Cuando la fiesta terminó, Julián se armó de valor y esperó a Isabela afuera.
Ella salió minutos después, con una chaqueta sobre sus hombros y el cabello levemente despeinado. Al verlo ahí, su corazón dio un vuelco.
—¿Julián? ¿Qué haces aquí?
Él tomó aire.
—Necesito hablar contigo.
Ella lo miró con sorpresa, pero asintió.
—Dime.
Julián sintió su garganta seca, pero no podía echarse atrás.
—Isabela… yo… yo creo que me gustas.
El mundo pareció detenerse.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos, como si no estuviera segura de haber escuchado bien.
—¿Qué?
—Me gustas —repitió él, esta vez con más firmeza—. No sé desde cuándo, no sé por qué, pero cada vez que te veo, siento que todo tiene sentido. Y sé que esto puede arruinar lo que tenemos, pero no quiero seguir fingiendo que no es verdad.
Isabela sintió un nudo en la garganta.
Ella también lo sentía. Siempre lo había sentido.
Pero ahora que lo escuchaba de sus labios, el miedo se apoderó de ella.
¿Qué pasaría si esto no funcionaba? ¿Si todo cambiaba para siempre?
Y sin darse cuenta, una pregunta escapó de sus labios antes de que pudiera detenerse:
—¿Y si nos equivocamos?
Julián la miró fijamente, con los ojos llenos de una emoción indescriptible.
—¿Y si no?