Entre flores y sombras, el destino de Mei Ling

Entre deber y deseo

La luz matinal se filtraba por los altos ventanales del palacio imperial, iluminando la sala del trono donde la Emperatriz conversaba en voz baja con el Emperador. La expresión en el rostro de ambos era seria, propia de quienes cargan con el destino de una dinastía en sus hombros.

—Padre —dijo la Emperatriz, inclinando ligeramente la cabeza—, la joven Mei Ling ha presentado una petición inusual y difícil de ignorar. Solicita ser liberada del compromiso con el príncipe heredero.

El Emperador frunció el ceño, su mirada fija en las columnas doradas del salón, como buscando consejo en la piedra misma.

—No es una petición que podamos aceptar sin más —respondió con voz grave—. Pero tampoco podemos ignorar la fortaleza y el carácter que ha demostrado. ¿Cuál es la decisión provisional?

—Mientras consideramos los pasos a seguir, he ordenado que Mei Ling asista diariamente a las lecciones para futuras emperatrices —explicó la Emperatriz—. No es solo para que aprenda, sino para que se familiarice con las responsabilidades que este compromiso conlleva.

—Es justo —asintió el Emperador—. Que se le brinde la oportunidad de comprender el peso de la corona, antes de tomar una decisión definitiva.

La siguiente mañana, Mei Ling llegó al palacio acompañada por sus padres. Su rostro mostraba la calma y la firmeza que ya habían hecho eco en los pasillos imperiales. Aunque su corazón latía con cierta inquietud, mantuvo la serenidad que exigían los modales de su rango.

La sala donde recibiría las lecciones era amplia y decorada con elegancia, pero también con la severidad de un lugar destinado a formar a la futura emperatriz. A su llegada, los maestros la saludaron con respeto, conscientes de que la joven no era una alumna común.

Mientras la clase avanzaba, Mei Ling mantuvo su atención fija en cada palabra, demostrando una disciplina férrea. Pero a pesar de ello, en el fondo sabía que su mente estaba dividida: por un lado, el deber que la corte esperaba de ella; por otro, el deseo ardiente de libertad y un amor auténtico que la había llevado a rechazar el compromiso.

Pero no solo los maestros estaban atentos a sus movimientos.

El príncipe Zhen, desde los corredores y balcones del palacio, observaba cada instante con creciente interés. Su rostro se iluminaba con una mezcla de frustración y determinación cuando veía a Mei Ling.

Una tarde, durante uno de los recesos, el príncipe se acercó con paso firme, pero respetuoso, hasta donde Mei Ling conversaba con un maestro.

—Mei Ling —la llamó con suavidad, intentando que su voz no levantara sospechas entre los presentes.

Ella giró la cabeza con lentitud, manteniendo su postura erguida y su expresión distante.

—Príncipe Zhen —respondió con voz clara y cortés, pero sin perder la frialdad—. ¿En qué puedo asistirle?

Él esbozó una sonrisa que intentaba romper la barrera que Mei Ling había levantado.

—Solo deseo que sepas que no deseo que esta situación te cause aflicción. Quiero que entiendas que mi compromiso contigo es serio, aunque tú no lo aceptes todavía.

Mei Ling bajó ligeramente la mirada, mas su voz no vaciló.

—Aprecio su sinceridad, Su Alteza. Pero como ya expresé, no es algo que pueda aceptar sin considerar mis propios sentimientos y convicciones.

Zhen suspiró, pero su determinación solo parecía crecer.

—Entonces, solo me queda demostrarte que las palabras pueden convertirse en hechos.

Antes de que la conversación pudiera continuar, un consejero se acercó, interrumpiendo con una formalidad cortante que recordó a ambos sus posiciones en la corte.

—Su Alteza Real, el Emperador solicita su presencia inmediata.

El príncipe asintió y se retiró, pero no sin lanzar una última mirada a Mei Ling, prometiendo en silencio que no dejaría que se alejara de él.

Con el paso de los días, Mei Ling se acostumbró a las lecciones y a la constante presencia del príncipe. Aunque ella mantenía su distancia, él hallaba pequeñas maneras de llamar su atención: una palabra amable durante los encuentros formales, una mirada intensa desde lejos, o una pregunta sutil que la obligaba a responder.

Mientras tanto, en los salones más privados del palacio, la Emperatriz y el Emperador continuaban deliberando sobre el futuro de Mei Ling, conscientes de que sus decisiones podrían cambiar el destino del imperio.




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