Entre fórmulas y canastas

Capítulo 9: Una biblioteca, dos chicas y demasiados libros

Lucy adoraba la biblioteca. No por los libros, exactamente, aunque leía como si el mundo se fuera a acabar. Lo que más le gustaba era el silencio. El orden. La sensación de estar en un lugar donde podía ser ella misma, sin tener que demostrar nada a nadie.

Por eso, cuando escuchó pasos acercándose a su rincón favorito —el último estante del lado oeste, donde los libros de literatura antigua dormían sin ser molestados—, frunció el ceño. Esperaba que fuera algún alumno despistado... pero no. Era Roxana.

Roxana, la chica más popular del grupo. Fuerte, segura, siempre bien vestida, con una mirada que intimidaba a medio colegio. ¿Qué hacía ahí?

—¿Tú en la biblioteca? ¿Se rompió el wifi de la sala de los populares? —preguntó Lucy sin levantar la vista del libro que leía.

—Muy graciosa —respondió Roxana, cruzándose de brazos—. Busco el libro de “Jane Eyre”.

Lucy levantó una ceja.

—¿Tú? ¿Leyendo a Charlotte Brontë?

—¿Por qué no? ¿Crees que solo me interesa el maquillaje y los likes?

Lucy la observó en silencio, dudando si estaba jugando con ella… o hablando en serio.

—No es eso —dijo finalmente—. Solo me sorprende que tú y yo estemos en el mismo pasillo, por elección propia.

Roxana caminó hasta el estante y buscó con la mirada, aunque claramente no tenía idea de cómo estaban organizados los libros.

—Está en la fila de autoras victorianas, abajo a la derecha —dijo Lucy, levantándose y sacando el ejemplar sin esfuerzo—. Aquí.

Roxana tomó el libro con una pequeña sonrisa.

—Gracias… nerd poderosa.

Lucy rió por lo bajo.

—De nada… diva encubierta.

Hubo un silencio. De esos incómodos que no deberían serlo, pero lo son. Hasta que Roxana, de forma muy poco típica, se sentó en la mesa frente a Lucy.

—¿Te molesta si leo aquí?

Lucy se sorprendió… y también se ruborizó. Roxana tenía ese extraño efecto en ella, como si con solo una mirada lograra ver más allá de sus libros, de su sarcasmo, de su escudo.

—Está bien —respondió, fingiendo indiferencia.

Minutos después, ambas leían en silencio. Pero no por mucho tiempo.

—Lucy —dijo Roxana de pronto, sin apartar la vista de la página—, ¿alguna vez te han hecho sentir invisible?

Lucy bajó el libro, sorprendida por la pregunta.

—Todo el tiempo.

—¿Y qué haces?

—Me vuelvo tan brillante que no puedan ignorarme.

Roxana la miró por fin. Y sus ojos, que siempre parecían duros y seguros, ahora brillaban con vulnerabilidad.

—Eso… suena muy tú.

—¿Y tú? ¿Por qué lo preguntas?

Roxana bajó la mirada.

—Porque contigo, por primera vez, siento que no tengo que fingir que soy fuerte todo el tiempo.

El corazón de Lucy dio un vuelco. No supo qué decir. Pero en lugar de palabras, simplemente extendió la mano por encima de la mesa, rozando con la yema de los dedos los de Roxana.

Roxana no la apartó.

Y así, entre libros polvorientos y confesiones suaves, comenzó una historia que nadie había escrito… pero que ambas deseaban leer hasta el final.




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