Isabela empezó a notar cambios en Julián.
Al principio eran pequeños detalles: momentos en los que él parecía perdido en sus pensamientos cuando la miraba, silencios que antes no existían entre ellos, respuestas más cortas cuando ella hablaba de otros chicos sin importancia.
Una tarde, mientras estudiaban en la biblioteca, Isabela notó que Julián estaba distraído.
—¿Todo bien? —preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.
Él parpadeó, como si acabara de ser descubierto en medio de un pensamiento que no debía tener.
—Sí… solo estoy cansado —respondió rápidamente.
Pero ella no estaba convencida.
Había algo más. Algo que él no decía.
Y lo peor era que ella también empezaba a sentirlo