Entre fórmulas y canastas

Capítulo 11: Los mensajes secretos de Chad Chad nunca había sido

Chad nunca había sido bueno con las palabras. En la cancha, todo era más fácil. Correr, anotar, gritar una victoria… eso sí lo entendía. Pero cuando se trataba de hablar con Charlie, su mente se apagaba como si alguien desenchufara su cerebro.

Desde que se habían acercado, Chad sentía que algo había cambiado. Charlie no era solo el chico inteligente que le salvaba en álgebra. Era divertido, sarcástico, dulce sin querer serlo, y tenía esa forma de fruncir el ceño cuando pensaba que Chad decía una tontería. Lo hacía sin darse cuenta… y a Chad le encantaba.

Por eso, un martes cualquiera, Chad decidió hacer algo distinto. No sabía cómo confesar lo que sentía, pero sí sabía escribir. Aunque nadie lo creía, tenía talento con las palabras cuando las ponía en papel.

Así que, entre clases, dejó una nota doblada en el casillero de Charlie. Una hoja blanca, sin nombre, solo con tinta azul:

“No sé cómo decirte esto a la cara. Pero cuando estás cerca, me siento diferente. Como si el mundo se calmara un poco. Como si ser yo mismo estuviera bien.

PD: Hoy llevabas suéter verde. Te queda increíble.”

Charlie encontró la nota al salir de matemáticas. Miró a todos lados, confundido. Luego, al leerla, sus mejillas se encendieron como si alguien las hubiese encendido con un fósforo. Nadie sabía sobre el suéter verde. Solo alguien que lo observaba de verdad.

Y de todos… solo podía ser Chad.

Pero no dijo nada. En vez de confrontarlo, decidió esperar. Quería estar seguro.

Al día siguiente, otra nota apareció.

“Eres el único que me hace querer quedarme después de clase solo para oírte hablar de libros. No entiendo ni la mitad de lo que dices… pero me encanta cómo lo dices.”

Charlie no sabía si reír, llorar o esconderse. Pero algo dentro de él se agitó. Se sentía visto. Realmente visto.

Durante los siguientes días, las notas continuaron. Siempre anónimas, siempre con detalles íntimos. Hasta que llegó una que lo dejó sin aliento.

“Si algún día te animas a mirar hacia atrás en la última fila del aula 3B… ahí estaré. Esperando. Por si acaso quieres conocer al chico detrás de estas letras.”

Charlie no pudo más.

Esa tarde, cuando entró al aula 3B, caminó directo al fondo. Chad estaba ahí, sentado, con las piernas estiradas y el rostro ligeramente nervioso.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Charlie, sin rodeos.

Chad se encogió de hombros.

—Porque me asustaba que te alejaras si lo decía mal.

Charlie se acercó, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Entonces tuviste suerte. Porque escribes mejor de lo que hablas.

Chad soltó una risa nerviosa.

—¿Y eso es… bueno?

—Es suficiente para esto —respondió Charlie, y sin pensarlo mucho, se inclinó y lo besó en la mejilla.

No fue un beso apasionado, ni largo. Fue tierno. Prometedor. Y suficiente para que Chad supiera que había elegido bien.

Porque algunas confesiones no necesitan voz… solo un papel y el valor de ser sincero.




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