Entre fórmulas y canastas

Capítulo 10: Kael, Yael y la guerra de miradas

Kael era el más callado del grupo de los nerds. No por timidez, sino porque prefería observar antes que hablar. Tenía una inteligencia casi quirúrgica, un sentido del humor seco y una mirada intensa que muy pocos sabían interpretar. Siempre estaba con su tablet, programando cosas que nadie entendía y resolviendo ecuaciones que parecían sacadas de otro planeta.

Y luego estaba Yael.

Popular. Extrovertido. El alma de cada fiesta. Un bromista encantador que podía hacer reír a una sala entera… excepto a Kael. A Kael solo lograba sacarle una ceja levantada y un suspiro de resignación.

Lo que nadie sabía —ni siquiera Yael— era que Kael lo observaba más de lo que admitía. No porque lo odiara, como solía decir. Sino porque lo confundía. Demasiado.

Aquella mañana, durante la clase de educación física, el profesor anunció que habría un torneo de equipos mixtos de voleibol. Todos se quejaron… excepto Yael, que ya había visto una oportunidad brillante.

—Quiero a Kael en mi equipo —dijo con una sonrisa amplia.

Kael frunció el ceño desde su rincón.

—Paso.

—¡Vamos, Kael! —intervino Charlie entre risas—. Solo es un juego.

—No juego con gente que grita “¡vamos equipo!” como si estuviera en una película.

—Me ofendes —dijo Yael, llevándose la mano al pecho como si su corazón se hubiese roto.

Al final, por presión grupal (y porque el profesor lo miró con severidad), Kael aceptó.

En el primer partido, Yael fue como un torbellino: animaba, bromeaba, hacía malabares con la pelota. Y Kael… jugaba. Bien. Demasiado bien.

—No sabía que sabías moverte fuera del laboratorio —le dijo Yael después de que Kael hiciera un saque perfecto.

—Tú tampoco pareces tan torpe como tu promedio escolar —respondió, sin sonreír, pero con una chispa en los ojos.

Yael se rió. Le encantaban las respuestas ácidas de Kael. Eran como pequeñas dagas envueltas en terciopelo.

Después del juego, mientras todos se dispersaban, Yael se acercó a Kael con una botella de agua.

—Gracias por no dejarme en ridículo ahí afuera —dijo, tendiéndosela.

Kael la tomó sin mirarlo.

—No lo hice por ti.

—¿No?

Kael dudó por un segundo. Luego levantó la vista. Su tono seguía siendo neutral, pero sus ojos traicionaban una chispa de sinceridad.

—Lo hice porque odio perder.

Yael lo miró fijamente. Había algo en ese silencio que se volvió incómodo. Luego, con una sonrisa suave, habló:

—Te ves bien cuando estás concentrado. Serio. Seguro.

Kael arqueó una ceja.

—¿Estás flirteando conmigo?

—¿Y si lo estoy?

—Entonces… estás perdiendo el tiempo.

Yael rió otra vez, sin molestarse.

—Lo bueno es que me gusta cuando las cosas se ponen difíciles.

Kael no respondió. Solo lo miró. Una guerra de miradas silenciosa se desarrolló entre ambos… pero ninguno se retiró.

Y aunque Kael no lo diría nunca en voz alta, una parte de él… esperaba que Yael insistiera.

Porque algunas guerras no se ganan con palabras, sino con paciencia. Y Yael, para su sorpresa, estaba dispuesto a quedarse.




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