El silencio entre ellos después del estallido de la vela fue más elocuente que cualquier explicación mágica. Liora no dijo nada mientras Eloy recogía los restos de cera, ni cuando Pancho trepó a su regazo como si pudiera calmar con ronroneos el volcán interno que amenazaba con estallar de nuevo.
—¿Siempre explotas cosas cuando estás nerviosa? —intentó bromear él, pero su voz sonaba grave, casi quebrada.
—Solo cuando estoy a punto de besar a alguien que no debería besar —respondió ella, acariciando distraídamente a Pancho, quien la miraba con juicio felino.
Eloy no replicó. En lugar de eso, se acercó y recogió las copas, caminando hacia la cocina sin hacer ruido. Liora se quedó sentada en el sofá, sintiéndose como una bomba emocional con patas.
De pronto, la energía en la habitación cambió. El ambiente se cargó, como si algo invisible respirara con ellos. Liora se levantó lentamente y fue hacia la ventana. Las primeras gotas de lluvia golpeaban el cristal con insistencia, como dedos urgentes pidiendo entrada.
—Va a llover fuerte —dijo él detrás de ella.
—Perfecto —susurró ella—. Así nadie verá si me derrumbo un poco.
Él se acercó, y durante un instante ella pensó que volvería a tocarla, a probar esa línea peligrosa entre el deseo y el deber. Pero en lugar de eso, Eloy le entregó una chaqueta gris.
—Vamos —dijo.
—¿A dónde?
—Confía.
Minutos después, estaban en la azotea del edificio, bajo una lluvia que ya no pedía permiso. El cielo era una sábana gris, y la ciudad brillaba como un tablero de ajedrez mojado. Liora rió, con los brazos extendidos.
—¡Estás loco! —gritó.
—¡Es parte del entrenamiento! —respondió él, empapado y hermoso, con esa risa que podía derretir un glaciar.
—¿Qué clase de protector hace esto?
Eloy la miró, serio de pronto.
—Uno que no quiere protegerte solo del mundo... sino también de mí.
Liora parpadeó. El agua le corría por las pestañas, pero no impidió ver cómo los ojos de él brillaban con algo más que magia.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, acercándose, desafiando la tormenta y su propio corazón.
—Porque cuando te miro... no pienso en normas ni límites. Solo pienso en lo que quiero hacer. Y eso me asusta más que cualquier conjuro.
—Entonces no lo digas —susurró ella, a centímetros de su rostro—. Hazlo.
Esta vez, el beso no fue tímido ni contenido. Fue agua y fuego, vértigo y consuelo. Un choque de almas que ni la lluvia logró apagar. Sus labios se encontraron como si el mundo se detuviera para darles espacio.
Y por un momento, el cielo se iluminó con un relámpago… pero nada explotó.
Solo ellos, enredados en una tormenta perfecta.
Cuando se separaron, él apoyó su frente en la de ella.
—Tienes que saber algo —dijo él, la voz temblando—. Lo que soy… lo que he hecho… no todo es lo que parece. Y hay alguien que va a venir a buscarte, Liora.
Ella lo miró, el corazón latiendo con fuerza.
—¿Quién?
Antes de que pudiera responder, una sombra apareció en la entrada de la azotea.
Una mujer. Mojada, con el cabello oscuro pegado al rostro y ojos que brillaban como cristales encantados.
—Hola, hermana —dijo con una sonrisa ladeada—. Te estuve buscando.
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Esto se está poniendo mágico, peligroso… y adictivo. 🔥🌙