Entre fórmulas y canastas

Capítulo 13: Roxana descubre a Lucy

Roxana no entendía por qué no podía dejar de pensar en Lucy.

Al principio, solo la observaba desde lejos. Lucy siempre estaba leyendo, escribiendo en su cuaderno con dibujos en los márgenes, o acompañando a Charlie con una sonrisa tranquila. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, cada palabra parecía escogida con precisión, como si viviera en otro universo.

Y a Roxana… eso le fascinaba.

Una tarde, mientras caminaba por el pasillo del tercer piso, vio a Lucy sentada sola en la biblioteca. Tenía audífonos puestos y movía la cabeza al ritmo de la música, completamente ajena al mundo. Roxana se quedó quieta por unos segundos, mirando desde la puerta. Estaba tan acostumbrada a estar rodeada de gente, ruido, halagos… pero Lucy irradiaba una paz que la desarmaba.

Se acercó despacio y se sentó frente a ella.

Lucy levantó la vista, sorprendida.

—¿Te perdiste, Roxana?

—No. Te estaba buscando —respondió con una sonrisa ladeada.

Lucy quitó sus audífonos.

—¿Para qué?

—No sé… —dijo Roxana, mordiéndose el labio—. Tal vez solo quería hablar contigo.

Lucy frunció el ceño, divertida.

—¿Tú quieres hablar conmigo? ¿La reina de los selfies y las fiestas quiere pasar tiempo con la antisocial de la biblioteca?

—No digas eso —murmuró Roxana, bajando la mirada—. No eres antisocial. Solo... estás en tu propio mundo.

—Y eso es malo para ti, ¿no?

—No. Es lo que más me gusta.

Lucy abrió los ojos, sorprendida.

—¿Me estás coqueteando?

Roxana sonrió con nerviosismo.

—Tal vez sí.

Se hizo un silencio incómodo. Luego Lucy soltó una risa suave, la primera que Roxana escuchaba de ella tan de cerca.

—Eres valiente, Roxana. La mayoría solo me ignora.

—La mayoría no te conoce —dijo Roxana, apoyando los codos sobre la mesa—. Pero yo quiero hacerlo.

Lucy ladeó la cabeza.

—¿Y por qué?

—Porque cuando te vi dibujando en clase, sin importarte que nadie entendiera tu estilo… supe que eras diferente. Y no de la forma cliché. Diferente de verdad.

Lucy se quedó en silencio unos segundos. Luego cerró su cuaderno y miró a Roxana de frente.

—¿Y qué pasará cuando descubras que mi mundo es más complicado de lo que crees?

—Entonces me quedaré en él —respondió sin dudar.

Lucy sonrió. No ampliamente, sino de esa manera pequeña que empieza por los ojos. Como si se permitiera, por fin, creer que alguien podía verla de verdad.

—Entonces… puedes venir mañana al taller de arte —dijo ella, bajando la voz—. Pero tendrás que ensuciarte las manos.

—Estoy dispuesta —respondió Roxana, divertida.

Y así, entre pinceles, silencios y miradas, dos mundos que parecían opuestos comenzaron a encontrarse en los márgenes de un cuaderno… y quizás también en el corazón.




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