El amanecer no trajo paz.
Trajo decisión.
Liora caminaba entre corredores invisibles, envuelta en murmullos mágicos que la reconocían… o la temían. El "Libro de los Cambios Inesperados" pesaba en sus brazos como un corazón latiendo fuera del pecho. No por el papel. Sino por lo que contenía: su historia. Sus errores. Su revolución.
El Consejo la esperaba en la Gran Biblioteca.
Y esta vez, no iba a pedir permiso.
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La sala central estaba en silencio. La Madre —su madre— estaba de pie frente a la bóveda de sabiduría ancestral, tan fría y erguida como un monumento de mármol.
—Has vuelto —dijo ella, sin girarse.
—No por ti —respondió Liora—. Sino por todos los que silenciaste en nombre del control.
—El poder sin disciplina destruye. Como lo hizo tu hermana. Como lo harás tú.
—Te equivocas. El poder sin amor destruye. Y tú nunca lo entendiste.
Kaela entró justo en ese momento. No con rabia. Con claridad.
—No estoy rota, madre. Estoy completa. Y esta vez… no te tengo miedo.
La Madre rió, como si el mundo fuera un juego que solo ella sabía jugar.
—¿Y qué van a hacer? ¿Reescribir las reglas?
—No —dijo Liora, abriendo el libro entre sus manos—. *Vamos a cerrar este ciclo... y abrir uno nuevo.*
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El libro se iluminó. No con fuego. No con sombras. Sino con recuerdos compartidos, emociones sinceras, y la magia cruda que había contenido durante demasiado tiempo. Los nombres en las páginas comenzaron a brillar: no solo el de Liora. También Kaela. Y cientos de otros.
Destinos marcados… ahora reclamados.
La Madre alzó la mano, furiosa, invocando un hechizo prohibido.
Y entonces apareció Eloy.
Herido. Desgastado. Vivo.
—No tan rápido —dijo, colocándose frente a Liora—. Esta vez, no vas a tocarla.
La Madre no dudó. Lanzó su energía más letal.
Y Eloy, sin dudar, se interpuso.
El impacto lo derribó.
Liora gritó, corriendo hacia él, con las manos temblando sobre su cuerpo. La sangre no era mágica. Era humana. Real. Dolorosa.
—No. No me hagas esto. No ahora.
Él la miró, con la misma sonrisa que le enseñó a confiar.
—Tú me enseñaste a sentir sin miedo.
—Y tú me enseñaste a pelear por lo que duele —susurró ella—. Así que no te atrevas a morir, ¿entendiste?
Sus lágrimas cayeron sobre el libro abierto.
Y entonces ocurrió.
Las páginas se elevaron, envueltas en luz dorada y carmesí. El poder no venía de hechizos. Venía de la *conexión*. De los errores. De los perdones. De *ellos*.
Una nueva escritura apareció.
No impuesta.
No controlada.
*Elegida.*
Liora colocó ambas manos sobre el pecho de Eloy. Y por primera vez, no trató de contener su poder.
Lo entregó.
Todo.
El aire se quebró.
La Madre retrocedió, vencida por la luz que no entendía.
Y Eloy… volvió a respirar.
Sus ojos se abrieron. Su voz, apenas un susurro.
—¿Lo hicimos?
—Lo hiciste tú —dijo ella—. Porque sobreviviste… para vivir de verdad.
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El Consejo cayó esa noche.
No con guerras.
Sino con verdad.
Kaela fue absuelta. Pancho fue nombrado guardián del nuevo archivo mágico (y exigió un sofá propio). Y Liora… Liora se convirtió en la primera heredera de una magia libre, fundada no en reglas… sino en *decisiones sentidas*.
Y cuando todo terminó, Eloy la tomó de la mano bajo las estrellas, y le preguntó:
—¿Y ahora qué escribimos?
Ella sonrió.
—Una historia donde amar no sea un delito.
Y el libro se cerró con una última frase que latía con cada página:
“Entre encantos y enredos… se encontró la verdad.”
*FIN*
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