Las cosas llegaron a un punto en el que la tensión entre ellos se volvió evidente.
Una noche, después de una larga práctica de baile, Isabela caminaba por los pasillos oscuros de la escuela cuando vio a Julián esperándola afuera del gimnasio.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, sorprendida pero sintiendo su corazón latir más rápido.
Julián metió las manos en los bolsillos y miró al suelo, como si buscara la forma correcta de decir lo que tenía en mente.
—No lo sé… Solo quería verte.
Esas palabras flotaron en el aire, pesadas pero llenas de significado. Isabela sintió un nudo en el estómago. Algo en ella quería creer que él sentía lo mismo. Pero la duda también estaba ahí, recordándole que tal vez solo era su imaginación.
—¿Segura que no quieres que te acompañe a casa? —preguntó él, con su tono suave de siempre.
Ella asintió con una sonrisa. Y mientras caminaban juntos bajo la tenue luz de la calle, el silencio entre ellos no se sintió incómodo, sino como una conversación que no necesitaba palabras.