Entre garras y dientes

Capítulo 1 - Madison

|Capítulo 1: Entre moteles y apuestas|

 

Madison:

—Cuidado, preciosa, no querrás hacerte daño con eso.

Terry, el hombre del bigote gracioso con el que llevo tres partidas al billar, me devuelve esa mirada cargada de superioridad con la que lleva regodeándose las últimas dos partidas. Sonrío hacia mí al notar cómo ha bajado cada vez más la guardia. Incluso sus amigos, que me habían resultado tan cuestionables con sus miradas penetrantes y palabras bajas, han dejado de prestarnos atención para beber tranquilos en una mesa cercana.

—Es un juego difícil —ofrezco antes de poner bien el taco para preparar mi siguiente golpe.

Me inclino sobre la mesa fingiendo planear un buen tiro, y, de reojo, encuentro que la mirada de Terry ha caído sobre mi pronunciado escote. Ladeo la mirada hacia el pequeño espejo que he usado para retocar mi pintalabios al principio de la partida y desde el que busco las reacciones del hombre sin que se dé cuenta de mis intenciones. 

Sí, está mirando. Cada vez más distraído de mis movimientos en el juego y más atento a mi figura.

Apoyo mal las manos en el taco.

Tiro y fallo.

Miro con pena la mesa al echarme lentamente hacia atrás.

Terry rompe a reír y su carcajada estalla, estruendosa, por el bar del motel en el que he terminado. Apenas me queda dinero y, si no consigo que Terry arriesgue otra partida para conseguir mi dinero (y una buena suma extra) de vuelta,voy a estar realmente jodida antes de que termine la semana.

Esta partida, la gana él.

Pongo cien dólares sobre la mesa.

—Todavía tengo tiempo para una más —digo.

Terry duda, pero se le ve demasiado complacido con lo fácil que le está siendo ganar el dinero que he puesto sobre el billar las últimas dos partidas. Le da una mirada a sus dos amigos y es mi turno de sentirme complacida porque ambos están tan distraídos hablando que tardan en hacerle caso. Incluso cuando lo hacen, me dan una mirada, se vuelven hacia su amigo, y se encogen de hombros. 

Dos personas menos de las que preocuparme. 

Lo que menos quiero es que uno de ellos note demasiado pronto que mis habilidades son más que aceptables y pongan en sobreaviso a su amigo. He pasado demasiadas veces por ese error como para cometerlo de nuevo.

—La última —dice.

Terry rasca su barba pelirroja antes de preparar el triángulo con las bolas de billar..

Mientras lo hace, abro mi cartera e intento que no note la preocupación que siento cuando saco mis últimos cien dólares de ahí y los dejo también sobre el billar. Terry frunce el ceño al verlo.

—¿Todo o nada?  —pregunto con toda la inocencia que puedo fingir.

Terry ve el dinero y no duda. Para él, es dinero fácil, se ha confiado y, por eso, esta será la última partida.

Deja de vuelta los setenta dólares que ya me ha ganado sobre el billar antes de añadir cien más y decir que es todo lo que trae encima. Lo tomo, abro la partida, y me aseguro de mantener un nivel bajo para no delatarme todavía.

Ahora viene lo complicado.

Me pregunto qué diría mi madre de verme ahora. Moviéndome de motel en motel o durmiendo en la calle porque tengo una diana sobre la espalda. Jugando contra hombres que me doblan en edad y con mala actitud porque necesito dinero. Engañándoles y manipulándoles para, muchas veces, terminar sin nada porque se cabrean y me enfrentan con amenazas al entender que han caído en una cuidadosa trampa.

Cuando mi madre falleció, me dejó una serie de notas que había escrito en cada uno de mis cumpleaños porque quería regalármelo unido al cumplir la mayoría de edad. Me dejó notas largas con todo su amor.

Cuando mi padre se fue, en cambio, me lo quitó todo. 

Él vendió la casa, los muebles, vació las cuentas bancarias y desapareció de la noche a la mañana. Al principio, pensé que simplemente me había abandonado. Él había ido decayendo poco a poco desde que mi madre murió y eso era difícil de ignorar. Mi padre se había vuelto más inestable emocionalmente, empezó con juegos de azar, a beber, perdió el trabajo, dejó de pasarse por casa, empezó a tener tantas deudas que no podíamos pagar... Todo fue cayendo.

Que liquidara todo y desapareciera no me sorprendió.

Que dos días después se presentaran dos hombres en la puerta del motel en el que me quedaba para decirme que, con mi padre desaparecido, era yo quien debía cubrir su deuda si no quería, en palabras textuales: "Sufrir las consecuencias", ya no era algo que vi venir.

Sabía que mi padre tenía deudas con personas peligrosas, pero no le vi capaz de dejarme a mí con ellas. De dejarme con personas que, para hacerme entender el mensaje, pusieron una pistola en mi cabeza y me rompieron el brazo.

Tenía diecisiete cuando lo hicieron.

Después de pasar por el hospital, conté el poco dinero que tenía, y usé casi todo en autobuses para alejarme todo lo que pudiera de casa. Tras año y medio de esa vida, todavía tengo miedo de que sigan buscándome. Me gustaría creer que no, pero, cada vez que me intento convencer de que puedo asentarme y tener una vida, miro mi brazo, recuerdo la noche en la que llamaron a mi puerta y me echo atrás.

Al menos, mi padre me dejó algo útil. Puede que no fuera de forma voluntaria, pero él me llevaba con él cuando salía a trabajar. Cuando perdió el primer trabajo, empezó a vender puerta a puerta y eso le hacía moverse mucho. Me llevaba con él, dormíamos en malos hoteles o moteles de carretera y él me dejaba en las zonas comunes con la vigilancia de quienes trabajaban ahí para poder irse. Allí había billares.

Billares y dardos, y yo no tenía nada más que hacer que jugar para pasar el tiempo.




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