Liora llevaba exactamente cinco minutos conviviendo con la idea de que un hombre guapo, misterioso y bastante seguro de sí mismo había tocado su puerta con un anuncio que parecía sacado de una novela de fantasía barata. Y, aún más extraño… lo estaba tomando con más calma que cuando se le acababa el café.
—¿Y qué se supone que haga con esa información? —preguntó, cruzándose de brazos mientras Eloy recorría su apartamento como si lo conociera de toda la vida.
—Eso depende —respondió él, deteniéndose frente a una estantería llena de libros y pociones de limpieza que parecían frascos de alquimia—. ¿Tienes sueños extraños, cosas que se rompen solas, luces que parpadean cuando te enojas?
—¿Te refieres a mi menstruación o a una maldición?
—A lo segundo… aunque lo primero suena igual de poderoso.
Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar la risita nerviosa que se le escapó. Eloy era un problema con piernas largas, eso estaba claro. Tenía el descaro de los que saben que generan mariposas con solo respirar… y lo usaba con precisión quirúrgica.
—No soy bruja —dijo Liora con firmeza.
—Tal vez no oficialmente —replicó él—. Pero algo despertó en ti. Y si no lo controlas, bueno… podrían comenzar a pasar cosas poco cómodas. Como que tus emociones se manifiesten en la realidad.
—¿Como si pensara que me gustaría verte sin camisa y eso pasara?
Eloy levantó una ceja, divertido.
—¿Lo estás pensando?
—¡No! —mintió.
Un segundo después, la lámpara del techo chispeó, una brisa invisible hizo temblar las cortinas… y el botón superior de la camisa de Eloy se desabrochó solo.
Él se quedó inmóvil.
Ella también.
Y Pancho, el gato, estornudó.
—Ok —dijo Liora, tragando saliva—. Creo que tengo un pequeño… problemita.
—Sí —murmuró Eloy, bajando la mirada lentamente hacia su camisa medio abierta—. Y ese problemita se llama deseo reprimido con efectos secundarios mágicos.
Liora se giró hacia la cocina.
No por pudor… sino porque sentía que si lo miraba un segundo más, el resto de la camisa terminaría volando por la ventana.
—¿Y qué se supone que haga ahora? —preguntó, de espaldas—. ¿Entreno en una escuela secreta, me hago un amuleto, le rezo a la luna?
Eloy caminó hacia ella, sin apuro. Se detuvo a centímetros de su espalda.
—Lo primero… es que me dejes ayudarte. Lo segundo, es que dejes de tenerle miedo a lo que eres. Porque, Liora… el mundo que conoces se está desmoronando. Y tú podrías ser la única capaz de reconstruirlo.
Ella se giró lentamente.
Él estaba tan cerca, que su perfume parecía una promesa entrecortada.
Y en sus ojos… había fuego, sombras, y algo parecido a ternura.
—¿Y lo tercero?
—Lo tercero… —susurró Eloy— es que no vuelvas a pensar en mí sin camisa si no estás preparada para las consecuencias.
Ella lo empujó suavemente, con una risa que salía entre vergüenza y deseo.
Y mientras el cielo se teñía de un tono más oscuro, algo dentro de Liora se iluminaba.
El caos apenas comenzaba.
Y ella… no pensaba esconderse esta vez.
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