Desde la fiesta en la casa de Cold, algo había cambiado entre Chad y Charlie.
No eran amigos todavía —de hecho, seguían discutiendo cada vez que se encontraban—, pero ya no podían ignorarse. Era como si, de alguna manera, un hilo invisible los mantuviera conectados, tirando de ellos en direcciones inesperadas.
Charlie fingía no darle importancia, pero la verdad era que cada vez que veía a Chad, su corazón latía demasiado rápido. Lo odiaba… y también lo admiraba. Chad era todo lo que él no era: seguro, valiente, espontáneo. Mientras que Chad, aunque no lo reconociera en voz alta, sentía una extraña curiosidad por Charlie, por su sarcasmo rápido, su inteligencia aguda, y esa manera en la que no parecía necesitar a nadie.
Una tarde, después de clases, Charlie estaba sentado en una de las bancas del patio, escribiendo en su cuaderno, cuando Chad se le acercó.
—¿Qué escribes, Shakespeare? —preguntó con una sonrisa provocadora.
Charlie alzó la vista, sin molestarse en disimular su fastidio.
—Notas sobre tu estupidez. Estoy haciendo una tesis.
Chad soltó una risa.
—¿Tan obsesionado estás conmigo?
Charlie rodó los ojos, pero una sonrisa amenazaba con escapársele.
—¿Qué quieres, Chad?
El popular se encogió de hombros.
—Nada. Solo… pensé que podríamos hacer una tregua.
Charlie entrecerró los ojos, desconfiado.
—¿Una tregua?
—Sí. Nada de insultos, ni empujones en los pasillos, ni miradas asesinas.
Charlie dejó su cuaderno a un lado, cruzándose de brazos.
—¿Y por qué querría hacer una tregua contigo?
Chad se rascó la nuca, incómodo, algo que no era típico de él.
—Porque… estoy cansado de pelear contigo. Y porque, sinceramente, eres más divertido cuando no estás a la defensiva todo el tiempo.
Charlie arqueó una ceja.
—¿Divertido?
—Sí. Eres rápido, ingenioso. Y no te importa quién soy yo. Eso… eso me gusta.
Charlie parpadeó, sorprendido.
Era la primera vez que Chad le decía algo que no fuera una broma pesada o un comentario sarcástico. Era… honesto.
—¿Y qué propones? —preguntó finalmente.
Chad sonrió, un poco nervioso.
—Que empecemos de cero. Como si… no nos hubiéramos odiado todo este tiempo.
Charlie pensó en ello. La idea era absurda. Pero también… tentadora.
—Está bien —dijo, extendiendo la mano—. Tregua.
Chad le estrechó la mano, y por un segundo, sus dedos se rozaron de una manera que les provocó un cosquilleo incómodo. Ambos se apresuraron a soltar la mano y a mirar hacia otro lado, como si no hubiera pasado nada.
—Entonces… ¿qué haces ahora? —preguntó Chad, rascándose la nuca.
—¿Además de planear cómo conquistar el mundo? Nada.
—¿Te gustaría… no sé… acompañarme a la cafetería? Hay batidos de chocolate.
Charlie lo miró con desconfianza, pero también con curiosidad.
—¿Me estás invitando a una cita?
Chad se atragantó con su propia saliva.
—¡No! O sea, no exactamente. Solo… es batido. Y tú. Y yo. No es gran cosa.
Charlie sonrió de lado, divertido.
—Está bien, príncipe azul. Te acompañaré.
Mientras caminaban juntos hacia la cafetería, sin empujones ni sarcasmos (bueno, casi), ambos sintieron que algo nuevo estaba empezando a crecer entre ellos. Algo que ni siquiera los miedos ni las diferencias podían detener.
Una tregua... que quizás terminaría en algo mucho más grande.