Los días siguientes al juicio se esfumaron como humo.
Liora se movía entre sombras. Cambió de nombre, de ropa, de voz. Aprendió a esconderse incluso en medio del bullicio. Y bajo la tutela silenciosa de Kaela, comenzó a reunir lo que pocos se atrevían a decir en voz alta: resistencia.
En cada ciudad, había alguien como ella. Magos marcados, rechazados por sentir demasiado. Protectores caídos. Humanos despertando poderes que el Consejo consideraba "inconvenientes". Y en medio de todos ellos, Liora: la chica del juicio dorado. La elegida que había desaparecido justo cuando todos esperaban que se postrara.
Pero ella no estaba huyendo.
Estaba esperando.
Planeando.
Transformándose.
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En un escondite subterráneo, bajo una librería encantada, Liora preparaba su próximo paso cuando sintió un escalofrío. No mágico. Emocional. Como si su pecho reaccionara a algo que aún no podía ver.
Y entonces escuchó la voz.
—Sabía que seguirías oliendo a café… y a problemas.
Liora giró bruscamente.
*Eloy.*
Estaba ahí. Vivo. Más delgado. Más oscuro. Pero con los ojos clavados en ella como si nunca se hubiese ido.
—¿Cómo me encontraste?
—No te busqué. Sentí.
Ella quiso correr a abrazarlo. Quiso llorar, gritar, besarlo. Pero no lo hizo.
—No debiste venir.
—Tarde —respondió, avanzando—. Porque si tú vas a incendiar este sistema…
yo quiero ser la chispa.
El silencio entre ellos fue breve. Una pausa rota por la urgencia de sus cuerpos.
Y se besaron.
No como antes.
Esta vez, fue con rabia. Con deseo. Con sed de verdad.
Se besaron contra las estanterías polvorientas, entre libros antiguos que hablaban de mundos rotos y revoluciones fallidas. Sus manos se encontraron como si el tiempo no los hubiera separado. Como si el dolor hubiera sido solo un eco necesario para este momento.
Pero Eloy se detuvo. Con el corazón acelerado, la tomó del rostro.
—Liora… necesito decirte algo.
—No ahora —susurró ella, sin aliento.
—Sí, ahora —insistió, temblando—. El juicio… yo no solo lo presencié.
Fui yo quien activó el hechizo dorado. Lo hice para que sobrevivieras.
Liora retrocedió. El impacto fue seco, como un puñetazo emocional directo al pecho.
—¿Qué?
—No lo planeé. No fue una mentira. Pero cuando vi que ibas a fallar… reaccioné. Sin pensar. Tu magia estaba ahí. *Pero fue mi energía la que lo estabilizó.*
—Entonces… ¿todo fue una ilusión?
—No —dijo él, desesperado—. Fue real. Pero fue compartido. Como todo lo que hemos vivido.
Liora dio un paso atrás. Las palabras no alcanzaban. Ni la rabia. Ni la confusión.
Solo el eco de una verdad maldita:
El juicio no fue completamente suyo.
—Me robaste mi prueba —susurró—. Mi derecho a demostrar quién soy.
—Te salvé.
—No pedí que me salvaras. Pedí que creyeras en mí.
Un silencio brutal los separó más que la distancia física. Y entonces Liora hizo lo único que podía hacer sin romperse por dentro:
Se alejó.
—Vete, Eloy. Antes de que también me arrebates la revolución.
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Esa noche, Liora escribió en su diario, con tinta invisible:
*Lo amo. Pero no puedo dejar que su amor me debilite.
Porque si quiero cambiar este mundo…
tengo que empezar por no rendirme a lo fácil.
Incluso si duele. Incluso si es él.*
Y mientras cerraba el cuaderno, las llamas que había encendido en su corazón…
comenzaban a prender también en el mundo exterior.
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