Entre El Sol Y La Tormenta

CAPITULO 6

No sé qué tienen los viernes.
Quizás es el peso de todo lo que se calló en la semana.
O el cansancio de fingir estar bien, una y otra vez.
Quizás… es porque el infierno también sabe disfrazarse de rutina.

Y hoy… dolió más de lo normal.

Primera hora: Literatura.
Todos estaban en parejas leyendo un texto de Galeano.
Yo, como siempre, sola.
Mi cuaderno abierto. Letras que no entraban. Palabras que no se quedaban.

Desde la otra fila, sentí su mirada.

—¿Estás bien? —susurró Elías.

Asentí.

Mentí.

Jessica estaba dos bancas más atrás. Algo en su expresión ya me decía que algo iba mal.
Y segundos después, ella lo confirmó con un susurro rápido, desesperado:

—Z... No mires el blog. No lo hagas.

Pero ya era tarde.
Mi celular vibró. Pantalla encendida. Notificación activa.

ShadowFox acaba de publicar:
“Dicen que las chicas rotas no deberían contar sus secretos, porque al final, hasta su ‘mejor amiga’ se aburre de ellos.”

“Tres días encerrada, según ella. Sin comer, sin hablar. Sin rezar.
Aunque ahora finge ser creyente, hace un año ni siquiera podía mirar una cruz.”

Mi cuerpo se quedó helado.
El corazón latiendo tan fuerte que dolía.

Eso solo lo sabía Camila.

Solo a ella se lo había contado.
Una noche. Llorando. Temblando. Confiando.

Y ahora... estaba en internet. Con burla. Con sarcasmo. Con maldad.

Las risas no tardaron.
Un par de chicas leyeron en voz baja y se pasaron el celular.
Un chico soltó:
—¿Quién sigue esa porquería de blog todavía?

Jessica se levantó. Caminó hacia mi asiento y puso su mano sobre la mía.

—Respira. Te juro que esto no va a quedar así. Ya casi la tenemos.

Revisé los comentarios del blog.
Por primera vez… no eran a favor.

“¿Estás enferma?”
“Esto ya no es sátira, es crueldad.”
“Denunciado.”
“¿Quién te crees que eres para hablar así de un trauma real?”

La entrada tenía menos de diez vistas.
Y más de quince comentarios… todos en contra.

Sentí una presión en el pecho. No de tristeza esta vez…
Sino de alivio.

Por fin.
La máscara de la Blogger empezaba a caerse.

Después de clase, salí al pasillo.
El mundo era ruido.
Pero entonces, la vi.

Camila, junto a Leo. Muy cerca.
Demasiado.

Le acomodaba la manga del polo, sonriendo como si nada pasara.

Me detuve a unos pasos.

—¿Tienes planes hoy? —le preguntó, con voz dulce.

—No. —respondió Leo, sin emoción.

—¿Y si los hacemos juntos? —insistió ella.

Él no dijo nada.
Pero tampoco se alejó.

Y eso… dolió.
Como un pinchazo frío directo al estómago.

Jessica se me acercó por detrás.

—¿Te molesta? —susurró.

No respondí. Solo seguí mirando.
Hasta que Leo levantó la vista… y me vio.

Sus ojos cambiaron. Se tensaron. Dio un paso en mi dirección.

—Zoe, tenemos que hablar —dijo firme, como si necesitara que fuera ahora.

—No tengo nada que decirte —murmuré.

—Pues yo sí. No sé si te estoy lastimando, si soy parte del problema… o si ni siquiera tengo un lugar en tu vida.

—¿Y Camila? —lo interrumpí.

Tragó saliva.

—¿Qué tiene que ver?

—No lo sé. ¿Quieres decirme tú?

Hubo un silencio. No largo. Solo el suficiente para que doliera.

—No pasa nada con Camila. No ahora…

—¿Y antes?

No respondió.

Ese silencio fue un “sí” con disfraz de duda.

—Solo te pido algo —agregó—. Confía en mí.

—No puedo confiar en alguien que me pide silencio cuando todo en mí necesita gritar.

Y me alejé. Sin mirar atrás.

No llegué lejos.
Apenas doblé el pasillo, sentí las piernas flaquear.
La memoria regresó como relámpago:
el encierro, el olor del metal, el frío de las cadenas.
La oscuridad. El llanto.
El hambre.
Los gritos.

Me quedé en cuclillas, abrazándome.
Hiperventilando.

No otra vez. No otra vez. No otra vez.

—Zoe —escuché una voz.



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En el texto hay: 20capitulos

Editado: 14.08.2025

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