
Al día siguiente, llegué temprano al colegio. No quería cruzarme con Camila.
No podía fingir sonrisas hoy.
Jessica me estaba esperando en la banca del fondo del patio.
Tenía los auriculares puestos, pero me vio llegar y se los quitó.
Sin decir nada, me hizo un gesto con la cabeza para que me sentara.