El tiempo pasó y su amistad se fortaleció. Isabela y Julián se buscaban en los pasillos, compartían almuerzos cuando podían y encontraban formas de pasar tiempo juntos sin siquiera planearlo.
A pesar de ser penosos, entre ellos no existía incomodidad. Con cada día que pasaba, la confianza crecía, y las miradas que antes eran tímidas ahora se sostenían por segundos más largos de lo normal.
Lo que ninguno de los dos decía en voz alta era lo que empezaba a notarse en el aire: algo estaba cambiando entre ellos.