Entre flores y sombras, el destino de Mei Ling

El resurgir de la flor de loto

El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando Mei Ling despertó en la habitación del palacio. La luz suave se filtraba a través de las cortinas de seda, pintando un mosaico dorado sobre el suelo de madera pulida. Al abrir los ojos, vio la figura silenciosa de Zhen sentado cerca, velando su descanso.

Su corazón latió con fuerza, aunque su mente aún estaba envuelta en una bruma de confusión. No recordaba quién era, ni cómo había llegado allí. Solo sentía una extraña mezcla de calma y vacío. La ausencia de recuerdos le pesaba, pero la presencia constante de Zhen era un ancla que la mantenía firme.

No tardó en llegar Xuan Liang, el hermano mayor, portando la mirada severa pero aliviada de un guerrero acostumbrado a la batalla, aunque esta vez la guerra era contra el olvido que amenazaba a su hermana.

—Hermana —dijo con voz grave—, el príncipe me ha informado de lo ocurrido. No descansaré hasta que estés a salvo y completa.

Mei Ling apenas pudo articular una respuesta, pero la calidez en esas pocas palabras fue un bálsamo para su mente fragmentada.

Los días siguientes transcurrieron entre enseñanzas y silencios cuidadosos. Mei Ling asistía a lecciones en la sala de meditación, un espacio envuelto en jardines y fragancias de jazmín y loto. Allí, bajo la guía de Xuan Liang y Zhen, comenzó un entrenamiento especial.

—La mente, al igual que el cuerpo, debe ser fuerte para resistir los embates —explicaba Xuan Liang mientras mostraba la posición correcta para sentarse en loto—. Respira con calma, siente el aire entrar y salir... Permite que el mundo exterior desaparezca.

Zhen, por su parte, aportaba un enfoque diferente.

—No solo la mente —decía con suavidad—, también el corazón. La confianza en uno mismo es la llave para abrir los recuerdos que el miedo ha cerrado.

Mei Ling luchaba. En cada sesión, las imágenes venían y se iban, fragmentos que se negaban a consolidarse. La frustración a veces nublaba su espíritu, pero Zhen y Xuan Liang la alentaban a persistir.

Un día, mientras meditaba bajo la cascada, sintió un tirón profundo dentro de sí. Una ola de calor, seguida por la imagen clara de Zhen tomando su mano durante uno de sus paseos por la ciudad. Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida, un gesto que parecía decir: “Estoy aquí.”

Poco a poco, los recuerdos se hicieron más frecuentes y nítidos. No eran flashes confusos, sino momentos reales: la infancia con Xuan Liang, las risas compartidas en los jardines, la incertidumbre ante el compromiso con Zhen. Recordó el miedo durante el secuestro, la oscuridad y la sensación de abandono.

—Estoy aquí —le susurraba Zhen una y otra vez—. No dejaré que te pierdas otra vez.

Una tarde, mientras Xuan Liang practicaba con la espada, Mei Ling se acercó y, sin poder contenerse, tocó el arma con una mano temblorosa.

—Hermano... —dijo con voz quebrada—, creo que estoy recordando algo. No todo, pero sí lo suficiente para sentirme completa otra vez.

Xuan Liang sonrió, orgulloso y emocionado.

—Es el comienzo, hermana. El comienzo de tu renacer.

Finalmente, en una noche serena, Mei Ling sintió un despertar total. Estaban en los jardines del palacio, la luna llena bañaba la escena con su luz plateada.

—Zhen —llamó con voz firme—, yo… yo recuerdo.

Zhen la miró con una mezcla de esperanza y temor.

—¿Recuerdas todo?

Ella respondió con seguridad:

—Sí.

Mei Ling recordaba solamente esta vida. No recordaba haber tenido otra existencia ni haber sufrido en un pasado por la indiferencia de Zhen, y eso era un avance crucial para su relación, pues sin las sombras del pasado, Mei Ling no tendría miedo de abrir su corazón a Zhen.

Un suspiro de alivio escapó de los labios de Zhen.

—Eso es lo que importa. Lo que tenemos ahora.

Mei Ling sonrió, por primera vez con verdadera luz en sus ojos.

—Quiero intentarlo. Quiero que esto funcione, no como un deber, sino como algo que elijo.

Zhen tomó sus manos con ternura.

—Y yo te prometo que jamás te haré sentir atrapada. Eres libre conmigo, Mei Ling. Mi igual.

Con la mente y el corazón claros, Mei Ling sintió que su relación con Zhen florecía como la flor de loto que resiste el barro para mostrar su belleza. Xuan Liang permanecía a su lado, protector y firme.

Aquella noche, mientras las estrellas vigilaban el palacio imperial, Mei Ling se durmió segura, sabiendo que esta vez su vida la construiría con amor, sin sombras del pasado que la persiguieran.




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