Entre fórmulas y canastas

Capítulo 5: Lo que se oculta entre líneas

Charlie no pudo dormir bien esa noche. Las palabras de Chad seguían repitiéndose en su cabeza como un eco imposible de silenciar:

"No entiendo por qué me importas tanto… y eso me está volviendo loco."

Lo había dicho con la voz entrecortada, como si ni él mismo comprendiera lo que sentía. Y Charlie... Charlie no supo qué contestar. Se quedó mudo, paralizado. Porque por más que quisiera negarlo, él también lo sentía. Ese revoltijo en el estómago cada vez que Chad se acercaba. La forma en la que el mundo parecía detenerse cuando le sonreía, cuando lo escuchaba con atención, cuando lo defendía. No era solo confusión. Era algo más.

A la mañana siguiente, llegó al colegio con el corazón acelerado y la mente hecha un caos. Lo primero que hizo fue buscar a Romina.

—Necesito hablar contigo —le dijo, jalándola del brazo para llevarla a un rincón del patio.

Romina lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué pasó? ¿Te besó? ¿Le gritaste que lo amas? ¿Se declaró?

—¡No! Pero me dijo algo muy raro —confesó Charlie—. Ayer, al final del estudio, me dijo que no entendía por qué le importaba tanto… que eso lo estaba volviendo loco.

Romina lo miró con una mezcla de sorpresa y sonrisa satisfecha.

—Ajá… ¿y tú qué le dijiste?

Charlie bajó la mirada.

—Nada. Me congelé.

—¿¡Cómo que nada!? ¡Charleston! —le reclamó, usando su apodo de niña regañona—. Eso fue prácticamente una confesión emocional. ¿Y tú te quedaste callado?

—¿Qué querías que dijera? ¿"Ay, sí, yo también me estoy volviendo loco por ti"? ¡Es Chad!

Romina suspiró, aunque en el fondo entendía su reacción.

—Tal vez deberías hablar con él. A solas. Sin proyectos. Solo… como Charlie y Chad.

—¿Y si lo malinterpreté todo? ¿Y si solo lo dijo como una forma rara de agradecimiento?

—¿Tú lo conoces más que nadie en este momento? ¿Has visto cómo te mira? Eso no es agradecimiento, es interés. Del serio.

Charlie se quedó en silencio, masticando la idea mientras la campana sonaba, marcando el inicio de clases. Pero las palabras de Romina quedaron flotando en su mente como semillas esperando germinar.

Más tarde, después de clases, Chad lo estaba esperando en las gradas del gimnasio. No tenía la ropa deportiva puesta, solo jeans y una sudadera. Sus ojos estaban clavados en el suelo, pero en cuanto vio a Charlie acercarse, se enderezó.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

Charlie asintió, sentándose a su lado. El aire se volvió espeso entre ellos, lleno de palabras no dichas.

—Sobre lo de ayer… —empezó Chad—. No era mi intención incomodarte. A veces digo cosas sin pensar. Solo… no sé. Me cuesta entender lo que siento cuando estoy contigo.

Charlie lo miró, y esta vez no se contuvo.

—A mí también me pasa.

Chad lo miró, sorprendido.

—¿En serio?

Charlie asintió, tragando saliva.

—Y eso también me está volviendo loco.

Hubo un silencio. Pero esta vez no fue incómodo. Fue intenso. Íntimo.

Chad se inclinó un poco más cerca.

—Entonces… ¿no estás huyendo?

Charlie negó con la cabeza.

—Solo me estoy acercando despacio.

Y en ese instante, sin decir nada más, Chad le rozó la mano con la suya. No la tomó, no la sostuvo… solo la rozó, como una promesa muda de que lo que estaban sintiendo apenas estaba comenzando.

Y los dos, por primera vez, dejaron de correr.




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