Romina estaba molesta. No con Charlie. Ni con los rumores. Ni siquiera con los chicos del equipo de fútbol que seguían murmurando tonterías cada vez que pasaban. No. Estaba molesta con ella misma.
Desde que Cold la había mirado de esa forma —después de defender a Charlie—, su mundo se había desordenado. Se suponía que lo odiaba. Que era un engreído superficial, más preocupado por su imagen que por sus notas. Pero ahí estaba él, arriesgándose por su amigo sin esperar nada a cambio.
Y ella... lo había notado. Había sentido ese calor incómodo en las mejillas. Esa punzada en el pecho que no sabía cómo explicar.
—Deja de pensar en él —se dijo en voz baja mientras resolvía un problema de química en el aula vacía.
—¿En quién? —dijo una voz grave desde la puerta.
Romina se giró bruscamente. Era Cold. Estaba apoyado en el marco, con esa típica sonrisa medio ladeada que usaba cuando intentaba parecer casual.
—¿Te gusta aparecer de la nada o qué? —dijo ella, frunciendo el ceño.
—Es un don —respondió, entrando—. Te estaba buscando.
—¿Y por qué? ¿Se te perdió la calculadora?
Cold se rió, pero no se ofendió.
—Necesito ayuda con la fórmula de electronegatividad. Mañana hay prueba y, siendo honesto, estoy perdido.
Romina alzó una ceja, desconfiada.
—¿Tú pidiéndome ayuda?
—Me cuesta aceptar que eres más inteligente que yo —dijo Cold, encogiéndose de hombros—. Pero ya lo acepté. Ahora, ¿me enseñas o no?
Ella lo miró en silencio unos segundos. Luego suspiró, resignada.
—Si sacas menos de siete, juro que te bloqueo de la vida real.
Cold sonrió y se sentó a su lado. Durante la siguiente hora, Romina le explicó todo con paciencia, usando esquemas y ejemplos absurdos (como comparar átomos con exnovias tóxicas y amigos leales). Él, para sorpresa de ambos, comenzó a entender.
—Vaya —dijo Cold—. Cuando tú lo explicas, hasta me parece interesante.
—Es porque mi inteligencia es contagiosa —respondió con un guiño sarcástico.
—Tal vez… —dijo él, mirándola con más atención.
Romina sintió que el aire cambiaba. Su mirada ya no era solo de agradecimiento. Era otra cosa. Más suave. Más… cercana.
—¿Qué? —preguntó, inquieta por el silencio.
Cold se encogió de hombros.
—Nada. Es solo que... me gustas cuando hablas así. Segura. Sarcástica. Genial.
Romina parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?
—Eso. Me gustas —repitió sin miedo.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Quiso responder algo ingenioso, algo punzante, pero las palabras se le trabaron en la lengua.
Cold se levantó, recogiendo su cuaderno.
—Piénsalo —dijo, guiñándole un ojo antes de salir.
Romina se quedó sola, con la boca entreabierta y el corazón latiendo descontrolado.
—No puede ser… —susurró.
Pero sí lo era. Y lo peor de todo… era que a ella también le empezaba a gustar.
Y así, mientras Charlie y Chad aprendían a confiar en sus sentimientos, otro par comenzaba a descubrir los suyos, con miradas robadas, fórmulas químicas… y un inicio que nadie vio venir.