Entre El Sol Y La Tormenta

CAPITULO 12

Pensé que el blog era lo peor.

Pensé que después de todo lo vivido, después de las burlas, de Camila, del odio anónimo... ya no quedaba espacio para algo más oscuro.

Me equivoqué.

La primera nota llegó esa mañana.
Dentro de mi casillero.
Sin firma. Sin dirección.
Solo una hoja blanca doblada en tres.

“¿Creíste que te habías librado de mí?”

“Tres días no se borran, muñeca.”

“Sigo viéndote.”

Me quedé congelada.

Tuve que volver a leerlo tres veces para aceptar lo que mis ojos no querían creer.

Apreté la nota entre mis manos.
Mi respiración se volvió irregular.
Pero no entré en crisis.

No esta vez.

Porque esta vez no era solo una pesadilla del pasado.

Era una advertencia.

En casa, una segunda nota me esperaba bajo la puerta.

Mi mamá no la había visto.

“¿Duermes bien?”

“Yo no he olvidado tu olor.”

La dejé caer.

Me temblaban las rodillas.

Ya no era un secreto.
No era solo un trauma.
Era una amenaza.

El tercero llegó a mi casillero en la universidad.
Una semana después.

“Dices que crees en Dios, ¿verdad?
¿Y si Dios no te salva la próxima vez?”

Ese fue el momento en que supe que esto era real.
Que él estaba cerca.
O alguien que sabía exactamente lo que pasó.

No se lo dije a Leo.
No se lo dije a Jessica.
No se lo dije a Elías.

¿Por qué?

Porque si les decía…
lo haría real.

Y yo no estoy lista para revivir ese infierno.
No otra vez.
No con ellos mirando.

Pero los mensajes no pararon.
Y mi paz empezó a agrietarse.
No con gritos. No con crisis.
Sino con ese miedo que se arrastra lento…
y te envenena sin hacer ruido.

A veces, siento que alguien me observa en los pasillos.
O cuando camino sola por los estacionamientos.
O cuando me quedo sola en casa.

¿Y si no estoy imaginando?

¿Y si nunca se fue?

Una noche, abrí mi diario.
Y escribí:

Dios…
¿Otra vez?
¿Tengo que volver a esconderme?
¿A vivir con miedo?
¿A temer que cada sombra me recuerde lo que soy para él:
una presa rota que se le escapó de las manos?

Yo no quiero que esto me destruya.
Pero tampoco sé cómo volver a luchar.

Ayúdame.
Dame fuerza.
O dame verdad.
Pero no me dejes sola. No ahora.

Guardé la nota en el fondo de mi mochila.
La doblé hasta hacerla tan pequeña como pudiera.
Como si, con eso, pudiera hacer también pequeño el miedo.

Pero el miedo no se dobla.
El miedo se mete en los huesos.

Salí rápido de la facultad.
No quería que nadie me viera así.
Con los ojos temblando.
Con el alma apretada.

Pero alguien me estaba esperando.

Leo.

Con su auto encendido, la ventana abajo y esa mirada de preocupación que me parte en dos.

—Sube, Tormentita.

—Estoy bien —mentí, como siempre.

—Zoe… —su voz fue suave, pero firme—. Por favor.

Y subí.

No hablamos al principio.
Solo música baja.
Sus dedos tamborileando el volante.
Yo mirando por la ventana, fingiendo que todo estaba bien.

Hasta que lo vi.

La nota.

Se me había caído de la mochila.
Estaba en el suelo del copiloto.
Abierta.

Leo la leyó en un segundo.

Se detuvo.
Frenó.
Me miró como si alguien acabara de romperle el corazón.

—¿Qué… es esto?

—No importa —susurré.

Pero mis labios temblaban.

—Zoe, ¿quién te está haciendo esto?

—No lo sé.

—¿Y cuántas veces ha pasado?

Me cubrí la cara con las manos.
Y por primera vez desde que las notas empezaron…
lloré.

Pero no por miedo.

Lloré porque Leo estaba ahí.
Porque su mirada no tenía juicio.
Tenía furia. Dolor. Ternura. Protección. Amor.



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En el texto hay: 20capitulos

Editado: 27.08.2025

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