Entre flores y sombras, el destino de Mei Ling

Primeros pasos hacia la confianza

Las primeras luces del alba se colaban entre las delicadas cortinas de seda en la habitación de Mei Ling. Durante meses, la joven se había aferrado a su disciplina y seriedad como escudo, consciente de que ceder incluso un ápice de su guardia podría hacerla vulnerable en un palacio donde cada gesto era observado y cada palabra podía ser usada en su contra.

Sin embargo, la persistencia de Zhen, la determinación con la que día tras día se acercaba a ella, no había sido en vano.

—¿Por qué insistes tanto en que salgamos? —preguntó Mei Ling, mientras se preparaba para bajar al patio del palacio donde la esperaba el príncipe.

Zhen, vestido con sus ropas de viaje, sonrió con un brillo cómplice en sus ojos.

—Porque incluso la mujer más fuerte merece un poco de alegría fuera de estos muros —respondió, ofreciéndole su brazo.

Mei Ling dudó un instante, pero finalmente aceptó, tomando su brazo con la compostura habitual que la definía, aunque en su interior latía una mezcla de emoción y nerviosismo.

Caminaron juntos por las calles empedradas de la ciudad imperial, donde los comerciantes desplegaban sus coloridas telas y los aromas de especias y flores llenaban el aire. La ciudad despertaba con un bullicio animado, pero para Mei Ling, que había vivido encerrada en los límites del palacio, cada vista era una pequeña aventura.

Zhen la condujo a un restaurante conocido por su delicada cocina. La atmósfera era sencilla pero elegante, con lámparas de papel que lanzaban una luz cálida sobre las mesas de madera.

—¿Nunca has estado en un lugar así? —preguntó Zhen mientras les servían un plato de arroz aromatizado y verduras al vapor.

Mei Ling negó con una leve inclinación de cabeza.

—Mis obligaciones siempre han estado dentro del palacio —respondió con la voz controlada—. No he tenido oportunidad de explorar más allá.

Zhen la observó, notando la forma en que Mei Ling mantenía la rigidez en su postura, la distancia que aún la separaba de él.

—Entonces hoy es un día especial —dijo con una sonrisa—. No solo porque estás fuera de esas paredes, sino porque por primera vez veo una pequeña sonrisa en ti.

Mei Ling lanzó una mirada rápida, casi inconsciente, que delató la verdad. Sus labios se curvaron apenas, un gesto fugaz pero sincero.

—No te emociones demasiado —respondió con tono seco, aunque un brillo divertido asomó en sus ojos—. Sonríes demasiado rápido y podría pensar que estás intentando halagarme.

Zhen rió con suavidad, encantado por ese destello de humor que comenzaba a emerger.

—Quizás solo intento que bajes esa armadura, aunque sea un poco.

Durante el paseo, entre calles estrechas y puestos ambulantes, Mei Ling comenzó a dejar escapar pequeños comentarios, a veces irónicos, que hacían que Zhen la mirara con creciente admiración.

En un momento, mientras observaban a un grupo de niños jugar con cometas, Mei Ling susurró:

—Debí ser una niña más traviesa para disfrutar más de cosas como estas.

Zhen se volvió hacia ella con una expresión cálida.

—Nunca es tarde para aprender —le dijo—. Yo también aprendí a no tomarme la vida tan en serio gracias a ti.

El atardecer los sorprendió caminando por un puente que cruzaba un río tranquilo, donde los reflejos dorados se mezclaban con el suave susurro del agua.

Mei Ling miró hacia el horizonte, dejando que por un momento sus pensamientos se alejaran del peso del compromiso y las sombras del pasado.

—Gracias, Zhen —dijo en voz baja—. Por mostrarme que hay un mundo más allá de los muros.

Él la tomó suavemente de la mano, sin forzarla.

—Lo mejor está por venir —prometió.

A pesar de la seriedad que aún dominaba su expresión, Mei Ling sabía que algo en su interior comenzaba a cambiar. No era amor aún, ni confianza plena, pero sí el reconocimiento de que, quizá, no estaría sola en ese camino.

Mientras la noche caía y las luces del palacio se encendían a lo lejos, ambos caminaron juntos, compartiendo silencios cómodos y miradas que hablaban más que mil palabras.




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