La gran sala imperial volvió a llenarse de murmullos apenas la audiencia se reunió de nuevo. La corte esperaba con expectación la evaluación de la Emperatriz sobre el desempeño de Mei Ling en la prueba. El silencio se hizo absoluto cuando la majestuosa figura de la Emperatriz se alzó del trono, y con una mirada serena y calculadora, anunció:
—He examinado cuidadosamente cada palabra y cada acción de Mei Ling durante esta prueba, y debo admitir que ha superado con mérito las expectativas que tenía. Su juicio ha sido equilibrado y su firmeza digna de una verdadera emperatriz.
Un aplauso contenido se extendió por la sala, aunque Mei Ling mantuvo su habitual compostura fría y mesurada.
—Por ello —continuó la Emperatriz—, le concederé un deseo.
El príncipe Zhen arqueó una ceja, intrigado por lo que estaba por venir, mientras Mei Ling permanecía en silencio, estudiando cada palabra de la Emperatriz.
Después de un momento que pareció eterno, Mei Ling alzó la mirada y con voz firme y sin titubeos dijo:
—Solicito ser liberada del compromiso matrimonial con Su Alteza Real, el príncipe heredero Zhen.
Un silencio sepulcral inundó la sala. Algunos rostros se tornaron pálidos, y una oleada de sorpresa se extendió entre los nobles.
La Emperatriz parpadeó sorprendida y, con un tono que mezclaba incredulidad y severidad, preguntó:
—¿Cuál es el motivo para que rechaces una unión que no solo es un honor para ti, sino una bendición para todo nuestro imperio?
Mei Ling sostuvo la mirada de la Emperatriz, sin apartarla ni un instante.
—No deseo vivir en una jaula de oro —respondió con honestidad—, compartiendo a un esposo con mujeres que solo buscan socavarme para obtener poder. Quiero casarme por amor, con un hombre que no tenga otras esposas ni concubinas.
El príncipe Zhen frunció el ceño y dio un paso adelante, dirigiendo su voz con un tono que combinaba la firmeza de un heredero y la sinceridad de un hombre que deseaba cambiar su destino.
—Si te prometo que serás la única, que no habrá otra que ocupe tu lugar, y que siempre serás mi igual —dijo mientras fijaba sus ojos en los de Mei Ling—, aún así ¿romperías nuestro compromiso?
Mei Ling no apartó la mirada y respondió con la misma seriedad.
—Las palabras son fáciles, príncipe Zhen. Pero lo que más temo es ser confinada, aunque sea con promesas de igualdad. No quiero una existencia donde mi voz pueda ser silenciada por las intrigas y el poder de quienes buscan desplazarme.
Un murmullo corrió entre los nobles, y la Emperatriz mantuvo el silencio por un instante, evaluando la fortaleza de aquella joven que no se doblegaba ante el poder.
—¿Entonces tu deseo es imposible de cumplir? —preguntó la Emperatriz con voz suave pero firme—. En este palacio, la monogamia no es solo una elección personal, es parte del equilibrio que sostiene nuestra dinastía.
Mei Ling replicó, con la convicción que la había acompañado desde su llegada.
—Entonces no pertenezco a este equilibrio. No soy hecha para esta vida donde la libertad y el amor se sacrifican en el altar del deber.
El príncipe Zhen bajó la mirada, visiblemente afectado, pero antes de que pudiera responder, la Emperatriz alzó la mano para imponer silencio.
—Muy bien —dijo finalmente—. Por ahora, tu petición queda registrada. Pero recuerda que aquí, en este palacio, nadie es libre por completo. Ni siquiera la esposa del príncipe heredero.
Mei Ling asintió con calma, consciente de que su lucha apenas comenzaba, pero segura de que su voz había resonado con fuerza en aquel recinto.
El príncipe Zhen dio un paso atrás, su semblante endurecido, mientras los murmullos crecían. Sin embargo, entre la multitud, algunos nobles comenzaron a mirar a Mei Ling con una mezcla de respeto y curiosidad, conscientes de que esa joven no sería una pieza más en el tablero de la corte.