Entre el sueño y la realidad

Cuento cinco: Pobreza extrema

Introducción:


Desperté por el sonido de los autos, ya estaba acostumbrada a que cuando pasaban muchos autos eran aproximadamente las siete de la mañana. Había dormido incómoda porque mis hermanitos se habían movido demasiado durante la noche, al parecer porque tenían más hambre que de costumbre. También justo frente a mi cara había un agujero donde estaban cayendo gotitas de agua. En resumen, dormí fatal.

Al pararme miré a mi madre sentada en el mueble que se estaba viniendo abajo. Ella estaba muy drogada, y sabía yo de dónde conseguía ese dinero. Fui a la parte de atrás de la casa y del cubo saqué algunas cubetas de agua para bañarme, por lo menos teníamos algo de jabón.

Les dije a mis hermanos que se despertarán para ir a la escuela. Ramona y Julián tenían 8 y 10 años, vivían en un cuento de hadas y no veían lo que en realidad estaba pasando, yo quería que eso siguiera así para que no se dieran un golpe de realidad. Yo, Martha era la mayor, con 16 años. Tenía la responsabilidad de mis hermanos ya que mi madre había perdiendo la cordura desde que mi padre la abandonó.

Les puse el uniforme de escuela pública, estaban tan viejos que ya casi no les quedaba, al igual que a mí.

Desayunamos un poco de pan viejo con agua, les había dicho que no se lo comieran anteriormente porque entonces no tendríamos qué comer.

Ramona tenía la mochila rota, me había dicho que sus compañeras de clase se burlaban de ella por eso, y que le habían forcejeado la mochila rompiéndola más. La de Julián tenía un par de cosidas, pero él dejó de quejarse cuando cumplió lo 9. Yo deseaba que ella no tuviera que llegar a la adolescencia porque no sabría cómo conseguirle toallas, le seguía diciendo que era una princesita y que estaba pasando por una prueba.

Desenlace:

Salimos, observé los carros pasar, yo los tenía bien agarrados de mano. Los autos se veían tan altos, no sé si porque nunca he estado en uno o porque vivíamos en un agujero.

Nos metimos en un callejón, que era el atajo para llegar a la escuela.
Mis zapatos estaban casi rotos, toda esta ropa había sido un milagro de una donación de una iglesia... Hace dos años.

En la escuela nos daban jugos y panes diariamente, pero yo no solía comerlos, los guardaba para mis hermanos, especialmente por los fines de semana. Según estaban diciendo por ahí, implementarían algo nuevo en las escuelas para dar comida durante las doce, yo esperaba ansiosa ese día.

El callejón era muy estrecho y húmedo, hasta tenía moho.

Llegamos a la escuela y dejé a los niños en el área de niños, ya que estaba dividida de la clase media.

Las chicas más populares comenzaron a burlarse de mi vestimenta, pero a mí no me importaba nada de lo que dijeran. Lo único que me daba más esperanza, es que uno de mis amigos de la infancia iría a verme hoy.

En recreo una profesora me ofreció de la comida que llevaba diariamente, yo le dije que no, pero ella insistió, mi estómago lo agradeció.

Salí a la una de la tarde, había quedado estudiando una hora más, ya que no tenía acceso a los libros. Los cuadernos y mochilas eran dadas por el gobierno.

Salí a esperar a mí amigo, Raúl, su madre se había casado con un hombre rico y su vida había cambiado completamente, de hecho él estuvo unos años en Estados Unidos y aprendió inglés, y ahora estudiaba en uno de los colegios más caros de la ciudad.

No me preocupé por mis hermanos ya que ellos sabían cómo llegar.

A lo lejos ví a Raúl y nos saludamos. Él comenzó a caminar en dirección opuesta a mi casa, cruzando la calle. Yo le seguí a pesar de que me preocupé un poco, nunca me he alejado tanto de la casa.

—¿A dónde vamos? —Le pregunté.

—A la playa —respondió. La playa quedaba a sólo unos minutos a pie.

Él compró algo de comida para los dos, cuando llegamos nos pusimos a hablar tanto que ya se estaba poniendo el sol.

—¿Qué hora es? —le pregunté sabiendo que tenía respuesta para eso, ya que tenía un celular moderno.

—7:30 de la noche —dijo.

—Es muy tarde, debería irme ya. —conocía el peligro de la noche, y tardaba un buen rato el poder ir a mi casa.

La arena de la playa se tragaba mis pies y el mar oscuro dejaba de verse atractivo. Le dije que cruzaramos la calle.

De repente pasaron varios carros de carrera y se detuvieron justo frente a nosotros.

—Hey Raúl, ¿Conoces a esa chica? —los chicos me miraron de arriba hacia abajo riéndose. Raúl negó con la cabeza rápidamente.

—Claro que no —rió. —Ni idea de quién es.

Lo miré fijamente confundida y me di cuenta que tenía un desconocido frente a mis ojos, un desconocido que a veces fingía ser él. Entonces empecé a tener miedo. Eran siete chicos aproximadamente y yo estaba sola.

—¿Te vas con nosotros o qué? —dijo uno. Raúl accedió y se montó en el copiloto de uno de los chicos. Y todos se fueron.

Me quedé perpleja. Me dejó sola cerca de la playa, durante la oscura noche, y con peligro. Entonces me puse a llorar y me odié un momento. Miré hacia la calle y noté que el viento estaba a punto de llevarse algo, fui corriendo hacia allí y era una papeleta de mil pesos. Sequé las lágrimas de mis ojos y caminé hacia la acera en la que estaba. Pero noté que tres hombres mayores me estaban observando. Me paralicé.

¿Llegaré viva a casa?




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