La historia de Julián e Isabela comienza en un aula de finanzas en el último año de la preparatoria, un lugar común para dos personas de orígenes distintos. Julián, originario de El Salvador, era reservado pero muy inteligente, con un cabello negro y ondulado que solía despeinarse cuando pasaba las manos por él sin darse cuenta. Isabela, en cambio, venía de Venezuela. Era bailarina, con una gracia natural en sus movimientos y un cabello largo de color marrón que siempre llevaba suelto.
El primer día de clases, Isabela llegó temprano y tomó asiento en una de las filas del medio, sintiéndose un poco fuera de lugar. No tenía muchos amigos todavía, y aunque le gustaba la tranquilidad, había algo en esa escuela que la hacía sentirse sola.
Julián entró al salón minutos después, buscando un asiento libre. No le gustaba la idea de sentarse junto a desconocidos, pero cuando vio a Isabela, algo en su interior le dijo que ese lugar era el indicado. Sin pensarlo demasiado, se sentó a su lado.
—Hola —dijo él, con su voz baja y algo tímida.
—Hola —respondió ella, sintiendo un leve calor en sus mejillas.
Ese simple saludo fue el inicio de algo que ninguno de los dos esperaba.