Entre El Sol Y La Tormenta

CAPITULO 5

Camila se sentó demasiado cerca de Leo. Tan cerca que sus piernas se rozaban.

Desde mi lugar, sentí un nudo seco subiéndome por la garganta. No era rabia. No era celos.

Era una mezcla de decepción anticipada. Como si ya supiera cómo termina esta historia.

—¿Tienes planes hoy? —le preguntó Camila, jugando con su cabello como si el aire fuera suyo.

—No —respondió Leo, mirando hacia adelante.

—¿Y si los hacemos juntos? —susurró.

No escuché respuesta. Pero tampoco lo vi alejarse.

Y eso me bastó para dejar de mirarlos.
Porque no hay nada más hiriente que ver cómo alguien que no te debe nada… igual te rompe.

¿Por qué me duele si él nunca me prometió nada?

Jessica, desde el asiento detrás de mí, murmuró con fastidio:

—Qué tipa más descarada. Te juro por lo más sagrado que esa chica no tiene alma.

No dije nada.
No porque no tuviera ganas.
Sino porque tenía miedo de que si hablaba… lloraría.

En el pasillo, Camila se acercó como siempre. Con su sonrisa de azúcar vencida.

—¿Te molesta que hable con Leo?

—¿Por qué me molestaría?

—No sé… Tal vez porque ahora parece que solo te habla a ti —dijo con una falsa dulzura que envenenaba.

Apreté el puño. Conté hasta cinco.

—Habla con quien quieras, Cami. No tengo tiempo para celos de gente que no me pertenece.

Ella sonrió, pero se le notó la tensión en los ojos.

—Ah… claro. Porque tú eres… distinta, ¿no?

Y se fue, como si no hubiera escupido algo sucio en el aire.

Pero dejó el veneno. Como siempre.

De regreso al aula, Elías se sentó a mi lado. No pidió permiso. No lo necesitaba.

Tenía esa paz silenciosa que no pesa. Esa forma de estar que no abruma.

Me entregó una hoja doblada. La abrí.

“El fuego no destruye al oro. Lo purifica.”

Lo miré.

—¿Eso lo escribiste tú?

Él sonrió de lado, tranquilo.

—Te describe, pequeña.

Mi pecho se apretó, pero esta vez, no de dolor.

En la puerta del aula, Leo nos miraba. De pie. Con los labios fruncidos, las manos en los bolsillos y el ceño apretado.

Jessica lo notó también.

—Uy, el Tormentitas boy está a punto de explotar —susurró con media risa.

Cuando sonó el timbre del recreo, Leo caminó directo hacia Elías.

—¿Podemos hablar?

Elías lo miró sin moverse.

—Si es sobre Zoe, no tienes derecho.

—¿Perdón?

—No juegues con ella.

Leo dio un paso más cerca. Su mandíbula se tensó.

—¿Quién dijo que estoy jugando?

—Tu historial.

Leo lo empujó con el hombro, lo justo para marcar territorio.

—No la toques.

—No necesito tocarla para entenderla —respondió Elías.

—¡Ya basta! —grité desde unos metros más allá.

Ambos me miraron. Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba.

Corrí hacia ellos.

—¿Qué hacen? ¿Por qué están discutiendo como si yo fuera un premio?

Leo tragó saliva.

—Estoy tratando de protegerte.

—¿Y de qué me proteges tú, Leo? ¿De los demás… o de ti mismo?

No respondió.

Y esa fue la respuesta.

De vuelta en clase, mientras todos fingían seguir la explicación de historia, yo abrí el celular debajo del pupitre.

Una nueva entrada del blog.

“Pobrecita Zoe.
Ni el chico que le gusta la quiere.
Tal vez si se dejara tocar, como otras…”

Una ola de rabia me subió por la espalda. Tragué el nudo.

Pero luego… algo distinto pasó.

Los comentarios.

“¿Qué clase de basura publica esto?”
“Denunciado. Esto no es anónimo, es bullying.”
“Zoe no merece esto. Ella es luz.”

Por primera vez no me sentí sola.

En mi mochila encontré algo inesperado.

Una carta escrita en hoja cuadriculada.
Sin nombre. Solo decía:

“Tormentita, aguanta. El huracán no dura para siempre.”

Y dentro… un chocolate.
Y un sticker de una nube con carita triste.
Era tan tonto.
Tan ridículo.
Tan… hermoso.



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En el texto hay: 20capitulos

Editado: 27.08.2025

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