Era viernes. El cielo estaba gris y el viento amenazaba con volarle las ideas a cualquiera. Pero leiha no pensaba en el clima. Pensaba en bruno. Más bien, intentaba no pensar en él.
--¡no me gusta! ¡obvio que no me gusta! --le gritaba a su reflejo en el espejo del baño de chicas. --solo es... molesto. Y tonto. Y raro. Y... y... tiene una sonrisa bonita, ¡pero eso no significa nada!
--¿le hablás al espejo otra vez, leí? --preguntó clara, su mejor amiga, asomando la cabeza por la puerta.
Leiha se giró, pálida.
--¡No escuchaste nada! ¡era un ensayo de teatro!
--ajá. ¿ensayo de bruno, tal vez?
Leiha se hundió entre sus manos.
--¿por qué es tan molesto? ¿Por qué lo sueño? ¿Por qué me acuerdo de cómo se le cruzán los ojos cuando se ríe?
Clara se cruzó con una sonrisa maliciosa.
--porque te gusta.
--¡NO ME GUSTA! ¡ME CONFUNDE!
--es lo mismo, bestia --le guiño el ojo.
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Esa tarde se volvieron a reunir en casa de bruno, porque la biblioteca del colegio estaba cerrada por una fuga de agua (y leiha había hecho una escena dramática porque no quería ir a la suya).
Su casa era más chica de lo que ella esperaba. Pero cálida. Caótica. Había estanterías llenas de libros, figuras de anime, póster de ciudades del mundo y olor a café de vainilla.
--¿querés algo? ¿Té? ¿Café? ¿Coca? ¿Evacuol? --dijo bruno desde la cocina.
--¡qué mezcla! --se río leiha.
--es lo que hay --respondio él, sacando dos vasos.
Se sentaron en la alfombra, rodeados de papeles y libros abiertos. Pero ninguno hablaba. El silencio era cómodo. Raro. Intenso.
Bruno la miró de reojo.
-- ¿por qué querés ser cantante?
Leiha parpadeó.
--porque cuando canto... no soy torpe. Ni tonta. Ni rara. Solo... soy yo. Libre.
Bruno se quedó callado. Luego sonrió.
--entonces quiero escucharte cantar algún día.
Leiha tragó saliva.
--¿y vos? ¿Por qué querés viajar?
--porque nunca encaje en un solo lugar. Siempre sentí que tenía que estar en otra parte... buscando algo que no se qué es. Tal vez no estoy hecho para quedarme.
--que triste eso.
--¿si? A mi me parece hermoso --contestó el, mirándola directo a los ojos.
El corazón de leiha dio un vuelco. Se puso nerviosa. Muy nerviosa. Demasiado nerviosa.
--¡no me gustas! --saltó de golpe.
Bruno la miró como si le hubiera tirado un zapato en la cara.
--¿que?
--O sea... no me gustas. Nada ni un poquito. Por si pensabas... yo qué sé.
Bruno levantó una ceja, con una sonrisa traviesa.
--Tranqui. Vos tampoco me gustas... ni un poquito.
Silencio.
Los dos se miraron. Sonrojados.
Y por dentro, sabían que acababan de mentirse.
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Fin del capítulo 3.