La semana continuó con una extraña mezcla de rutina y desconcierto. Charlie no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con Chad. Desde entonces, algo había cambiado. Las sesiones de estudio se volvieron menos tensas, aunque igual de intensas. Chad hacía más preguntas, incluso anotaba cosas. A veces soltaba comentarios que hacían que Charlie se riera sin querer. Eso era lo más raro. Reírse con él.
En el almuerzo, Charlie estaba sentado con su grupo de siempre: Romina, Lucy, Cody y Kael. Todos habían tenido avances peculiares con sus parejas asignadas, aunque ninguno tan desconcertante como el suyo.
—Cold me pidió que le explicara álgebra usando analogías de películas de acción —comentó Romina, girando los ojos—. Fue ridículo… pero al menos prestó atención.
—Roxana me habló como si estuviera entrevistándome para una revista de moda —dijo Lucy con una sonrisa nerviosa—. Pero cuando le hablé de mi pasión por la astronomía… se quedó callada y dijo que eso era hermoso.
—Xiomara me sigue diciendo "pequeño sabio" —se quejó Cody—. No sé si me está coqueteando o burlándose.
—Yael me pidió que hiciéramos el proyecto con música de fondo, y luego me puso una playlist entera de piano —agregó Kael, visiblemente confundido—. Yo no sabía si estudiar o llorar.
Todos miraron a Charlie, esperando su parte.
—Chad fue… diferente esta vez —admitió, bajando la mirada hacia su bandeja de comida—. Me preguntó cosas sobre mí. Me escuchó. Hasta me defendió cuando uno de sus amigos se burló de mí ayer en el pasillo.
—¿Qué? —dijeron los cinco al unísono.
—Sí… fue raro. Y no sé si fue real o un juego —confesó Charlie—. Pero no se burló. No se rió. Solo… me defendió.
Romina frunció el ceño.
—Cuidado, Charlie. No vayas a confundir atención con intención.
Charlie asintió, aunque su estómago se revolvía con cada palabra. Porque Romina tenía razón. No podía permitirse sentir nada más allá de lo necesario. No con alguien como Chad.
Sin embargo, lo que no sabía era que, en otro extremo del comedor, Chad también lo observaba.
Estaba sentado con su grupo, fingiendo estar concentrado en una conversación sobre el partido del viernes, pero su mirada iba cada tanto hacia la mesa de los nerds. Más específicamente, hacia Charlie. Ese chico lo sacaba de su eje. No solo por su inteligencia —que era descomunal—, sino por su forma de estar en el mundo. Silencioso, firme, real.
—¿En qué piensas, Chad? —preguntó Cold, masticando una barra energética.
—En energías renovables —mintió.
Cold arqueó una ceja.
—¿Tú? ¿Pensando en algo que no sean puntos o chicas?
Chad sonrió, pero su respuesta fue seca.
—Hay cosas que me están interesando más últimamente.
Y aunque no lo diría en voz alta, esas cosas tenían nombre, gafas, y una forma muy particular de mirarlo como si pudiera ver más allá del chico popular.
Esa tarde, cuando se encontraron nuevamente para seguir trabajando, Charlie notó algo distinto en Chad. Estaba más callado, más serio. Como si hubiera algo que quería decir pero no encontraba el cómo.
—¿Todo bien? —preguntó Charlie mientras encendía su laptop.
Chad lo miró, y por un segundo, su voz fue un susurro sincero:
—No entiendo por qué me importas tanto… y eso me está volviendo loco.
Charlie se congeló. No había respuesta lógica para eso. Solo podía sentir cómo su corazón comenzaba a latir con fuerza, como si supiera que, desde ese momento, nada sería igual.